Otra cuestión que me invade la mente es quién paga todo esto. Si el dinero proviene de fuentes privadas, pues me parece correcto, ya que cada cual puede hacer con su dinero lo que le venga en gana, pero si viene de dinero público, al menos en mi caso soy de los que piensa que, con la que está cayendo desde hace tiempo, hay cosas más importantes a las que dedicar el dinero. Y es que, sin ser un experto (ya me gustaría), mucho me temo que esta clase de investigaciones están destinadas al fracaso por una cuestión muy simple: ¿Con quién comparamos su ADN? Aunque hubiesen descendientes suyos en la actualidad, han pasado cuatro siglos desde su muerte, lo cual no sé hasta qué punto haría fiable un análisis genético. Eso siempre y cuando pudiese haber algún resto óseo para poder sacar alguna muestra. Es posible que algunos me digan que podrían compararlo con algún hijo, pero en el caso de la tumba Cervantes, según se comentaba en las noticias, habían restos de unas 17 personas, si la persona no me falla. La presunta es tan obvia como simple: ¿Cuáles son los restos del escritor? O sea, ¿cómo podrían saber con total seguridad qué restos son los suyos y cuáles no sin ningún género de duda?
Y es que hay que ser consciente que hay misterios que, por mucho que queramos, mucho me temo que nunca podrán ser desvelados. Tal vez tengamos que hacer como los religiosos, y aceptar determinadas cosas como actos de fe. Por otro lado, soy de los que piensa que lo verdaderamente importante de un escritor, escultor o pintos son sus obras, no sus restos. De Jesucristo, por ejemplo, no hay restos corporales (bueno, salvo el Santo Prepucio, que a saber si será el auténtico, como pasa con la Lanza Sagrada o el trozo de cruz, del cual yo vi uno en Cantabria, pero de los que hay a montones por todo el mundo), pero para los creyentes eso no significa que no hubiese existido o hace que crean menos en él. Pero bueno, supongo que el ser humano es así, y ha de tener algo tangible para poder adorar.
En fin, al menos estos investigadores han tenido sus quince minutos de fama, a los cuales se dice que todos tenemos derecho.