Perfectos desconocidos

Publicado el 09 diciembre 2017 por Pablito

Uno de los mayores placeres que proporciona la película Perfectos desconocidos (Álex de la Iglesia, 2017), remake de su homóloga italiana Perfetti Sconociuti (2016), es imaginar la vergüenza -si es que tienen- que estará sintiendo las personas que mientras ven la película se están identificando, muy a su pesar, con cualquiera de sus personajes. En una obra que habla de la hipocresía, la falta de confianza y que, de forma inmisericorde, deja al ser humano por los suelos -a excepción de un par de personajes que, en un clima de inmoralidad generalizada, consiguen salvarse de la quema-, sentirse identificado con cualquiera que desfila por aquí ya revela la categoría humana del sujeto. Seguro que no son pocos los que lo hacen, mientras que los que observamos el espectáculo desde la barrera, esos que estamos lejos de ser perfectos pero que estamos a años luz de semejante nivel de mediocridad como el que aquí se expone, disfrutamos con que un director saque a la luz de una forma tan clara y tan pulcra las mentiras y la doble vara de medir de la que cada día hacen gala la gente de nuestro entorno. Que la sociedad está enferma no es algo nuevo, pero que hasta la persona más aparentemente intachable sea capaz de esconder secretos que pongan en peligro su integridad moral, su matrimonio o hasta la relación con sus amigos es algo que debe hacernos reflexionar.

¿Qué puede haber más inofensivo que un inocente juego entre amigos basado en leer los mensajes y las llamadas que reciben a lo largo de una noche en sus respectivos teléfonos móviles? A esto es a lo que deciden jugar los personajes de la nueva producción de Telecinco Cinema, algo que termina desembocando en un absoluto caos en el que termina peligrando incluso la integridad física de sus participantes. Aguda reflexión sobre los límites de la intimidad en una época en la que parecen no haber límites, Perfectos desconocidos constituye una brillante exploración de la condición humana, terreno en el que Álex de la Iglesia certifica una vez más ser un excelente conocedor, y una feroz crítica a una sociedad cada vez más egoísta, egocéntrica y enferma. Y, aunque la sensación general es que la película es lo suficientemente demoledora en este sentido, es cierto que el director podría haber llevado su dulce locura más lejos: la película tenía los cimientos necesarios para dotar al relato de más mala leche, de más mala baba… y aún así estaría lejos de parecerse a la realidad. Recuerden: la realidad supera siempre a la ficción

Dos escenas gloriosas destacan de este fantástico vodevil en perpetuo estado de gracia: el encendido -y muy necesario- monólogo del personaje de Pepón Nieto sobre la necesidad de la gente de tener controlados a los demás en plena era tecnológica –¿a ti qué cojones te importa lo que hago en línea a las 5 de la mañana?– y la conversación en manos libres entre el rol encarnado por Eduard Fernández y su hija, ante una Belén Rueda que se rompe. Dos momentos cumbre en una película que atesora momentos divertidísimos, algunos realmente brillantes -ojo al personaje de Ernesto Alterio, destilando una vis cómica brutal-, que sólo consigue bajar el listón en sus últimos 20 minutos. Una vez más se apodera del espectador esa ingrata sensación de que Álex de la Iglesia no sabe muy bien cómo terminar sus películas, que en muchos casos terminan siendo víctimas de ese exceso y esa falta de contención tan propias de su cine. Chirría que una película tan comedida en este sentido y tan escasa de efectos digitales, al director se le vaya la mano en su final, incluyendo alguna escena innecesaria -esa persecución entre hombre y mujer-, y potenciando ese lado pseudo-sobrenatural que hace restar calidad -y lo que es peor: credibilidad- a una película eminentemente terrenal, tan presa del aquí y el ahora. 

Convertida en el mayor taquillazo de la filmografía de Álex de la Iglesia -sólo en su primera semana en cines logró amasar la friolera de 5 millones de €-, Perfectos desconocidos corre el peligro de ser considerada una de las obras menores del director por la práctica ausencia de efectos especiales y su eminente aire teatral, pero no es así: la obra termina cayendo en el lado de las obras mayores del autor, beneficiada sobremanera por su ingente carga crítica y su inalcanzable nivel de comicidad. Todo envuelto, como viene siendo habitual en la marca Telecinco, en una irreprochable factura técnica. Con un reparto inspiradísimo -una película como esta no se sostendría sin unos intérpretes adecuados-, una brillante dirección que sabe manejarse en un espacio reducido de forma magistral y un tempo narrativo que va atrapando al espectador casi sin que se de cuenta, Perfectos desconocidos hace que sus pocos defectos -previsibilidad, desenlace excesivamente grotesco- pasen desapercibidos. Así que déjense el móvil y corran a verla.