Perfil humano de una ciudad La crisis está cambiando todo, destruyéndolo todo. El paisaje urbano ya no es el de antes: tiendas llenas, restaurantes repletos, bares con ambiente, escaparates sin ofertas… Ahora todo es diferente: pisos y garajes en venta o alquiler, tiendas vacías, escaparates con ofertas, bares sin clientes, restaurantes que languidecen a pesar de bajar el precio del menú del día. Esto afecta al ritmo cotidiano de una ciudad y de rebote afecta al ciudadano.Aunque soy pueblerino y por lo general contemplo más la vista que preside este post –así lo llaman ahora-; también recorro las calles de la ciudad de Zaragoza y me doy cuenta de que la crisis no afecta al fútbol, que la fila de seguidores da la vuelta al estadio de La Romareda para comprar una entrada, con el empeño de que el Real Zaragoza no baje a Segunda. Es triste que algunos se preocupen más por el destino de un equipo de fútbol que por el suyo, tal es el alcance de la crisis que se está viviendo. Si el paisaje urbano está cambiando con la crisis, se comprende que el perfil humano de la ciudad sea otro; de hecho estoy observando varios fenómenos que no recordaba y otros que jamás había visto, pero sí oído por boca de los que sufrieron la postguerra.Hace un año que empecé a ver gente, no muy mal vestida ni con pinta de transeúntes, recogiendo las colillas de esos ceniceros que ponen en las puertas de edificios elegantes para que la gente fume o en las puertas de edificios públicos; así he visto como recogen discreta y fugazmente las colillas del cenicero del Gran Hotel o de la Agencia Tributaria.Otro fenómeno es ver los bancos de las plazas y paseos ocupados, unas veces los ocupan gente charlando y otras comiendo algún helado en los días más cálidos; por el contrario las terrazas de las cafeterías menos céntricas están casi desiertas. Los bancos han sido en los últimos años un mueble urbano sin apenas uso, me refiero al uso que tuvo en otros tiempos como lugar de encuentro, tertulias o reposo; sin embargo con la crisis ha vuelto a recuperar el protagonismo. Cuando el dinero circulaba la gente se acomodaba en las terrazas de bares y cafeterías, con la crisis el banco rescata el amor de las parejas, los vicios de los fumadores, las charlas de los mayores, las familias disfrutando del helado dominical...Por otra parte está ya consolidada la figura del paseador con carpeta, gente parada dedicada a hacer cursillos en espera de que la situación mejore. Cuando irrumpió esta figura en la rutina diaria, todavía les quedaba un atisbo de esperanza; sin embargo aquel resquicio que quedaba de hacer un curso con el fin de encontrar un puesto de trabajo con exigencia de algún título, esa única posibilidad pasó ya, se agotó. Y como todo se agota y se gasta, yo que recorro las calles y observo rostros, cuerpos y vestimentas, me doy cuenta de que el deterioro avanza. La gente apura la ropa y se nota. Y después del deterioro, si esto no se remedia, inexorablemente vendrá el abandono.Y si el paseador de la carpeta ya forma parte del perfil humano de la ciudad, hay otro colectivo necesitado que va en aumento: los que asaltan contenedores de basura para sobrevivir, algunos van en coche con el fin de aprovechar más, quién sabe si para repartir entre los suyos lo que ya es perecedero.¿Qué decir de los vendedores de ajos a las puertas de los supermercados? ¿Qué decir de los que están sentados por las aceras pidiendo y dejando por escrito su difícil situación en un cartón? ¿Qué decir de los que te tienden la mano pidiéndote dinero para pagar el recibo de la luz? ¿Qué decir de los que te piden que les compres un bocadillo? Me gustaría saber si ven esto nuestros gobernantes; esos que viven tan bien, montan en coche oficial y encima machacan al contribuyente.