Domingo 10:30h. Plaza Francesc Maciá (Barcelona)
Siete estudiantes de arquitectura y una publicista infiltrada (yo misma) se reúnen en la parada del tranvía con una misión: “Colarse en el Taller de Arquitectura de Ricardo Bofill.”
Cogemos el tranvía dirección Sant Just Desvern hasta la penúltima parada, y nada más bajar ahí lo tenemos, el Walden, uno de los edificios más emblemáticos del arquitecto. Una especie de ciudad vertical, a modo de colmena, construida en los años 70 donde se pretendía unir ciencias como ingeniería, psicología, filosofía y arquitectura.
Sólo la fachada ya impresiona, pero el interior te deja boquiabierto. Un laberinto horizontal y vertical de callejones, patios, y escaleras que conectan las 18 torres que componen el Walden. Lo mejor es que los callejones tienen nombres de grandes personalidades del siglo XX como Chaplin, Marx o Kafka o Albert Einstein.
El propio Bofill lo define así: “Se trata de proporcionar una solución a los problemas que plantean las ciudades actuales, donde existe una falta de sentido de comunidad, de actividad colectiva, de espacio público puesto a disposición del individuo.”
Pero esto solo era el preámbulo. Justo detrás del Walden se encuentra el origen de todas estas grandes ideas. Ponemos rumbo a la madriguera del conejo, rodeamos el edificio y allí está, el Taller de Arquitectura. Una antigua fábrica cementera reconvertida en uno de los estudios de arquitectura más renombrados del país. ¿Conseguiremos entrar?
Nos acercamos a la puerta, hay alguien arreglando el jardín. Le preguntamos si podemos pasar solamente a echar un vistazo… ponemos cara de emocionados, con nuestra pinta de estudiantes domingueros con cámara en mano… y nos dejan pasar. ¡¡Primera prueba conseguida!! Al menos lo veremos por fuera.
De pronto se nos acerca un vigilante, y nos tememos lo peor…Pero nada más lejos de lo esperado, no solo no nos echa sino que ¡nos ofrece una pequeña visita al interior! No podemos creerlo, pero ahí estamos, cruzando la puerta y entrando. ¡Lo hemos conseguido!
De la antigua fábrica cementera, se conservaron ocho silos para convertirlos en oficinas, taller de maquetas, archivos, biblioteca, una sala de proyección y un espacio de grandes dimensiones conocido como “La Catedral”. Ese es el primer espacio que visitamos.
Salimos de la sala y seguimos a nuestro improvisado guía a través de los pasadizos que comunican los silos. Dentro de ellos es donde se encuentran las verdaderas oficinas donde se cuecen todo tipo de ideas arquitectónicas.
Por el camino nos explican que “La Fábrica” se construyó reinventando los espacios, haciendo posible reubicar amplias oficinas y salas de estudio en lo que fueron antiguos silos de cementos y espacios muertos. La distribución es sublime, por no hablar de los ambientes, y por supuesto de jardines de eucaliptos, olivos, cipreses y palmeras, que rodean el complejo. En un entorno de trabajo así, no me extraña que surjan las buenas ideas.
Es aquí donde Raquel, una de mis compañeras en esta aventura y a quién conozco desde que era niña, diria: “imagínate levantarte por la mañana y ver esto… (cara de satisfacción total).” No te preocupes, algún día vosotros construiréis un edificio como éste y yo tendré el lujo de trabajaré en él…
Y así, con una sonrisa de oreja a oreja hemos salido de allí. Dando las gracias al estupendo personal, que no solo nos ha dejado pasar sino que ha dedicado amablemente su tiempo a enseñarnos todos los entresijos.
¡Muchas gracias a Raquel y a Fra por invitarme a esta aventura!
Un abrazo a todos.
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