“El culto a la objetividad provoca que los reporteros que presencian tragedias y sufrimientos cuyos responsables están perfectamente identificados vean que sus crónicas terminan llegando al público descafeinadas y desteñidas tras atravesar los filtros de los jefes de redacción y los directivos de despacho. La objetividad se ha convertido en elemento de culto para evitar enfrentarse a verdades desagradables o disgustar a una estructura de poder de la que dependen los medios de información para obtener beneficios o incluso sobrevivir.
Ese culto transforma a los reporteros en observadores neutrales o voyeurs. Si trabajan en televisión prácticamente se han convertido en webcams que no expresan nada, y si escriben se dedican a transmitir fríamente datos y números que no ayudan a comprender los acontecimientos. El periodismo actual destierra la empatía, la pasión y el afán de justicia. A los reporteros se les permite mirar, pero no sentir, ni hablar con su propia voz. Actúan como “profesionales asépticos” y se consideran científicos sociales desapasionados y desinteresados. Los nuevos profesionales tienen pánico a insinuar un mínimo de posicionamiento ante cualquier acontecimiento. O lo que es peor, reproducen las líneas informativas y editoriales señaladas por sus superiores y las agencias para no ser marcados ideológicamente. Así creen ser neutrales, pero no lo son, simplemente se convierten en operarios despersonalizados y desideologizados que abandonan cualquier iniciativa y principios.”
Pascual Serrano en “El periodismo necesita corazón”.