Hace dos semanas colgó en su cuenta de instagram unas fotos con las que anunciaba la liberación de un libro por haber llegado a los 1500 seguidores en esa red social. Yo suelo ver las publicaciones de una enigmática de Salamanca, mi ciudad, que siempre fotografia la portada del libro que lee tumbada en la cama y con él sobre las piernas. Me atraen los títulos y también el enigma de no verle nunca la cara. La casualidad quiso que la liberación fuera acompañada de una fotografía de María con el libro y ella de espaldas en la zona donde la había realizado, y que yo ese finde estuviese en Salamanca. Reconocí de inmediato el lugar y al día siguiente allí me dirigí, inspeccioné el lugar y finalmente lo localicé. Era nada más y nada menos que "Hombres buenos" de Arturo Pérez Reverte en edición de tapa dura. Mi alegría fue infinita.
Con los escritores se tienen relaciones que pasan por momentos diversos, unos de entrega enttusiasta y otros de insospechado alejamiento. Con Arturo Pérez Reverte..., ¡uy, madre, creo que estoy comenzando a repetirme y que esto ya lo voy a haber dicho! Voy a revisar, antes de proseguir este discurso que he emprendido, mis últimas reseñas sobre la serie Falcó porque creo que esta reflexión ya la hice allí. Vosotros también, si así lo decidís, podéis hacerlo pinchando aquí y aquí: para Lorenzo Falcó, el primero, y para Eva Rengel, el segundo; por último en este tercer aquí podéis leer lo que me suscitó la última de las suyas, la que tiene a perros como personajes. Bueno, como os decía al inicio, con este autor he pasado por épocas de amor incondicional y otras de cierto distanciamiento por..., como suele suceder en estos casos, todo y nada en concreto.
Ni que decir tiene que "Hombres buenos" me ha recordado muchísimo a ese primer magnífico escritor de novelas como "El Club Dumas" o "El maestro de esgrima". Ambos relatos constantemente acudían a mi cabeza si bien el que acabo de leer se sitúa en el siglo anterior al de los dos cuyos títulos acabo de nombrar.
El siglo XVIII ha pasado a la historia como Siglo de las Luces en algunos lugares y siglo de la Ilustración en otros. Esta distinta denominación que a muchos siempre nos pareció pura sinonimia no es cosa banal como se demuestra leyendo esta magnífica novela que Arturo Pérez Reverte dio a la imprenta en 2015, inmediatamente antes de las tres que en el último año he leído de él y de las que en el primer párrafo de esta reseña he dejado los enlaces.
La acción sucede un poco antes de 1785. Dos académicos de la Real Academia de la Lengua española, dos ' hombres buenos', viajan hasta París con el encargo de hacerse con los 28 volúmenes que conforman la "Encyclopedie" que bajo la dirección de D'Alembert y Denis Diderot escribieran durante casi 25 años una pléyade de ilustrados franceses: filósofos, científicos, educadores..., algunos tan denostados, prohibidos y perseguidos por entonces en España como Rousseau o Voltaire.
En una España en la que la Inquisición estaba vigente y en la que la Iglesia y el tradicionalismo casticista marcaban la pauta en todo, que dos académicos, el bibliotecario Hermógenes Molina y el brigadier de marina Pedro Zárate y Quiralt sean comisionados para emprender un viaje de 230 leguas que duraba cuatro semanas tenía que tener alguna justificación. Esta no era otra que la filantropía, el amor al saber, el deseo de mejorar que estaba en todos pero sobre todo en las élites cultas, de manera que hasta el mismo rey Carlos III e incluso la propia Nunciatura apoyarán la adquisición al entender que los veinticuatro miembros que forman la Academia son gente preparada que sabe discernir perfectamente si aquello que leen es correcto o desviación que haya que evitar.
La idea de escribir este relato le vino al escritor, académico de la española desde el año 2003, al descubrir los 28 volúmenes de la primera edición de la Encyclopedie française en la biblioteca de la institución de la que forma parte. Este descubrimiento y las pesquisas que realizó entre sus propios colegas ( Francisco Rico, Gregorio Salvador, Víctor García de la Concha, Darío Villanueva, José Manuel Sánchez Ron y otros) sobre el cuándo, el cómo y el porqué de que dicha publicación prohibida en ese siglo XVIII no sólo en España sino también en Francia estuviese en la Academia, entran también a formar parte de la propia novela.
Construye el escritor una estructura narrativa ciertamente llamativa que viaja del mundo de la realidad actual al de una ficción que se justifica y alcanza rango de veracidad suficientes merced a lo que en la trama del hoy el propio Pérez Reverte va dando a conocer al lector: documentos de la RAE (actas de sesiones de la Academia del XVIII con las fechas, los nombres, el resultado de las votaciones efectuadas, las asignaciones económicas para el viaje y compra de los libros...), textos en los que el autor se apoya para narrar con verosimilitud las diversas vicisitudes que pasarán sus dos protagonistas (caminos por los que transitarán, postas en las que cambiarán las caballerías de su berlina, posadas en las que pasarán la noche, locales, palacios, prostíbulos y tabernas pasisinas que vistarán, etc.), conversaciones con personajes reales de hoy mismo para que le aclaren ciertas dudas que le surgen a fin de presentar con credibilidad alguna de las situaciones en las que se van a ver envueltos los dos protagonistas, etc.
Junto a esta trama que transcurre en el hoy del escritor, y por proximidad temporal también en el del lector, está la que sucede en esos años prerrevolucionarios del siglo XVIII. Aquí nos encontramos a personajes históricos como nuestros dos hombres buenos, Hermógenes Molina y Pedro de Zàrate; el Conde de Aranda, embajador de España en París por aquel entonces; el abate Bringas, exiliado revolucionario español en París que colabora con la misión que realizan los comisionados españoles; ilustrados como Rousseau, Diderot o D'Alembert que andan por los salones de la nobleza parisina; algunos pisaverdes y damas de ascendencia española algunas como Margot Dancenis y otras no como Mme Du Barry que existieron realmente... Y también junto a éstos, toda una ralea de seres de ficción creados por el autor para dar fuste y forma a la historia; aquí estaría un tal Pascual Raposo que hará lo posible por que la misión descarrile, el gendarme Milot que colabora con el anterior, el afectado y pisaverde Coëtlegon amante de la Dancénis, las mujeres anónimas que asaltan a troche y moche a nuestros hombres ofreciéndoles sus favores sexuales, etc.
Esta segunda trama dieciochesca tiene además dos escenarios: Madrid y París. La edición en tapa dura de Alfaguara que es la que he manejado presenta en las guardas delantera y trasera los planos de Madrid y de París respectivamente. Con un gusto exquisito la editorial de acuerdo con el propio autor ofrece al lector la posibilidad de seguir así, grosso modo, el discurrir aventurero de estos dos hombres buenos más cerca cada uno de ellos de los 60 años que de los 50. La historia se distribuye en 12 capítulos y un epílogo, si bien antes del capítulo 1º el escritor coloca una especie de exordio para abrir la novela: un duelo entre dos hombres que está a punto de iniciarse en un bosque próximo a la ciudad de París, Es un comienzo clásico, in media res, que anima a quien lee a devorar lo que sigue porque será así como se entere del porqué de esta situación climática: " Sigamos escribiendo, ahora. Contemos la historia. Sepamos qué ha traído a estos personajes hasta aquí " (pág. 13)
El inicio, además, tiene mucho de cinematográfico. Se anuncia el clímax -o uno de los momentos climáticos- de la historia para de seguido efectuar una vuelta atrás (flash back) que aclare ' qué ha traído a estos personajes hasta aquí'. A partir de este momento los doce capítulos discurren de manera lineal sin más ruptura temporal que la que de manera natural surge en la mente de cualquier lector de una novela histórica como ésta: estamos en 1785 o así y todos sabemos que sólo restan cuatro años para la toma de la Bastilla. Este conocimiento hace plenamente inteligibles para nosotros frases de algunos personajes, en especial las temibles profecías que lanza el abate Bringas y que a los académicos no dejan de hacerles gracia por considerarlas meras exageraciones de imposible cumplimiento:
"¿De verdad no advierten lo que hay detrás de todo esto?... ¡Tan torpe soy, a fé mía, que fui incapaz de hacerles ver que bajo la apariencia de este París que a usted, señor, le gusta tanto hay una fuerza temible que poco a poco va aflorando y que un día arrasará esta engañosa placidez?... ¿No bastan mis comentarios y razones para hacerles comprender que esta ciudad, o el mundo que representa, está sentenciado a muerte? " (pág. 511)
Arturo Pérez Reverte es un bibliófilo, un coleccionista de primeras ediciones a ser posible. Él mismo al principio de la novela cuenta la pena que tuvo al no haberse podido hacer con una edición de la Enciclopedia Francesa a pesar de haberle sido ofrecida por un librero amigo. Cuando finalmente decidió adquirirla, alguien muy conocido suyo, Pedro J. Ramírez, se le había adelantado [Pedro J. Ramírez es autor de una novela histórica, "El primer naufragio" (2011), sobre la Revolución francesa y, claro, tener noticia de primera mano de las ideas ilustradas que la impulsaron era necesario].
Tras la anécdota anterior, Pérez Reverte siembra "Hombres buenos" de referencias bibliográficas especialmente en la parte de texto que transcurre en el momento actual. El escritor intenta siempre cuidar al máximo los detalles y para ello echa mano de una buena resma de libros, muchos de ellos ya existentes en su propia biblioteca: Cadalso, Martínez de la Rosa, Fernández de Moratín, Ramón de la Cruz....
"Para mover los personajes en ese escenario [el Madrid del último tercio del siglo XVIII] sabía dónde buscar [...] En mi biblioteca disponía de dos piezas notables a las que ya había recurrido antes [...] Una era el plano de Madrid publicado en 1785 por el cartógrafo Tomás López [...] La otra era el libro titulado 'Plano de la Villa y Corte de Madrid' publicado por Martínez de la Torre y Asensio en 1800. " (pág. 60)
El afán de precisión tanto en los escenarios como en los modos, tipos y costumbres de la época llevan al novelista con mucha frecuencia a consultar obras sugeridas por personas que él conoce como sus compañeros académicos de la española o amigos extranjeros como Chantal Keraudren, la buquinista y profesora francesa experta en mujeres del XVIII y XIX. Es ella quien le informa sobre la vida en el París dieciochesco de las damas españolas Margarita Dancénis y Teresa Cabarrús. Con todo la obra esencial para la parte de la novela que transcurre en París, el "Tableau de París" de Louis-Sébastien Mercier, también es esta Chantal quien se la recomienda.
Una novela haciéndose. El 'making off' de una escritura
Soy consciente de que al novelista cartagenero poco o nada le gustará el anglicismo con que encabezo este apartado, pero no encuentro nada mejor para expresar lo que quiero transmitir: En "Hombres buenos" Arturo Pérez Reverte nos permite entrar a observar su intimidad creadora, el proceso de creación del relato, los problemas narrativos y estilísticos con los que el autor se enfrenta y cómo los resuelve. Esto es para mí uno de los aspectos más relevantes de la obra. Ejemplo fehaciente de ello es cuando el narrador-autor justifica la elipsis narrativa que hará al pasar por alto el día a día del viaje por Francia situando a los viajeros ya en París, o sus proximidades:
"En consecuencia, comprendí, la narración exigía que llevase pronto a los dos viajeros a las cercanías de París, o a la ciudad misma, donde si habían ocurrido sucesos suficientes para mantener el interés del relato. Decidí, por tanto, recurrir a una elipsis -y en ella estoy ahora- que permitiese aligerar en el texto aquellas aproximadas 85 leguas, una semana larga de camino para la berlina de los académicos, que separaban Poitiers de la capital de Francia. " (pág. 180)
Antes he señalado la importante documentación que Pérez Reverte realiza para enfrentar la narración que se propone hacer. Es una investigación no sólo libresca sino siempre que puede 'in situ'. Así cuando decide realizar una conversación en Le Procope, un café que ya existía en el tiempo en que se sitúa el relato, el novelista se desplaza en París hasta él y allí en ese momento imagina cómo habría sido el encuentro
" De ese modo, equipado con todo aquello en mis notas situándolo con la imaginación sobre el plano de París de 1780, fue como, olvidándome de los rótulos modernos, de los animados restaurantes y comercios, de los turistas que llenaban el pasaje del Commerce Saint André, entré, o hice entrar al almirante y al bibliotecario en el Café Procope tal como lo habían hecho -o podido hacer- aquella mañana de su viaje, acompañados por el abate Bringas " (pág. 361)
Otro tanto realiza cuando imagina una acción, en este caso ese duelo con que abría la novela y que ya bastante avanzada ésta volvemos a topar con él. Habida cuenta de que los documentos conservados en la Academia hacían una vaga referencia al asunto sin nombrarlo directamente el novelista hace uso de sus prerrogativas de creador (" Reconstruir el resto de la escena, de lo ocurrido aquel dramático día en París, me correspondía a mí. ", pág. 397) mostrando con esto la verdadera función de la novela histórica: mostrar al lector aquello que la Historia omite, falsea u oculta. Sólo le restaba al narrador hacer creíble la escena del duelo entre dos hombres de muy diferente edad y para ello, sin otra posible documentación, ensaya consigo mismo, un hombre de unos 62-63 años, la posibilidad de tirar a esgrima con alguien mucho más joven y salir con éxito del asunto. Para ello pidió a Joaquín, esgrimista amigo suyo en plena forma, cómo podría un hombre ya no joven afrontar un duelo de esta clase:
"-Está claro que si tu personaje quiere salir bien del lance, debe batirse a la defensiva -concluyó-. A partir de cierta edad, los esfuerzos de acometer sofocan y acaban fatigando mucho.
Me mostré de acuerdo. Yo mismo acababa de experimentarlo de sobra. " (pág. 400)
Una de las premisas que a lo largo de mi vida profesional de enseñante siempre he intentado mantener es la de hacer realidad el dicho horaciano de 'enseñar deleitando'. Creo que Arturo Pérez Reverte se mueve en términos semejantes en sus novelas en general y en ésta en particular, quizás ello sea una de las razones que me ha hecho especialmente grata la lectura de esta obra.
Es evidente que "Hombres buenos" no se queda en un ejercicio de virtuosismo literario sin más. No, el novelista sabe lanzar cabos hasta nosotros desde ese siglo XVIII de algunas luces como la aventura que nos cuenta aquí, pero de muchísimas más sombras que se empecinan en zancadillear la misisón de nuestros dos académicos. Tras esto -una España escindida en dos: la que quiere avanzar y la que siempre quiere ralentizar o impedir este progreso- es fácil realizar analogías con nuestro momento actual como país. Muchos son los momentos en que tales semejanzas son evidentes, así por ejemplo
- "Los españoles seguimos siendo los primeros enemigos de nosotros mismos. Empeñados en apagar las luces allí donde las vemos brillar. [...] Tal autor extremeño, aquél es andaluz, éste valenciano... Nos falta mucho para ser nación civilizada con espíritu de unidad, como las otras que con justo motivo nos hacen sombra... Creo que no es el mejor medio recordar siempre, como solemos, la patria de cada cual. Antes convendría sepultarla en el olvido, y que a ninguna persona de mérito se la considere otra cosa que española. " (pág. 95)
- "Hay un ejercicio fascinante, a medio camino entre la literatura y la vida: visitar lugares leídos en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora, las historias reales o imaginadas, los personajes auténticos o de ficción que en otro tiempo los poblaron. Ciudades, hoteles, paisajes, adquieren un carácter singular cuando alguien se acerca ellos con lecturas previas en la cabeza. " (pág. 150)
- "No hay mayor aliado de los tiranos -dice tras un silencio largo- que un pueblo sumiso porque cree tener alguna esperanza en lo que sea: el progreso material o la vida eterna... La misión de quienes manejamos la pluma, nuestro deber filosófico, es demostrar que no hay esperanza ninguna. Enfrentar al ser humano a su propia desolación. Sólo entonces se alzará pidiendo justicia o venganza... " [dice el abate Bringas a los dos académicos] (pág. 258)
- "¡Ay, España..! Allí sólo se pide un poco de pan y toros, Allí se odia la novedad, y se detesta cuanto pretenda removerla de la ociosidad, la pereza y la poca afición al trabajo. " (pág. 513)
Pese a esa imagen de hombre serio, adusto, casi siempre enfadado, que los medios de comunicación nos trasladan del escritor, hay en él una veta humorística innegable. Es un humor irónico, a veces sarcástico, cínico, como es propio de aquellos que como dice el poeta ya no creen en nada. Pero con todo, y sobre todo con los compañeros académicos y/o escritores y periodistas, practica siempre un humor sinceramente amigable y amable. A mí me ha hecho especialmente gracia las referencias a algunos de sus colegas académicos a los que tiene 'amenazados' con una supuesta y por ahora inexistente novela titulada "Limpia, mata y da esplendor" en la que el fantasma de Cervantes vive en la Academia donde van a producirse una serie de asesinatos de académicos. El primero en morir sería Francisco Rico. Todos los colegas con quienes habla se piden ser los asesinos del profesor Rico y hasta el mismo Rico, temeroso de que este germen narrativo cuaje en realidad, le pide a su amigo Arturo que no le haga la faena de convertirlo en personaje literario como ya hizo Javier Marías en "Así empieza lo malo"; es una petición amable que en el fondo esconde el deseo de traspasar así la línea que separa lo real de la ficción dado que en el mundo de la ficción todo es admisible.
Pero no sólo con Rico hace humor, también con muchos otros colegas reparte rasgos innegables del mismo. Así del director emérito Víctor García de la Concha nos deja ver su magnífica disposición en todo y las graciosas confusiones en las que reiteradamente cae como decir "El bailarín murciano" donde debiera ser, como bien le corrige APR, "El bailarín mundano"; pero sin duda lo que más gracia me ha hecho de lo que dice de este antiguo profesor de la Universidad salmantina con quien me cruzo no pocas veces por la calle cuando visito mi ciudad es lo siguiente: García de la Concha " como de costumbre, sus ojos transmitían una exhortación entusiasta a la acción ajena, siempre que no le complicara a él la vida " (ja, ja, ¡qué malo es este Pérez Reverte!).
También, quizás, puede verse humor crítico en muchas de las afirmaciones, tópicas la mayoría de ellas, que hace el abate Bringas en conversación con Hermógenes Molina y Pedro de Zárate. Así al hacer un repaso de los pueblos europeos del momento suelta topicazos sobre los mismos:
"El inglés, robusto y bien alimentado, recolecta el fruto de su esfuerzo y su osadía. El francés es triste [...] El italiano despierta a veces de su letargo para atender el llamado del amor, la pasión o la música. El alemán trabaja, bebe, ronca y engorda. El ruso se deja esclavizar y ara el campo como una bestia... " (pág. 457)
Y al ser preguntado por el español prosigue soltando humoradas y lugares comunes no exentos de cierta verdad entonces y ahora:
"¿El español?... De ése no me hable. Envuelto en su capa y sus quimeras, despreciando cuanto ignora, que es casi todo, duerme la siesta bajo la sombra de cualquier árbol, esperando que la Providencia le procure sustento y le saque del apuro " (ibidem)
Como se ve y ya he dicho antes: enseñar deleitando.
Una novela de las mejores, si no la mejor, que he leído de este antiguo reportero de guerra, periodista siempre y magnífico escritor. Por ello no puedo por menos que volver a agradecer a @María Sáez del blog "No queda sino leer" la oportunidad de haberlo leído gracias a la liberación que como digo al principio hizo de este libro. La verdad es que obras como ésta merecen siempre la libertad porque en el fondo lo que en ella se cuenta es eso: el amor a la libertad y el deseo de alcanzarla a través de la fuerza de la Razón siempre en lucha contra la reacción y las diversas supersticiones de todo tipo que atenazan a los seres humanos.