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El trayecto aéreo desde Ámsterdam a Kuala Lumpur, de más de doce horas, llega a resultar interminable. El avión es cómodo, pero en clase turista los asientos son algo estrechos y si no se recae al pasillo, cada vez que hay que ir al servicio se precisa molestar a los vecinos de asiento. Unido a ello que permanecer sentado la mayoría del viaje reporta a los de más edad (nuestro grupo no era de jovencitos precisamente) calambres y molestias musculares. A la hora de la salida, las siempre bien dispuestas azafatas fueron sirviendo un pequeño aperitivo (cacahuetes y bebida) y después presentaron la cena, que componía una ensalada vegetal, un platillo de pollo a las especias con arroz y verdura, ensalada de frutas y unas natillas, más bebidas y café o te. Suficiente para romper la monotonía y propiciar el sueño, que era necesario para paliar el cansancio y “matar el tiempo”. La gran ventaja era que en la pantalla individual se podía organizar la visión de varias películas, inclusive de noticias de actualidad, y experimentar el trayecto del avión. Así, personalmente me entretuve en comprobar cómo desde la salida de Schipol, la aeronave volaba hacia el norte de Nederland y seguía por el norte de Alemania (Hamburgo y Bremen), hasta ir casi directamente, por encima de Gdansk (Polonia), hasta Minsk (Bielorrusia) y desde allí derivar sobre Rusia en dirección a Volgogrado, superando Turkmenistán y Kirguizistán, para dirigirse a cruzar el Himalaya por Nepal y aparecer al norte de la India, en concreto Calcuta, y ya desde allí volar en paralelo a la costa de Tailandia, para seguir bordeando la costa de Malasia (sobre la isla de Langkawi y la de Penang), para terminar llegando al sur de Kuala Lumpur, Sepang, donde se ubica el aeropuerto de la capital.La mayoría del pasaje dormía o dormitaba, mientras las luces de la cabina permanecían apagadas, aunque yo mismo apenas conseguí descabezas un sueñecito, ya que me interesé en seguir la trayectoria del vuelo. Cuando faltaba algo más de una hora para la arribada, comenzó a servirse el desayuno/almuerzo, compuesto de una tortilla de queso, ensalada, mantequilla, mermelada y pan, un yoghourt, ensalada de fruta y un quesito cremoso, con bebida y café o te. Más que suficiente. En estas nos hallábamos cuando se anunció que en treinta minutos la aeronave
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En el hotel nos recibió con amabilidad el mozo de puertas, quien, solícito, tomó nuestros escasos equipajes, y comenzamos la que resultó ardua tarea de registrarnos, o dicho en términos más actuales, efectuar el check-in.
En primer lugar y después de fotocopiar los pasaportes, comenzaron las peticiones: Debíamos pagar por adelantado la estancia de dos días, y pese a que ya se había asegurado el hotel una jornada, cobrándola de la tarjeta de crédito facilitada como garantía, se nos dijo que eso lo devolverían vía tarjeta, a lo que nos opusimos y exigimos se nos cobraran solamente lo que faltaba, computando el anticipo, lo que desconcertó a las recepcionistas, máxime cuando les dijimos que para evitar mayores problemas íbamos a pagar en
Descansamos un rato, y salimos a dar una vuelta por los alrededores, comprobando que el hotel estaba enclavado en un barrio mayoritariamente árabe, repleto de tiendecitas y restaurantes de aspecto humilde, sobre lo que pasaba el monorraíl que circunvala la buena parte de Kuala Lumpur.
Quisimos beber una cerveza, pero resultó vano intento, ya que el barrio era árabe y la ciudad de religión musulmana, por lo que el alcohol y las carnes de cerdo escaseaban y solamente podían hallarse en algunas tiendas no musulmanas.
Nos pertrechamos de agua y algunas galletas para nuestras estancias en las habitaciones, y a media tarde preguntamos al maletero y al encargado del hotel adónde ir a cenar, en plan algo típico.
Se nos recomendó la zona de Bukit Bintang, y especialmente la calle Jalan Alor, y allí nos llevó un taxi por unos 3 Euros al cambio.
La calle es de un colorista y variedad total, pues a ambos lados, sobre las aceras, hay muchos restaurantes y tiendas de comida, en las que se ofrecen
Con lo que no contábamos era con el picante, mucho, que hizo arder nuestras bocas, aunque tuvimos la suerte de que en este restaurante se servía cervezas, y por ello tres grandes cervezas “Tiger” (la marca nacional) aliviaron nuestro ardor bucal y nos sirvieron para gozar de una bebida alcohólica.
La calle se había llenado de visitantes y curiosos, que miraban los restaurantes y compraban también comidas sueltas para consumir mientras paseaban.
Al rato, vinos un tenderete en el que se anunciaba “helado frito”, algo que nos había recomendado nuestra hija Katia y que ella había experimentado en Indonesia. Encargamos tres (dos de menta y uno de vainilla) y observamos con curiosidad cómo los elaboraba el hombrecillo del puesto, en unos recipientes redondos que parecían estar muy fríos y que casi congelaban el material, sobre
Se estaba haciendo tarde, y ya nos pesaban las horas del día de llegada, porque aunque el vuelo había arribado a mediodía, la tarea había sido intensa.
Así que en otro taxi retornamos al hotel, en el que yo mismo quise ir a la terraza superior, en la que se hallaba la piscina, para contemplar la maravillosa
Ya estábamos en Malasia, nación desconocida y que pretendíamos descubrir.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA