Lo se, es más Sábado que Viernes y todavía no he publicado nada. Podría sacar el libro de las cien mil y una excusas para librarte de situaciones embarazosas -me intriga que el concepto de cantidad y una más funcione como linkbait- pero la verdad es que no tengo ninguna realmente digna de ser contada a no ser que mienta como un bellaco.
Sea como fuere, ahora estoy en pleno proceso de mentalización de que empiezan las fiestas, a partir de mañana las rutinas se alteran y hay que rebuscar en el baúl de viejas tretas para segur en la brecha, como decían los del Último de la fila[1]. En medio de este proceso de cambio la vida sigue de forma inexorable y mi cabeza sigue atada en otra realidad, buscando mejorar partes de un proyecto en el que estamos liados hasta las orejas.
La ventaja con la que cuento es que este año las fiesta caen casi todas en fin de semana y los días laborables han dejado de ejercer su función porque los que somos padres tenemos niños en casa y los que no han aprovechado para pedirse unas vacaciones. El resultado es que hay unas dos semanas, que vendrían a ser unos siete u ocho días en los que puedo centrarme en encontrar esa mejora que casi toco con los dedos pero que cada vez que me siento a definirla se me escapa entre cada palabra que escribo.
Pero mi un cincuenta por ciento de mí está en esos mundos, la otra ya está pensando en que mañana tengo que ir a buscar los ingredientes para hacer la comida de navidad, en despertarme pronto el domingo par preparar el caldo base, cocinar el pulpo, en abrir la mesa para recibir a los invitados, en como presentar los platos y la comida para que antes de abrir la boca esta ya esté salivando de hambre. Pienso en que mañana por la noche nos toca ir a cenar a casa de mi suegros, en como volveremos a esas horas de la noche, en si volverán a preparar esa salsa de almendras que no es que esté buena sino que merecería ser un plato principal por ella misma. Me imagino la comida del Lunes -en Barcelona celebramos San Esteban- y que preparar porque año tras años siempre salgo de su casa con dos kilos de más y unos cuatro extra que no cuentan porque ya no me cabe más comida.
Me hace ilusión esperar al día treinta y uno y preparar con los enanos la cena, que de nuevo han pedido cocinar sushi, y ver juntos la película Big de Tom Hanks. Tengo ganas de ver salir disparado a mi hijo por la mañana para que me grite eso de papa, que han pasado Papa noel, como que no lo has visto... mira que eres despistado. Cogerle de la mano e ir a despertarlos a todos para que pongan ojos como platos de la ilusión, quizás por última vez.
Anticipo ya la resistencia y los nervios que van a tener el día veinticuatro a la hora de irse a dormir, el insistirles que no se pueden despertar pronto porque si les pillan por ahí dando vueltas se quedarían sin regalos.
También me veo haciendo el pariré con el Caga Tío -una tradición que ni me gusta ni entiendo, pero que a los petisos les hace ilusión y me la como con patatas- Dándole con una cuchara de madera a un tronco para que cague regalos no deja de tener su punto lisérgico pero ellos lo disfrutan cada año con una intensidad que envidio y me hace pensar que a veces debería dejar a un lado todo ese cinismo que llevo conmigo.
Dividido entre estos dos focos de atención intento mantener un pie en la realidad y no ser como ese hombre que en realidad nunca estaba allí.
Película[2]
[1][2]The Man Who Wasn't There InsurrecciónViernes, 23 Diciembre, 2016 - 18:23