Pérez Saínz sobre la desigualdad en América Latina. Un comentario sobre ‘Una Historia de la Desigualdad en América Latina’ (2016)

Publicado el 18 mayo 2020 por Arcorelli @jjimeneza1972

El libro que reseñamos es parte de una recuperación del tema de la desigualdad en las ciencias sociales, pero es además una reivindicación de una aproximación estructural al tema. Pérez Sáinz, ya al inicio del texto, marca su diferencia con otras aproximaciones,

El presente texto ofrece varias claves para entender la profundidad de las desigualdades en América Latina y su persistencia a lo largo de la historia. La mirada que predomina en la región se focaliza en la desigualdad de ingreso entre personas, información recabada por las encuestas de hogares; así, ha configurado nuestro imaginario sobre esta problemática. Sin embargo, debido a varias razones, ese es un acercamiento limitado, que no logra captar la profundidad del fenómeno ni entender su persistencia (Introducción, p. 13)

Pérez Sáinz da varias razones a continuación, las centrales son -porque en el marco analítico serán cruciales- que (a) antes de la redistribución del ingreso hay una distribución de bienes primarios, y que ella es la clave y que (b) el análisis del hogar esconde varias dinámicas que son relevantes para comprender la desigualdad.

No profundizaré en evaluar si esas observaciones críticas son correctas. Me limitaré a señalar que si bien parcial una perspectiva basada en ingresos puede entregar indicaciones históricas de largo plazo, y que de hecho no necesariamente está asociada a hogares (el estudio de Rodríguez Weber sobre desigualdad en Chile, Desarrollo y Desigualdad en Chile (1850-2009), 2018, 2a Ed., LOM, así lo muestra por ejemplo). No hay que olvidar que parcial no equivale a incorrecto.

Una perspectiva más integral se justifica en la medida en que ella permite obtener nuevas y mejores descripciones de la realidad. Eso no es evidente. Muchas veces un marco puede complejizarse para ser más integral pero no entregar resultados muy distintos de uno más simple. Bajo ese criterio observemos lo que nos plantea el texto.

I. El Marco de Observación.

Una de sus ventajas es que estamos ante un trabajo muy sistemático. El marco analítico que expone inicialmente construye un esquema de observación que será con el cual el texto analiza y describe la evolución de la desigualdad. En varias ocasiones uno encuentra que la discusión conceptual y el análisis empírico no conversan demasiado, y el aparato teórico resulta casi superfluo. No es el caso aquí: la discusión conceptual fundamenta el esquema de observación y éste, a su vez, estructura la descripción.

Lo primero es determinar que la desigualdad debe medirse en los mercados ‘primarios’, o sea aquellos que estructuran -finalmente- la producción. No es la desigualdad de ingresos, sino la desigualdad en acceso a capital, la desigualdad en relación a cómo se estructura la relación laboral etc. Son los lugares donde ‘se definen las condiciones de producción material de la sociedad’ (Cap 1, p. 31). Esto implica entonces que la desigualdad es, finalmente, producto de dinámicas en que opera el poder. Aquí reusa conceptos de Tilly (en La Desigualdad Persistente) y aplica a estos mercados básicos un par de dinámicas que serían las que generan desigualdad: ‘las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo asalariada y otro al acaparamiento de oportunidades de acumulación’ (Cap 1, p. 33). En esa dinámicas se juega el tema de las clase sociales.

Ahora bien, con el sujeto de la clase no se agota el tema. Pérez Saínz incluye específicamente las dinámicas de la individuación al tema de la desigualdad e incluye los pares categoriales (otro concepto que adapta de Tilly) para tratar género, raza y territorio: La adaptación es precisamente que Pérez Saínz restringe el concepto de par categorial, dejando fuera la clase.

Antes de entrar en la descripción de los procesos históricos que se hace en el texto, algunos comentarios. Lo primero es que diferenciar los mercados primarios del resto y realzar su importancia para describir dinámicas sociales. Hace unos años atrás Bas van Bavel (The Invisible Hand? Oxford University Press, 2016) planteaba que lo que diferencia a una economía de mercado de la simple existencia de transacciones mercantiles es que sólo en la primera los bienes primarios (la tierra, el trabajo etc.) son transados libremente en el mercado, y que eso ocurre en raras ocasiones. En la mayor parte de las sociedades hay mercados pero no cubren esos bienes básicos. Centrar el análisis de la desigualdad en las dinámicas sobre esos bienes sigue las mismas líneas: es importante separar el análisis de cómo se distribuyen esos bienes porque tienen consecuencias muy diferentes a los ‘bienes de consumo’.

Lo segundo es la aparición de las dinámicas de individuación. El argumento que esgrime inicialmente es más bien débil: ‘Es bastante evidente que no puede obviarse a los individuos, porque las biografías de las personas son únicas e irrepetibles’ (Cap 1, p. 39). Lo cual es cierto, pero no es claro porque ello implica que los individuos deban aparecer como otra dimensión del análisis de desigualdad. Es en la posterior discusión donde la razón queda más clara: las dinámicas de legitimación de la desigualdad, al menos en las sociedades modernas, no pueden pensarse sin relación a ello: Si las dinámicas de individuación son fuertes, ellas ‘pueden relativizar las dinámicas de clase’ (Cap 1, p. 40). Esos procesos (y en particular la diferencia entre una individuación basada en la propiedad privada y una basada en la ciudadanía social) son los que hacen que el análisis de la desigualdad no pueda separarse del análisis de la individuación.

Ahora bien, en base a ese marco de observación, ¿qué encuentra Pérez Saínz?

2. La Historia de la Desigualdad en tres momentos.

La división en períodos que realiza Pérez Saínz es tradicional para analizar la historia de América Latina desde el siglo XIX en adelante: un período oligárquico seguido de una modernidad nacional a la que sucede una modernidad globalizada. Los nombres varían pero es un esquema altamente usados para analizar América Latina. Y el relato general es más bien tradicional: Un período inicial de alta desigualdad, seguido de un período de menor desigualdad, que fue sólo parcial, y finalmente un momento de nuevo crecimiento de la desigualdad.

Antes de proseguir es relevante observar una de las virtudes del texto: efectivamente analiza América Latina como un conjunto y no, como es tan común, como una sumatoria de situaciones nacionales: las dinámicas y esquemas usados permiten ver de manera conjunta a la región (notando también sus diferencias).

Es el esquema de observación el que permite a Pérez Saínz desarrollar un análisis más profundo que el breve relato anterior. Así, por ejemplo observa que la importancia de los pares categoriales varía en cada época. Así en la era oligárquica es el par categorial étnico el más relevante (el eje civilización/barbarie que estructuró la individuación tenía una lectura directa en ese eje), en la era de la modernización nacional es lo que ocurre con los territorios (la diferencia urbano/rural en particular) y en la era de la modernidad globalizada el eje de género adquiere mayor centralidad (con nuevos procesos de subordinación ahora en el mercado de trabajo). Los cambios que examina a este respecto Pérez Saínz no se reducen a esas estimaciones de relevancia, son analizados época por época (así, entonces, con la importancia del multiculturalismo en el momento globalizado).

Asimismo nos muestra diferencias en lo relativo a los procesos de individuación. Como ya mencionamos, en el período oligarquíco el eje central es la diferencia barbarie/civilización: Sólo aquellos que tenían las disposiciones (y recursos finamente) para una conducta civilizada podían ser ciudadanos y luego así se justifica excluir a la mayoría de la población. En el período de la modernidad nacional se construye un ciera ciudadanía social, aunque en todo caso ésta fue parcial, pero aquí se superara ‘la antinomia entre ciudadanía y trabajo, propia del orden oligarquíco’ (Cap 3, p. 139, en tanto partícipes de la sociedad ya eran ciudadanos, y la ciudadanía tenía un fundamento social, no político (así interpreta el populismo). En el orden globalizado esa ciudadanía social se quiebra, al debilitarse los soportes de política social que lo constituían, pero emerge el consumo como el mecanismo de constitución individual para dicha época.

En cualquier caso, el núcleo de la desigualdad lo constituyen, al final, los procesos asociados a los mercados básicos: Las condiciones de explotación del trabajo y cómo se acaparan las oportunidades de acumulación.

En el período oligárquico nos encontramos con procesos que, en lo fundamental, implican la incorporación general de los procesos productivos en estructuras ‘modernas’ y capitalistas (como parte de una relación más intensa con el capitalismo global): Se instauran relaciones salariales y se destruyen formas comunales de propiedad (y la frontera agrícola avanza, todo ello implicando la ampliación de relaciones capitalistas modernas. Estos procesos constituyen desigualdad por la forma en que ellos ocurren. Así, Pérez Saínz hace notar que siendo la mano de obra salarial escasa no ocurre en América Latina que ella no implicó altos salarios, a través de diversas formas (pago en fichas por ejemplo) la relación asalariada no implicó ni siquiera la libertad formal esperable.

Así, la conformación de este campo se caracterizó por una contradicción básica entre la máxima movilización de fuerza laboral que intentaron los patronos y la mínima remuneración de la mano de obra que otorgaron; es decir, buscaron maximizar la proletarización minimizando la salarización. El acto fundacional de este campo de desigualdades de excedente estuvo marcado por una asimetría profunda que determinaría el desarrollo de la relación entre capital y trabajo en América Latina (Cap 2, p. 58)

Cuando se observa la siguiente etapa, de modernización nacional, en estos campos lo que encontramos son intentos de inclusión, que resultaron parciales o menores. Se constituye una categoría de asalariados formales (Pérez Saínz dice que se constituyen como empleo, no sólo como trabajo, siguiendo un poco a Castel) que adquiere ciertas seguridades y derechos. Pero al mismo tiempo esa categoría no incluye a todos y se instaura la diferencia formal / informal. En lo referente a la acaparación de oportunidades están los intentos de reforma agraria, en otras palabras que los productores directos en el agro puedan acumular; pero al final nos encontramos con procesos oligopólicos. La ausencia de un empresariado local importante se asoció entonces a que unos pocos actores (muchas veces, el Estado o el capital extranjero) fueran los actores centrales. En cualquier caso, los mismos mecanismos de ampliación de inclusión y de construcción de ciudadanía, el empleo formal, fueron nudos de desigualdad (al distinguir y cerrarse al acceso a dicho campo).

El empleo formal, en especial el generado en el sector público, expresó esa superación [de la diferencia entre ciudadanía y trabajo] y en torno a este fenómeno de la formalidad se tejió un nudo de desigualdades importantes (Cap 3, p. 159).

La modernización global implica una transformación de esos procesos. El empleo formal no permanece pero se precariza, al perder sus protecciones y seguridades. Pierde el carácter de ’empleo’ y pasa a ser de nuevo un trabajo. En los procesos productivos globales la ubicación en la cadena productiva se convierte en decisiva: ‘dentro de una trama globalizada no cualquier empresa tiene las mismas posibilidades de acumular; es decir, la trama es un espacio donde también hay desigualdad entre capitales’ (Cap 4, p. 188). En última instancia, lo que se observan son nuevos fenómenos de exclusión (a través de par global/local) que ocurre en economías ‘neo-extractivistas’, donde su inserción en la economía global es a través de la inserción subordinada a cadenas de producción que usan los recursos primarios (incluso si el trabajo es del sector terciario). Los cambios están asociados: Por ejemplo, no por nada el neo-extractivismo es en parte importante de productos agrícolas y las nuevas relaciones laborales nacen en el agro. Y estas transformaciones se asocian muy fuertemente al nuevo carácter del individuo, en la nueva estructura de relaciones productivas:

la empleabilidad desplaza el énfasis de las dinámicas laborales desde el puesto de trabajo hacia la propia fuerza laboral y sus decisiones. De esta manera, se mistifican los orígenes y las causas de esa regresión social y laboral; también viejos derechos se convierten en nuevos deberes y, de esta manera, se refuerza el individualismo que el orden (neo)liberal impuso (Cap 4, p. 180)

3. Entonces, ¿qué aporta esta mirada?

Planteamos que la potencia de una perspectiva se muestra en que nos permite detectar que de otro modo sería complejo de hacer, y sus problemas en que nos hace difícil de percibir.

Los elementos individuales del análisis no dependen mayormente del esquema. Más allá de si son o no buenas descripciones, ellas aparecen en múltiples fuentes. Lo que hace el esquema es la observación en conjunto, sistemática.

Ello permite, además, observar sus relaciones. Aun cuando mucho del texto describe por enumeración (‘en relación a esta dimensión, ocurrió A, B y C’), los elementos están entrelazados. Y permiten comprender mejor lo que son, creo, algunas de las ideas propias del texto.

La afirmación que la importancia de los pares categoriales varía por período es interesante y diría no es tan común como otras afirmaciones. Y, casualmente, ahí se juega una parte importante de las relaciones entre los diversos elementos de la desigualdad. En la dominación oligárquica lo que está en juego es el par étnico y esto se relaciona con dinámicas de individuación que enfatizan la diferencia barbarie / civilización: sólo el ‘civilizado’ cabe tratarlo como un individuo pleno. Lo cual es afín a las dinámicas que ocurrían en los mercados primarios, cada una de las cuales implicaba la imposición de la incorporación subordinada a los mercados (en otras palabras, el que estaba en posición de ‘bárbaro’ no era necesario considerarlo): tanto cuando se pagaba con fichas o se arrasaba con la propiedad comunal, esas eran cosas que se hacían sobre otros, aplicación de poder sobre quienes no tenían derechos. La importancia de la diferencia territorial (urbano / rural) está asociada, finalmente, a una ciudadanía social fundada sobre el empleo formal que era un tipo de empleo urbano, y donde la informalidad urbana siempre se percibió como el resultado de la irrupción de grupos rurales. La preponderancia de las categorías de género en la modernidad globalizada también conecta todo con el hecho que en una época individualista la incorporación de la mujer al trabajo es buscada y que la precarización laboral puede aparecer como ‘positiva’ para este segmento. En esas conexiones es que se muestra que el carácter sistemático del marco de observación permite observar de manera diferente nuestras sociedades.

En términos de afirmaciones específicas que creo son iluminadoras ellas ocurren en torno a la dinámica de los bienes básicos (como ya dije esa concentración es crucial). Una ya la mencionamos al discutir el régimen oligárquico: el hecho que en nuestros países la incorporación en un régimen salarial se realizó bajo condiciones de dominación, permitiendo salarios bastante bajos. Otro tema que menciona Pérez Saínz (y que también aparece en otros textos, como Ross Schneider, Hierarchical Capitalism in Latin America, Cambridge University Press, 2013) es la relación subordinada de los pequeños productores en la cadena de producción y su correspondiente dificultad para acumular:

Por consiguiente, a lo largo de estos tres períodos del desarrollo de capitalismo en la región, y a pesar de las transformaciones acaecidas, hay un denominador común: la exclusión permanente de la mayoría de los pequeños propietarios latinoamericanos de las oportunidades que en verdad les permitirían acumular (Conclusiones, p. 254)

No deja de ser curioso (en Salazar uno puede encontrar algo similar) esta defensa del pequeño capitalista por parte de personas con perspectivas críticas (el subtítulo del texto es ‘la barbarie de los mercados desde el siglo XIX hasta hoy’). Pero ya decía Braudel que entre el mercado y el capitalismo había una fuerte separación.

Como toda perspectiva, la que ofrece Pérez Saínz tiene sus puntos ciegos. Al criticar los ingresos como algo parcial e insuficiente, no toma en cuenta que serán parciales pero son parte de la realidad. Y esto afecta su discusión, porque el crecimiento de ingresos (que es parte importante de lo que está detrás de consumo como agente de individuación -ello sólo puede ocurrir si hay ingresos que lo permitan) es parte de las dinámicas de la relación salarial. Mirar lo que ocurre como precarización, y como caída de la fuerte separación empleo formal estable / trabajo informal inestable, no es todo el fenómeno. Del mismo modo, la situación del trabajo por cuenta propia se termina perdiendo: No es tan sólo exclusión de la relación salarial (no son sólo informales) ni tampoco correspondería dejarlos solo como pequeños propietarios. Y el trabajo por cuenta propia es una realidad estructural importante en América Latina, pero ni la dinámica de explotación ni de acaparamiento de la posibilidad de acumular cubre su situación.

En cualquier caso, como ya dijimos ningún marco puede abarcar todo lo que resulta interesante de analizar y el marco analítico sí permite describir elementos y relaciones que no serían tan claros sin éste. Dado ello, el libro cumple con su promesa inicial de iluminar aspectos relevantes del análisis de la desigualdad en América Latina.