Se pasó el control de pasaportes y la aduana polaca sin problema, y al llegar a las dependencias fronterizas ucranianas, volvimos a sorprendernos de que solamente una veintena de vehículos aguardara los trámites, por lo que en unos veinte minutos despachamos lo que habitualmente era una gestión y una espera de más de dos horas.
Eso sí, atendimos al refrán español de “donde fueres haz lo que
Y sí; en una media hora habíamos superado esa pesadilla que constituye siempre la frontera polaco-ucraniana, y más por Krakovets, y nos adentramos en la carretera que se dirige a Lviv, que comprobamos había sido reasfaltada a la europea, de manera que en vez de millares de agujeros solamente quedaba alguno, aunque seguían existiendo las rectas interminables con raya continua, que muchos vehículos de matrícula ucraniana se saltaban impunemente, aunque la aviesa policía de carreteras ucraniana (la denostada DAI, que roba y se deja sobornar más que vigilar el tráfico) estaba al acecho para cazar a los infractores, controlando además la velocidad con unos radares manuales que parece funcionan a ratos.
En ese trayecto hacia Lviv, después de recargar la tarjeta de nuestro móvil “ucraniano”, comprobamos que la gasolina 95 sin plomo se cobraba a unas 105 grivnas, equivalentes a 1 Euro, lo que nos satisfizo después de recorrer Europa pagando la gasolina a más de 1’60 €.
La circunvalación de Lviv sigue siendo un galimatías, con escasa señalización y un tráfico agobiante, y parece que pese a lo reciente de la celebración de la Eurocopa 2012 de fútbol, en Ucrania se sigue pensando que la conducción es para listos.
Ya en la M-6, que es la carretera estatal E-40 de Ucrania, que va desde la frontera de Chop (con Hungría) hasta Kiev, el pavimento siguió siendo bueno, en comparación con el que antaño habíamos sufrido, y por eso prosperamos en nuestro viaje, bien que procurando no sobrepasar lo 90 km/h., que es la velocidad máxima permitida, para evitar a los “sabuesos del radar”, escondidos detrás de cualquier arboleda.
Al llegar a Rivne, volvimos a sufrir en la circunvalación un “barranco”, con más agujeros (“pot holes”, en inglés) que dicen es la carretera nacional, y como salimos indemnes del riesgo, sin pinchazos ni roturas –casi milagro— pudimos continuar por Novograd Volynsky hasta Zhytomyr, capital de oblast que ya nos anunció la distancia de 131 kilómetros hasta Kiev.
Fue necesaria detenerse un rato para comer algo, ya eran la cinco de la tarde, y en un típico restaurante ucraniano, más lento en el servicio que una tortuga reumática sin patas, pudimos comer unos varenycky y una especie de lomo de cerdo, con dos buenas cervezas ucranianas.
El salto hasta Kiev se antojaba fácil, a no ser porque en el límite de
Pero, en fin, llegamos a los aledaños de Kiev y nos hallamos con el caos que originaba el asfaltado masivo de la carretera en su acceso a la capital, que nos obligó a buscar rutas alternativas para seguir a nuestro destino en Vyshhorod, donde llegamos sobre las ocho de la tarde sin especial cansancio.
Por fin habíamos realizado un viaje cruzando Ucrania con una relativa comodidad.
A la llegada a nuestra casa, nos hallamos con que nuestro hijo Andrey, avispado contratista de obras, nos deparaba la sorpresa de haber remodelado completamente el piso, derribando tabiques, confiriendo nueva distribución, configurando de forma magnífica los servicios sanitarios, con una cabina de jacuzzi propia de casa lujosa, con mobiliario nuevo, etcétera.
A fe que, sorprendidos (aunque algo sabíamos del cambio), brindamos muy gustosos con unas buenas cervezas y un vodka ucraniano, para retirarnos a descansar.
¡Ya habíamos cumplido la mitad de nuestro proyectado viaje! ¡3.890 kilómetros estaban registrados en nuestro coche!
…
En Kiev proyectábamos permanecer solamente cuatro días, por lo que hubo movilización general de nuestros buenos amigos, y así, además de las visitas de cumplimiento de las vecinas más allegadas, las buenas amigas ucranianas organizaron en la “dacha” o chalet
En lo referente a comidas, la mesa se adornó de diversas ensaladas (de verduras, de col, de pollo), carnes de cerdo a la brasa, y un delicioso pescado similar al salmón también preparado a la brasa, siendo la gran sorpresa que la anfitriona, la profesora Ludmyla, nos presento una “paella ucraniana”, en recipiente similar, marisco y un arroz cocinado de manera bastante razonable para las críticas de valencianos como nosotros.
Las mujeres disfrutaron de un largo baño en la piscina de la dacha y, tras la marcha de las residentes en Kiev, quedamos en el chalet para pernoctar, no sin cierto calor, porque la temperatura había subido.
Cuando el siguiente día nos reunimos para el desayuno (que en Ucrania acostumbre a ser tan abundante que prácticamente se prescinde de la comida), una placentera sensación de descanso nos invadía.
Nos proveímos de vodka para llevar a España y también compramos el delicioso caviar rojo de la isla de Shajalin (Rusia en el Océano Pacífico), más algunos bombones y chocolates.
Ese mismo dóa, por la noche, hubimos de reunirnos a cenar en un típico restaurante ucraniano (no recuerdo el nombre) en la calle Saksaganskogo, de Kiev, porque nuestros amigos Tanya y Gleb --joven matrimonio, ella hija de una vecina de Vyshhorod— se habían empeñado en agasajarnos, un poco en devolución de lo que decían habían sido nuestras atenciones. Y así, comimos de todos los productos típicos del país, regándolos con buen vodka, que corrió en abundancia.
Mientras el avispado agente revisaba nuestra documentación (toda ella española, incluida la del coche) otros vehículos circulaban a mucha más velocidad y los otros agentes permanecían impasibles, por lo que mi ilustre esposa, revolviendo sus antecedentes ucranianos, le plantó cara diciéndole que se aprovechaba para “cazar” a extranjeros, y que no tenía ninguna razón, lo que achantó al policía, quien se refugió en que mandaría la multa a la frontera y allí nos la cobrarían, soberana tontería,
¿Cómo se puede esperar que la policía ucraniana sea honesta si sus jefes y los políticos lo único que hacen y saben es admitir sobornos y sorprender a los ciudadanos?
En fin, llegamos a la frontera de Krakovets y de nuevo nos sorprendimos de los escasos vehículos que pretendían salir hacia Polonia (era domingo, y a las 5 de la tarde), y en una media hora ya entrabamos en el país de Chopin, si bien comprobamos que la cola para acceder a Ucrania alcanzaba más de cinco kilómetros. ¡De la que nos habíamos librado!
Que el siguiente día nos esperaba viaje por toda Polonia, y eso era un incógnita.
De todas maneras, habíamos cumplido nuestro objetivo de pisar nuestra querida Ucrania, convivir con familiares y amigos y volver a sentir esa especial atracción, esos efluvios, que manan de la querida tierra ucraniana.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA