Perfume. Capítulo 43

Por Jose Jose Lorente @LorenteCapitan
Estar en casa de Joe me hace sentir tranquilo. Su cercana presencia siempre ha cubierto mi persona de un manto de serenidad, de normalidad anormal. Es una relación difícil de explicar. No sé si con las demás personas de su vida sucede igual, lo que sé es que conmigo, parece haber una relación de estrechez sentimental desde que me transmitió las palabras de mi abuela con su boca.
Mientras bebemos el whisky, le cuento todo el asunto del robo y la traición de Sandra. Le explico mis repentinas ganas de matar y también el asunto del detective privado. Él conocía a Héctor, pero no lo suficiente como para acudir a su entierro ni para enterarse de su muerte por otra persona que no sea yo.
—Tío, vaya días llevas… —me dice.
—Joder, y tanto… Creo que me estoy volviendo loco, o estoy rozando la fina línea que separa la cordura de la demencia, —contesto, después lleno mi garganta de escocés.
—Está bien. No te atormentes. Te voy a dar algo que quizá te ayude a superar todo esto.
—¿Algún amuleto?
—No, hombre, no. Esas mierdas no funcionan. Lo que te voy a dar es la droga más potente que existe en la Tierra. Viene de una planta del Amazonas. Conseguirla es difícil y caro, pero su efecto es algo, que no se puede explicar con palabras. Vamos a tomarla, a ver si por ahí descubres algo.
—Pero, ¿qué dices? Yo no tomo esas mierdas. ¿Desde cuándo te drogas?
—Me lo dio a conocer uno de mis clientes. Te aseguro que la experiencia que vives bajo sus efectos es inolvidable, a partir de ahí, entiendes la vida conforme es. Confía en mí.
—Yo paso. No me jodas, Joe.
—Qué sí, coño. Ya verás, tan pronto como empieces a ver cosas, sentirás que todo lo que has visto es material, que hay muchas cosas que escapan a nuestro entendimiento. Gracias a esta sustancia, verás todo de otro modo. Tu abuela aprueba el experimento.
—¿Mi abuela? ¿No dijiste que no volvería a saber de ella?
—Sí, pero ha querido hacerme saber que tomes esto, y si ella lo dice, es porque sabe que te vendrá bien.
Me quedo mirándolo con cara de pocos amigos al hacerme la idea de tomar una sustancia desconocida y quizá dañina, que el loco de Joe, está a punto de darme. Se levanta del sofá, va a la cocina, abre la nevera y saca una pequeña jarra de cristal que contiene un líquido color marrón. Se acerca y vierte un poco en cada vaso de whisky. Parece asqueroso. Devuelve la jarra a la nevera, se acerca, coge su vaso y le da un trago; su cara adopta matices amargos después de sorber.
—Venga, ¿a qué esperas? —Me dice.
Miro el vaso con cara de asco, lo agarro, coloco mi nariz dentro; huele a whisky. Sin pensarlo dos veces le doy un buen trago. El sabor es rancio, seco y desagradable, mucho peor que el escocés. Me dan dos arcadas que acentúan todas las arrugas de mi cara.
—Qué asco, por Dios, —refunfuño.
—En cinco minutos sabrás lo que es bueno, amigo.
Debatimos sobre lo malas que son las drogas para el organismo durante un rato hasta que empiezo a notar algo extraño dentro de mí. La sangre de mis venas parece solidificarse, la noto fluir con una densidad pasmosa. Me miro las manos, están muy enrojecidas. Al levantar mis ojos, el salón de Joe ha cambiado por completo. Hay un arco iris que nace de algún lugar y se estrella justo delante de mí, con un gnomo que salta alegre, avanzando por él. Joe está volando, alrededor del arco iris. Sus palabras son ahora distantes pero sonoras, me llegan en forma de notas musicales de colores. Miro a un lado; hay un anciano con barba de ochocientos siglos, con más arrugas que otra cosa en su cara y mirada triste. Me mira y sonríe. Me explica todas las cosas que debo saber sobre mi vida, desde el momento en el que nací hasta día de hoy. Ha sido un resumen extenso, no se ha dejado nada el muy cabrón; desde los juegos que jugaba de niño, hasta el presente de Sara, Héctor y demás. Comprendo que las cosas que me están sucediendo tienen que ser así, y no de otro modo. También me dice que soy una persona muy especial, y que tengo a un gran número de personas que me aprecian. Que no debo preocuparme por nada más que por vivir en armonía y calma. El misterioso anciano se levanta y se aleja, levitando, dejándome atónito mientras veo a mi madre cantando una canción que ha inventado con mi nombre. Ahora el anciano está delante de Joe, parece que se conocen. Le está explicando algunas cosas que no logro escuchar, pero la cara de Joe me hace pensar que son de una importancia transcendente para él. El gnomo sigue dando saltitos en el arco iris, desplazándose a un lado y a otro. Me levanto, miro por la ventana; los árboles del jardín están charlando entre ellos. El agua del mar está abrigando la arena de la playa con brazos, como si fuera un bebé frágil y delicado. Siento un golpe en la nuca. Me giro, es el anciano, me ha dado una colleja simpática y ahora me estrecha la mano diciéndome adiós. Joe está detrás de él. Poco después, todo desaparece; estamos Joe y yo en el sofá, sentados, como antes. Ahora por mi cabeza deambulan pensamientos desconocidos, que sin embargo, me son muy familiares. La sensación es gloriosa, la paz reina en el salón.
—¿Y no querías probarla, Maxi? —Me dice Joe, con una simpática sonrisa iluminando su rostro.
—Joder, ese viejo lo sabía absolutamente todo.
—Ese viejo es tu conciencia.
Lo miro comprendiendo perfectamente lo que dice. El anciano hablaba desde el más profundo yo, pero como si fuese otra persona. Es la mejor forma de conocerse a uno mismo. Esta droga provoca que veas las cosas de un modo que jamás podrías comprender si te explicaran. Hay que vivirlo para saber lo que pasa mientras estás bajo los efectos. Ahora ya no quiero matar a nadie, estoy lleno de amor por todo cuanto me rodea. Sólo quiero vivir en paz y armonía. Sandra es una magnífica amiga que merece vivir. No quiero ser yo el que la maltrate físicamente. Sara es una preciosa mujer, que me tiene enamorado y ni siquiera me había dado cuenta de ello. Héctor ha pasado a ser compañero de mi abuela. Todo eso es lo que me ha hecho comprender al abuelo parlanchín. Y así quiero seguir pensando.
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José Lorente.