PERMITIRSE LLORAR
Permitirse llorar no es fácil. Nos han educado para ser fuertes, ser árboles de pie ante las adversidades de la vida. Muchas veces sentimos angustia, tenemos el pecho dolorido ante tantas presiones y seguimos caminando, no nos detenemos a llorar: "debes ser fuerte", "llorar es de los débiles", "los hombres no lloran", "llorar es sinónimo de debilidad".
Tantas frases hemos escuchado en nuestra infancia y en nuestra juventud que ante el dolor, la pérdida, las injusticias y el fracaso, no nos permitimos llorar y tantas presiones y exigencias en esos pequeños instantes íntimos, nos dejamos llevar y las lágrimas que ahogan nuestro ser empiezan a brotar.
Sufrir la pérdida de ciertas cosas es inherente a la vida del ser humano. Muchas veces las cosas que perdemos o que se rompen en nuestras vidas son irreemplazables y ni siquiera nosotros mismos podemos repararlas. Sin embargo, los que nos quieren pueden ayudarnos a aliviar nuestro dolor y a soportar las pérdidas.
Cuando somos padres, tratamos de demostrar que somos fuertes a nuestros hijos, que nada nos quiebra, que nada nos duele ya que tememos dañarlos con nuestras debilidades, con nuestras lágrimas y ¡qué equivocados estamos! Ellos saben de nuestras tristezas y de nuestras alegrías. Sólo con mirarnos, con abrazarnos, con acariciarnos perciben nuestro dolor.
No pidamos permiso para llorar. Si sentimos que no podemos contener nuestras lágrimas, si sentimos que el corazón nos duele: lloremos.
No tenemos que ser fuertes todo el tiempo, toda la vida. Debemos permitirnos ser débiles y dejar que nuestros sentimientos salgan.
Hay una frase que dice todo con pocas palabras: ”Si nunca encaras tu pena, y dejas de reír para llorar, nunca conocerás la dicha del que deja de llorar para reír".