J.M.Prado-Antúnez nos introduce en un mundo literario lleno de espejos que se multiplican infinitamente. Sus palabras son el instrumento para referir el desasosiego de nuestra realidad surrealista.
Por: Manuel García
Hipérbatos y metáforas que conducen a otras metáforas convierten estos textos en una clase de fractales que son una analogía del caos en el que socialmente vivimos. Paradojas, contrastes y versos que cabalgan sobre otros nos muestran esa fiebre de aparente escritura automática donde la forma irreverente es una manera de comunicar microuniversos atrayentes y llenos de matices inspirados en todas las posibilidades de significado que irradian las diferentes palabras escogidas.
Prado Antúnez se sirve de la sustancia de la palabra para construir y destruir las realidades que sucesivamente van apareciendo en sus versos; los referentes son volátiles y solamente el rescoldo del significado que acaba de desvanecerse sobrevive como una brasa que incendia la palabra y los versos que le siguen. Destrucción, caos, el paisaje como desolación del poeta ante las incertidumbres del existir o el recuerdo como otro mundo paralelo en el que sostener la cordura se entremezclan en los diferentes poemas.
Perdurablemente anfetamínico no nos deja indiferente, porque cada poema es una reacción en cadena donde el significado o el tema como único sentido del texto se nos escapa. Lo significativo es la constelación, la suma de perplejidades que connota cada sustantivo inmerso en la propia indomabilidad de la sintaxis.
“Si multiplico el hacha, talo toda adulta espiga.
No lograré sacar el grano con la cariada encía,
ni inocular el semen, desangraré el ojo un día
de luna fina a tu negra luz vacía,
al mar de blanca muerte, mi arropada niña.” (pág. 23)