Este encantador libro reúne cuatro crónicas sobre el mundo del periodismo; puede decirse que amplía con mayor profundidad las innumerables guías que existen sobre la profesión. Agrega a estos tomos la dimensión trágica, aquella que ciertamente es universal, o al menos compartida en un amplio espectro del mundo laboral del capitalismo.
A su división –capítulos, relatos, wharever- podría emparentársela con los famosos pasos budistas para llegar al nirvana. Iniciación, lucha en mancomunión (¿existe esta palabra?), logros de la perseverancia y la vida más allá del deseo como última puerta transpuesta, en este caso el desempleo.
(Un paréntesis importante: la edición es preciosa, el diseño tan posmo-tapizado es absolutamente agradable a la vista y por supuesto combina con prácticamente toda vestimenta (lo leí en bermudas, jeans, bata, remera, camisa, etc.) y hace resaltar cualquier otro libro que se ponga al lado. También, la tipografía es atinada para la coloración levemente grisácea del papel -puede que el papel no sea gris, sino que yo esté viendo la vida muy opaca-. Incluso el lugar que ocupa el sello de la Gobernación de Bahía Blanca no pudo escogerse mejor.)
El texto más interesante se titula “Nada que hacer” y el menos interesante “Sí, quiero”. Es llamativo que en la negatividad hay mayor fuerza que en la positividad; esto no es baladí. “Nada que hacer” narra los inicios (la primera pasantía paga) de la narradora en el universo de los medios de comunicación, mientras que “Sí, quiero” relata entre otras cosas las artimañas para la obtención de una gran entrevista.
Tenso una cuerda entre estos dos relatos para pararme en ella con un precario equilibrio expositivo.
Cuando la literatura entra en el periodismo, no lo hace solo como retórica, sino como mecanismo de producción de textos, como dispositivo. La literatura relativiza, los géneros, las metáforas, las palabras y las cosas (lo real): todo pasa a conformar el juego de los signos, como elementos para una construcción. En otras palabras, cuando hablamos de periodismo literario decimos que la realidad objetiva y la ficción subjetiva conforman, con una jerarquía cuasi democrática, horizontalista, el plano de lo literario. Floreando más este presunto vocabulario técnico, digamos que al montaje de los informantes con que se maneja el periodismo, la literatura le agrega la dimensión trágica. Leer y escribir periodismo literario es adentrarse en una hibridación cuyo resultado es literatura y a la vez periodismo. Esto no significa que el haya permiso de mentir, inventar, o cualquier otro verbo cuya dimensión moral menoscabe los hechos objetivos.
“Sí, quiero” adolece de lo literario en su acepción más amplia. No se permite ser más que una crónica, lastimosamente obsecuente con los endiosamientos comerciales o mitos establecidos (el gran futbolista), sin substraerlos a su juego narrativo. Permite el paso de lo literario únicamente en su dimensión retórica, para ornamentar mejor a los personajes y las situaciones.
Por otra parte, la desesperación contenida de “Nada que hacer”. En este relato las pinceladas descriptivas no son solo una forma de visibilizar, si no que a la vez cuestionan, complejizan. El manejo de las elipsis –de tipo carveriano- no solo ahorra espacio a la narración, si no que hace que nos perdamos en la consecución de los acontecimientos. Las cosas pasan con una velocidad que al mismo narrador le cuesta seguir. El texto está plagado de “no sé” y de explicaciones ausentes. Hay incomprensión, duda, un no interrogarse por pereza o porque no vale la pena, aptitudes estas que conforman el NO-MANUAL de periodismo; pero que sin embargo son fidedignas e iluminan: quiero decir, no iluminan en un sentido de epifanía –el ejemplo de Carver es resbaloso- metafísica, sino que lo hacen respecto a las cosas narradas, hacia lo que significó ese caso particular de inicio en el periodismo pago: el trabajo impreciso, la inexperiencia, la excesiva buena voluntad, los egoísmos, la esclavitud, el Olimpo de las jefaturas, la imbecilidad, el rating, el tiempo contrarreloj, el arribismo, etc.
“La medida”, el segundo texto del libro, extrema los recursos de “Nada que hacer”, sin caer en la denuncia periodística, pero a la vez sin dejar de serlo. Es precioso este texto. Sin más.
Por último, ya rozando el terreno de las confesiones, está “Los que ser fueron antes que yo”, crónica del despido, la tristeza, el desmembramiento de toda una época (10 años de trabajo en prensa). Esta es una clara muestra de la versatilidad de Budassi. Después de esta crónica de la pérdida de trabajo, es indudable que todos los medios la llamarían a gritos para luego despedirla y que termine escribiendo sobre ellos, haciéndolos famosos, apreciables, magníficos.
En una parte del libro, Budassi dice que teme que se le haya arruinado “el nervio de la buena escritura”. No fue así.
+