La curiosidad insaciable es uno de los ingredientes básicos para un buen periodista. La obsesión por saber más sobre un tema, por investigar hasta el último dato de un conflicto, por saber todas las versiones o por hacer un seguimiento de los asuntos debería guiar a los profesionales. Este afán, que tendría ser esencial en el ejercicio de este trabajo, choca frontalmente con el conformismo que reina en los últimos tiempos entre los periodistas, tanto recién llegados como los que cuentan su experiencia por décadas.
Las comparecencias informativas (¡ese invento!) representan el lugar en el que más se percibe una tendencia preocupante y muy peligrosa para la profesión… Cada vez son más monólogos que diálogos. Los periodistas pintan muy poco en una escenografía que se mide al milímetro. Y es que, es mucho más fácil acudir sin documentarse, sin el más mínimo interés por rebatir o indagar sobre lo que se explica (el periodista… siempre en la oposición) y sólo dispuesto a escuchar y escribir. Es la posición conformista que, por desgracia, se extiende como la pólvora. No se quiere ser incómodo, ni duro… A veces, es más útil en esta profesión pasar desapercibido, sin preguntas.
No sería justo no hacer mención aquí a los graves problemas de precariedad que sufren, especialmente, los jóvenes profesionales. Sin embargo, esa no debe ser la justificación para elegir el camino más fácil. Es obvio que es casi imposible llevar esa curiosidad hasta las últimas consecuencias cuando la carga de trabajo es el triple de la de hace unos años. Pero para no dejar morir este oficio, hay que, al menos, intentarlo.