(AE)
Mi querido compañero de blog ha escrito un post dedicado a la apariencia física como uno de los principios más importantes y valorados por la gente en África. Subscribo completamente los contenidos ahí expresados por que también he podido corroborarlos en mi experiencia personal. No queda duda alguna
El problema es que este tema tiene también una otra cara: el cuidado de la apariencia externa también implica un engañoso riesgo ya que puede quedarse en mera apariencia. Explico mi punto con un par de ejemplos:
Recuerdo en el Sur Sudán, muchos de los dirigentes (gobernadores, ministros, jefes locales, etc.) eran personas provenientes de las filas del ejército rebelde del SPLA, personas completamente curtidas en el campo de batalla, pero con poca o ninguna experiencia de un despacho o menos aún de las lides administrativas o de gestión. Aparte del guardaespaldas, del traje de marca, corbata, gemelos, colonia cara, bastón de mando y coche oficial, poco había que rascar porque no daban mucho más de sí, habían sido nombrados como reconocimiento de su fidelidad y su activa participación en la jerarquía de la guerrilla durante la guerra civil, no por sus méritos o su preparación intelectual y se limitaban por tanto a calentar el eskai de los sillones de despacho y ni siquiera hacían esto las horas mínimas. (En este sentido, puestos a comparar: recuerdo un ministro español del Interior que era electricista de profesión y una ministra de Sanidad que ni había terminado su carrera de Sociología, por lo tanto no va España tan a la zaga al Sudán)
Algunos gobernadores apenas sabían leer y escribir, pero exigían de las organizaciones que apoyaban la reconstrucción del país que les financiaran para su mesa ordenadores o televisiones de plasma colgados en la pared que les dieran empaque y solemnidad a sus oficinas. Estos personajes se solían cabrear mucho cuando llegaba algún representante de una oenegé y les preguntaba cosas técnicas o estratégicas que no podían comprender del todo y que obviamente apenas podían responder: algunos salían al paso de la mejor manera posible si tenían algo de labia... otros dejaban que algún subordinado más espabiladillo interviniera y les sacara las castañas del fuego.
Por desgracia, no les cuento aquí casos aislados, ya que los hay mucho más de lo que a uno le gustaría aceptar y se puede extrapolar esto a otros países y en diferentes estamentos, pero con más frecuencia en los diversos niveles de poder ya sea local, regional o nacional.
También en la iglesia africana he podido experimentar la importancia del aspecto exterior como valor en sí mismo. Por desgracia, no es raro ver por ahí curitas con clergyman, impecable traje y con zapatos archibetunados y relucientes que parecen que van a bailar claqué. Es todo un arte el conservarse así todo el día en esta parte de África donde si no es el polvo, es el barro el que te hace la puñeta, pero algunos lo consiguen... a base de no subirse en ninguna bicicleta o moto o no meterse en veredas de hierbas altas o inmundos caminos. A más de uno nunca se le verá arremangado de camisa o de pantalones atravesando un río o un lodazal, ni visitando una capilla completamente apartada y por tanto mucho más necesitada de la presencia de un padre, no, ellos van por libre y saben dónde se tienen que mover. Y en cada reunión oficial a la que los llaman, si es posible con gente “que parte el bacalao” ahí están, de punta en blanco, más bonitos que un San Luis pero más inútiles que un florero chino. Y lo peor es que más de uno de estos curas tan rigurosos en la vestimenta clerical y con la sempiterna tirilla han engendrado ya varios hijos que, por supuesto, nunca ha tenido la valentía de reconocer porque saben que se les acabaría la carrera... y el sustento. Extrema pulcritud y máxima observancia de las leyes eclesiales por fuera y una gran hipocresía aparte de mugrecita moral por dentro.
Dicen que en todos los aspectos de la vida, hay que ver las cosas con un poquito de filosofía y si se me permite añadir, con algo de pachorra: por un lado, como decía mi compañero, es muy importante cuidar no ofender a la gente porque realmente valoran que uno vaya aseado, limpio y digno. Por otro, no dejarse deslumbrar por exterioridad ni menos aún cometer el craso error de confundirla con la realidad porque bien sabemos que no todo el monte es orégano. Quizás teniendo un buen equilibrio entre las dos caras de este tema podamos comprender mejor y más profundamente este continente, sus puntos débiles y los indudables y magníficos valores que encierra.