Para aquellos que, como yo, vivimos la prensa deportiva en los años 90 del siglo pasado, recordamos unas noticias tranquilas, las cuales se limitaban a los hechos (que no era poco) y cada profesional se cuidaba de decir por los colores de qué equipo suspiraba. Era una época en la que daba gusto ver los programas deportivos. Eran unos años en los que tus opiniones más ultras las dejabas para la tertulia con la panda de amiguetes que formabas en la barra del bar de siempre.
Pero, con el paso de los años, los platós de televisión han ido sustituyendo a las barras del bar. Periodistas que, de no serlo, solamente vociferarían en estas tertulias de bar son ahora los nuevos héroes para una audiencia que cada vez quiere menos información y más espectáculo. Y es que cada vez es más impensable un programa deportivo sin gritos de sus tertulianos cual verduleras en el mercado, los cuales siguen la política de "tengo razón porque soy el que grito más, y punto!!!" Poco importa quien tenga la verdad o determinados hechos. Aquí lo importante es generar audiencia a base de mal rollo, y cuanto más se humille al contrario, mejor.