La toma militar del islote español de Perejil, primero por Marruecos, y seguidamente por España, demuestra el valor que para los países tiene un trozo de tierra aunque sea pequeño, inútil y deshabitado que consideran suyo, lo que es un aviso para cualquier independentista de un territorio nacional si el país tiene un gobierno fuerte.
Al tomar Perejil, Marruecos le facilitó al Gobierno español una respuesta indirecta al amago de rebelión independentista de los nacionalistas vascos y de sus aliados: “No se cambian unilateralmente las fronteras ni las reglas del juego”.
La política es la pugna entre dos partes que estiran los extremos de una cinta elástica hasta sus límites, evitando que se rompa. Cuando se produce la fractura, la hostilidad marcará las relaciones mutuas con la aparición de un ganador y un perdedor.
En el mundo desarrollado actual, muy definido, conservador y con una sola superpotencia, ya no hay débiles románticos ganadores. Ahora, los débiles pierden siempre.
Marruecos estiró y rompió la elástica relación con España al invadir un islote inútil y desapacible, lo que le supuso el desalojo.
A Rabat le quedan otras armas, tanto militares, como las inspiradas en la Marcha Verde que, para evitar una masacre de civiles, obligó a España a abandonar el Sahara Occidental en 1975. Otros islotes cercanos, Ceuta, Melilla e incluso Canarias, son deseos marroquíes.
Pero el PNV y sus aliados solo tienen una precaria mayoría parlamentaria para estirar la cinta elástica hasta el límite de ruptura: desde sus propias filas ya les están advirtiendo que el Estado es poderoso, y que no deben retarlo demasiado.