-… Estaba empezando a pensar que quizá trabajaba usted en la cama, como Marcel Proust.
—¿Y quién es ese señor? —me puse un cigarrillo en los labios y me quedé mirándola.
Parecía un poco pálida y en tensión, pero tenía el aspecto de una chica que puede aguantar ese estado.
—Un escritor francés; un entendido en degenerados. Era de suponer que no le conocería
(…)
-Sí, me gusta la ruleta. A todos los Sternwood les gustan los juegos de azar como la ruleta, casarse con hombres que las abandonan, tomar parte en las carreras de obstáculos a los cuarenta y ocho años, ser derribado por un caballo y quedar baldado para siempre. Los Sternwood tienen dinero. Y todo lo que han comprado con él es una nueva oportunidad para hacer las mismas tonterías
(…)
Tantas pistolas rodando por la ciudad y tan pocos cerebros.
(…)
—¿Y qué sería yo para Eddie Mars? —preguntó Brody fríamente al tiempo que bajaba el revólver.
—Ni siquiera un recuerdo.
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Abrí la puerta y miré. La brisa fresca de la noche soplaba plácidamente por el pasillo. No había nadie en las puertas. Un revólver pequeño se había disparado y había roto un cristal, pero ruidos como ése ya no significaban nada.
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Fui a la cocina y me bebí dos tazas de café puro. Se puede tener resaca de otras cosas que no son el alcohol. Yo la tenía de mujeres. Las mujeres hacían que me sintiese mal.
(…)
Es una tramposa, detective, y yo soy un tramposo. Todos somos tramposos y nos vendemos los unos a los otros por un níquel.
(…)
—Soy un poli —me replicó—. Nada más que un simple poli. Razonablemente honrado. Tan honrado como se puede esperar de un hombre que vive en un mundo donde eso está pasado de moda. Esa es la causa principal por la que le pedí que viniese esta mañana. Me gustaría que lo creyera. Siendo un policía, me agrada contemplar el triunfo de la ley. Me gustaría ver a todos los canallas bien vestidos, como Eddie Mars, estropeándose sus cuidadas manos en las canteras de Folsom, junto a los pobres tipos de los barrios bajos, a quienes se les pesca en la primera travesura y no vuelven a tener ninguna oportunidad desde ese momento. Esto es lo que me gustaría. Usted y yo ya hemos vivido demasiado para creer que sea probable que esto ocurra. Ni en esta ciudad, ni en ninguna otra de la mitad del tamaño de ésta. No gobernamos nuestro país de ese modo.
(…)
No soy Sherlock Holmes o Philo Vanee. No espero ir a un terreno que ha sido ya cubierto por la policía, recoger la punta de una pluma rota y convertir eso en un caso. Si usted cree que alguien vive en esta profesión de detective haciendo eso, no sabe mucho sobre los policías. No son cosas así las que ellos pasan por alto, si es que pasan por alto algo. No estoy diciendo que hagan con frecuencia caso omiso de algo, cuando se les permite realmente trabajar.
(…)
—… ¿Qué tenía ese chico, Regan, para tomarle tanto afecto?
El mayordomo me miró a los ojos, pero con extraña falta de expresión.
—Juventud —contestó— y ojos de soldado.
—Como los suyos —dije.
—Si me permite decirlo, señor, no muy distintos a los de usted
(…)
¿Qué importaba dónde uno yaciera una vez muerto? ¿En un sucio sumidero o en una torre de mármol en lo alto de una colina? Muerto, uno dormía el sueño eterno y esas cosas no importaban. Petróleo y agua eran lo mismo que aire y viento para uno. Sólo se dormía el sueño eterno, y no importaba la suciedad donde uno hubiera muerto o donde cayera. Ahora, yo era parte de esa suciedad.
RAYMOND CHANDLER
“El sueño eterno”