Pereza veraniega

Publicado el 08 agosto 2015 por Elarien
I do not understand how anyone can live without some small place of enchantment to turn to. Marjorie Kinnan Rawlings
Hace tanto calor que la idea de salir de casa no es que dé pereza, es que aterra. Un paseíto bajo el sol no calienta el cuerpo sino que lo quema, el aire abrasa los pulmones y a cada paso las piernas pesan, hinchadas, con las venas dilatadas llenas de sangre ardiente.
Ante semejante perspectiva nada como quedarse en casa por las tardes y descansar de la mañana hospitalaria. No apetece hacer nada más que meterme en mi ostra. Pienso en revisar mis escritos, pero me da pereza. Quiero escribir algo nuevo pero mi cabeza está abotargada y piensa despacio, cuando piensa. La siesta no ayuda, me despierto torpe y pegajosa de sudor y sueño, sin ganas de levantarme del sofá.
¿Qué hacer en el sofá además de disfrutar de los mundiales de natación? Está claro: leer. En homenaje a la muerte de Doctorow, acabo de releer Ragtime por tercera vez. No sé por qué es una historia que tiendo a olvidar, aunque la revolución social de principios de siglo, comunismo, feminismo, racismo y anarquía, no son cosas que parezca que puedan pasar por mis manos sin pena ni gloria. El lenguaje de Doctorow tampoco. Tengo pendiente toda un montaña de libros en papel, es lo bueno de los libros, siempre hay más, y cada autor nuevo es un descubrimiento y una fuente de nuevas obras. Unos cuantos de esos libros eran de la Señora, su regalo de cumpleaños. Tenía una semana por delante para leerlos antes de dárselos y no había un plan más apetecible. El primero en caer seguía un orden lógico con el que había terminado. Se trataba de La feria del mundo de Doctorow, una visión infantil del Nueva York de los años 30, de la vida en el Bronx, la familia, la inmigración, la crisis económica, el estallido de la guerra y la Exposición universal. Formidable.
Enfrente de la relojería donde nos acercamos a recoger uno de los relojes de House encontré una pequeña librería. En el escaparate, un libro de Nemirovsky, El malentendido, su primera novela. Entré y en el interior descubrí La gaviota, de Sandor Marai. Me hice con los dos libros que cayeron uno detrás de otro tras terminar con el de Doctorow. Los dos tienen buenos principios pero no progresan al mismo nivel y no son las mejores obras de sus autores. El libro de Marai es más un ensayo que una novela, algo que ya sucede con más de sus obras aunque en ésta es más llamativo, no sé si porque las reflexiones se hacen repetitivas. Al libro de Nemirovsky le falta fuerza, quizá tenía que ser así y por ese motivo sus protagonistas sufren como sufren sin aclarar sus posiciones. En fin, unos personajes sin fuerza difícilmente enganchan, y el lenguaje de Nemirovsky en esa primera novela no tiene aún la maestría de las posteriores.
En la pila de la mesita de noche tenía Las lunas de Jupiter a medias, confieso que me había olvidado de él. Era un buen momento para terminarlo. Comparan a Alison Munro con Chejov y en alguna historia hay algo de eso, desde luego el uso del lenguaje es maravilloso, aunque en otras me parece una comparación muy traída por los pelos. Tras terminarlo, me gustó tanto que seguí con una selección de relatos de la misma autora. Cuando Munro pretende resultar negativa a fe que lo consigue y antes de hundirme en la miseria opté por intercalar otras lecturas.
Necesitaba desconectar, tras tantos adultos con vidas difíciles y desgraciadas, un cuento era lo que me hacía falta. El último que me había leído, The one and only Ivan, narrado por su protagonista, un gorila, me pareció magnífico, de lo mejor que he leído en lo que va de año, aunque se considere literatura infantil-juvenil. No sé porque eso es un estigma para incluir una obra dentro de la categoría de buena literatura. Es una historia tierna, entretenida, muy bien escrita y con valores. Tenía pendiente un cuento que compré de segunda mano por las ilustraciones de Ida Rentoul, The Lady of the blue beads, y disfruté como los indios con la imaginación de los chiquillos que, gracias a las hadas, reciben una invitación para visitar una isla de caníbales.
Ya repuesta de mi infantilismo, pero sin ganas de abandonar por completo los terrenos de la imaginación, me dediqué a Los años de peregrinación del chico sin color de Murakami. Murakami tiene destellos de genio y es capaz de crear ambientes oníricos como nadie, sin embargo, en rasgos generales, me gusta pero no me emociona. Tras deslumbrarme con sus destellos, al resto encuentro que le falta brillo. ¿Un ejemplo? "Aquella pieza tranquila y melancólica fue dibujando poco a poco la tristeza informe que envolvía su corazón. Como si en el aire una fina nube de polen se adhiriera a una criatura transparente y, calladamente, su figura fuese adquiriendo forma ante nuestra mirada."
El libro de Murakami salió del Círculo de lectores al que se apuntó House. Lo del Círculo no me convence del todo, me cuesta encontrar un libro en la revista que me apetezca de verdad y, cuando veo alguno, sé que lo puedo encontrar a un precio más razonable en amazon y sin traducir. Confieso que no suelo leer mucha literatura española, me resulta bastante deprimente, y la anglosajona la prefiero en versión original. Ya puesta, continué con las obras del Círculo y escogí una obra española, La mujer loca, de Millás. Me encantó el principio, era prometedor, original y divertido. Por desgracia la cosa se quedó en promesas y esa brillante idea dio paso a otra historia, trágica y dramática, que me defraudó.
En fin, sigo con el Círculo y la Claraboya de Saramago, su primera novela aunque la última en publicarse.
PS: Por cierto, las ilustraciones de esta entrada son de Ida Rentoul. ¿A que no os extraña que me comprase uno de sus libros?