¿De qué sirve mi talento si queda oculto y perdido en el ciberespacio como el silencio que engendran las tinieblas de una caverna?
Taciturno y caviloso, Mario Figueras contempló el boceto de su prodigioso manuscrito, nacido de la autocomplacencia. Lo imaginó como trasunto del mismo cosmos, donde acaecen fenómenos inexplicables que perviven ignotos en los confines de su inconmensurable magnitud.
Un desfile de proezas artísticas nace y muere cada día en alguna parte del mundo, sin que la vista ni la intuición despierten siquiera a la fantasía de su existencia, recita para audiencia de sus oídos.
Sumido en tales reflexiones, Mario se arrumba en los vericuetos de su pesadumbre, quedando atrapado en sus redes insidiosas.
El tren de las oportunidades y la suerte cruza de largo su estación para detenerse en otras que se le antojan, en ocasiones, derruidas y cochambrosas. Mario suspira y exhala su honda frustración, admirando su obra de arte perdida en el ciberespacio. El anonimato es tanto su prisión como la certidumbre de la serenidad que le otorga crear a solas con sus musas.
De pronto, una llamada intrusiva e intempestiva le saca de sus rezongos. El tren de las oportunidades acaba de anunciar la entrada en su estación de sueños prohibidos. Un editor ha quedado entusiasmado con uno de sus escritos, y entre toques celestiales de clarines y trompetas, le propone una alianza de futuras publicaciones.
Un rayo de luz escinde las tinieblas para alumbrar su nombre desconocido, mientras en la inmensidad inconmensurable del ciberespacio quedan talentos ajenos ocultos en la negrura de una caverna.