La Organización de las Naciones Unidas (ONU) se creó en 1945 con el firme propósito de fomentar la paz y la seguridad internacional después del horror de la Segunda Guerra Mundial. Desde su fundación, la ONU ha abordado un sinfín de áreas de trabajo y se ha organizado en un organigrama complejo. Tiene cinco órganos principales: la Asamblea General, el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social, la Corte Internacional de Justicia y la Secretaría General. Sin embargo, el sistema de Naciones Unidas incluye un amplio número de comités, agencias, programas y fondos especializados que reportan periódicamente a los órganos principales. Esta complejidad es posiblemente uno de los mayores retos que afronta la organización Para tratar de mejorar el funcionamiento de la misma, el secretario general Antonio Guterres impulsa desde hace años una reforma de la estructura que busca una mejor integración de los pilares de la ONU: paz, desarrollo y derechos humanos.
En estos 75 años de búsqueda de la paz y cooperación internacionales, la ONU ha impulsado marcos legales que sirvan para el entendimiento entre los países. Entre muchos otros, se pueden mencionar el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares de 2017 o la Convención contra la Delincuencia Organizada Transnacional. La ONU también ha facilitado a la comunidad internacional mecanismos de solución pacífica de disputas, como la Corte Internacional de Justicia, cuyas resoluciones son de obligado cumplimiento. Todo ello sin dejar de dar importancia a la lucha por el respeto de los derechos humanos o contra la pobreza.
Las sombras de la ONU: sin dinero y demasiado burocrática
El tiempo suele ser el mejor juez de las organizaciones políticas y sociales, para bien y para mal. En el caso de la ONU, su importancia en el panorama internacional a través de sus distintos programas e iniciativas es innegable. No obstante, esto no excluye que la estructura y funcionamiento de la organización planteen serios problemas que amenazan el éxito de sus propósitos.
El primer problema es que, siendo una organización nacida en 1945, su composición o su sistema de toma de decisiones apenas han cambiado. El mundo actual es muy distinto al que había en 1945: las amenazas son otras y las potencias internacionales también. Esta falta de adaptación se aprecia claramente en el funcionamiento del Consejo de Seguridad, el órgano más poderoso de la ONU. Desde su creación tiene cinco miembros permanentes y con poder veto: China, Estados Unidos, Francia, Rusia y Reino Unido; es decir, los ganadores de la Segunda Guerra Mundial. Además de esos cinco, otros diez países forman parte del Consejo en periodos rotatorios de dos años.
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Este derecho a veto supone que, a efectos prácticos, la ONU quede lastrada por los intereses nacionales de los miembros permanentes. Las cinco potencias del Consejo de Seguridad han logrado ponerse de acuerdo para aprobar algunas resoluciones importantes para la paz internacional, como la que apoyó el acuerdo para limitar el programa nuclear de Irán en 2015. Sin embargo, los miembros permanentes suelen usar el veto para protegerse a ellos mismos o a sus aliados. Como consecuencia, la organización se ve a menudo paralizada y no puede responder a las emergencias que plantea el mundo actual.
Otra gran sombra que dificulta el funcionamiento de la organización es el presupuesto. Hay quien considera que algunos países contribuyen a la financiación de la ONU más de lo que deberían. Otros creen que el presupuesto general de la organización es más bien bajo para todos los programas y organismos que nutre. En 2016, por ejemplo, el presupuesto de la ONU se acercaba al PIB de países como Costa de Marfil o Serbia. La complejidad de la financiación y el hecho de que no todos los países paguen a tiempo complica la estabilidad de la organización. El secretario general Guterres advirtió en 2019 de que la organización estaba al borde de tener que cerrar programas por falta de liquidez.
Que la organización internacional dedicada a mantener la paz dependa de presupuestos anuales y de la buena voluntad de los países es un problema. Con todo, el mayor reto es que la financiación general —obligatoria para todos los países miembros y fijada en función a su riqueza y población— no incluye la cobertura de algunos de los más importantes programas de la ONU, que se financian con aportaciones voluntarias públicas y privadas. En 2012, las aportaciones voluntarias suponían más de la mitad de la financiación total de Naciones Unidas, y de este dinero dependen enteramente agencias y programas como el Programa Mundial de Alimentos, Unicef o el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Ello obliga a estos organismos a vivir siempre al límite de sus recursos y capacidades.
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Por la paz, los derechos humanos y la cultura y contra el cambio climático
El ahogo financiero o su anacrónica estructura no han impedido, sin embargo, que la ONU tenga presencia en prácticamente todo el mundo y que sus programas y agencias sean imprescindibles en muchos países. Sus misiones de paz, desplegadas en diversas partes del planeta desde 1948 —como en la República de Sudán del Sur, Darfur o Kosovo— han resultado cruciales para la seguridad de esos lugares, así como para promover y facilitar las transiciones a la paz.
Poco después de su fundación, la ONU asumió el liderazgo en la protección de los derechos humanos. La Asamblea General aprobó en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un documento no vinculante pero que ha servido como marco común sobre este asunto. Tras su aprobación, la ONU ha impulsado importantes tratados internacionales vinculantes destinados a proteger los derechos fundamentales. Los principales son los dos Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, firmados en 1966. También destacan la Convención sobre los Derechos del Niño, la de eliminación de la discriminación contra la mujer o la de derechos de las personas con discapacidad, entre otras.
Sin embargo, el esfuerzo regulador no se ha quedado ahí: la ONU abandera la lucha contra el cambio climático y la protección del medioambiente promoviendo acuerdos internacionales específicos. El más reciente es el Acuerdo de París de 2015, que busca contener el calentamiento global. Como parte de ese esfuerzo se creó en 2010 el Fondo Verde para el Clima para ayudar económicamente a los países en su transición ecológica. Otros desafíos medioambientales prioritarios son la regulación de la pesca, para evitar la sobreexplotación y la pesca ilegal, y proteger océanos y bosques facilitando el acceso a la información científica sobre los efectos de la crisis climática en un intento de aumentar la sensibilización ciudadana. Finalmente, la ONU, a través de su agencia especializada para la educación y la cultura, la Unesco, fomenta la protección del patrimonio cultural y natural de la humanidad, incluyendo monumentos, folclore o lenguas en peligro de desaparecer.
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Erradicar la pobreza extrema y proteger a colectivos vulnerables
La ONU también ha prestado especial atención a la lucha contra la pobreza y por el desarrollo sostenible. En 2015 la Asamblea General aprobó la Agenda 2030 de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) una serie de compromisos que deben alcanzarse en los siguientes quince años. Su objetivo principal es asegurar la prosperidad en todos los rincones del planeta, e involucra no solo a la ONU, sino también a Gobiernos, sociedad civil y sector privado. Esta hoja de ruta es fruto del esfuerzo de la comunidad internacional por encontrar posturas comunes.
El primero de esos compromisos es erradicar la pobreza extrema, la que sufren quienes viven con menos de 1,90 dólares al día. 736 millones de personas en el mundo vivían aún en esta situación en 2015, el 11% de la población. La pobreza no es solo un reto en sí mismo, sino que condiciona muchas otras problemáticas, dificultando, por ejemplo, el acceso a una buena educación, a salud y alimento o a una vivienda digna. La discriminación o la exclusión social también encuentran su origen, en muchas ocasiones, en la pobreza de quienes las sufren. Con todo, se ha conseguido reducir a la mitad la pobreza extrema entre 1990 y 2015. Se cumplía así uno de los Objetivos del Desarrollo del Milenio de la ONU, los antecesores de los ODS. En 2020, además, el Programa Mundial de Alimentos recibió el premio Nobel de la Paz por su labor atendiendo las necesidades alimentarias de trescientos millones de personas y por actuar para impedir el uso del hambre como arma en conflictos.
Este compromiso ha hecho posible que el índice de desarrollo humano (IDH), el indicador de la ONU sobre la calidad de vida, haya mejorado mucho en las últimas décadas. Entre 1990 y 2017, el porcentaje de personas que se encontraba en un IDH muy bajo pasó del 60% al 12%, con cientos de millones de personas saliendo de la situación de pobreza. Para cumplir con la meta a tiempo y afrontar además el problema de la desigualdad, la ONU está impulsando programas de protección social para los grupos más vulnerables. Esas iniciativas incluyen, por ejemplo, mejorar los accesos y las infraestructuras de las zonas rurales, invitar al sector privado a promover oportunidades económicas para las personas en situación de pobreza o presionar a los Gobiernos para que mejoren sus sistemas fiscales y de empleo y su productividad.
Esta pobreza de carácter multidimensional la sufren especialmente las personas refugiadas y desplazadas. Poco después de la creación de la ONU, la comunidad internacional tuvo que afrontar la protección de los millones de desplazados por la Segunda Guerra Mundial y por el conflicto árabo-israelí, a los que seguirían decenas de conflictos hasta hoy. Para ello se creó en 1950 el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Acnur ha actuado, por ejemplo, para proteger a la minoría musulmana rohinyá, expulsada de Myanmar por el Gobierno del país en 2017 y que se ha refugiado en el vecino Bangladés. Colaborando con las autoridades bangladesíes, Naciones Unidas ha facilitado el acceso de los rohinyás a suministros básicos, como el agua potable.
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Las mujeres y los niños también notan la pobreza y la exclusión de forma más pronunciada. En el caso de las mujeres, la falta de independencia o la práctica de torturas sobre sus cuerpos ponen en grave riesgo su vida. La Asamblea General de la ONU condenó en 2012 la mutilación genital femenina, y desde entonces la organización ha aumentado su compromiso con la causa. Además, desde ONU Mujeres o Unicef, el programa especializado en la infancia, se trabaja con las autoridades nacionales para derribar mitos religiosos e integrar en las políticas de salud pública medidas que protejan a mujeres y niñas. Ejemplo de ello es el apoyo que la ONU prestó para lograr que el feminicidio se tipificara como delito en El Salvador y México, e introducir cambios educativos para prevenir esta lacra. Otra comunidad que se enfrenta a discriminación es el colectivo LGTBI. Por ello, en mayo de 2019, la ONU hizo un llamamiento internacional para que los países eliminen las leyes discriminatorias contra estas personas.
El compromiso con la salud pública y la respuesta a emergencias sanitarias
El ODS3 de la Agenda 2030 se centra en la salud y el bienestar de todos los ciudadanos. Con este objetivo, la ONU se propone metas tan ambiciosas como reducir la mortalidad infantil y materna, o poner fin a epidemias como la tuberculosis y enfermedades que se transmiten por el agua en mal estado o condiciones higiénicas no ideales. Una de las señas de identidad de la ONU a lo largo de su historia, a través de agencias especializadas como la Organización Mundial de la Salud y Unicef, han sido los programas mundiales de vacunación. Con ellos, Naciones Unidas apoya a Gobiernos no pueden hacer frente a la inmunización universal, salvando así la vida de entre dos y tres millones de niños cada año. Estos programas fueron responsables de vacunar a la mitad de los niños del mundo en 2019, imprescindible para mantener controladas enfermedades como el sarampión, la rubeola, el tétanos o la poliomielitis. De hecho, en 1979 estos programas consiguieron acabar con la viruela, la única enfermedad erradicada hasta el momento. Además, y en colaboración con socios privados y públicos, la OMS y Unicef promueven la investigación y el desarrollo de nuevas vacunas.
Las grandes epidemias de la historia
No obstante, ese objetivo ha cobrado especial importancia en 2020 con la pandemia del coronavirus. La OMS ha instado a los países a mantener los programas de vacunaciones aun a pesar de la situación y a no descuidar a los afectados por otras enfermedades mortales. Sus expertos se han desplegado para ayudar a los Gobiernos en la comunicación de la crisis a la población. La ONU también ha colaborado con las autoridades nacionales para suministrar materiales con los que cubrir las necesidades inmediatas y se ha involucrado en la protección de las mujeres y niñas, que han sufrido mayor violencia de género a causa de los confinamientos.
Pero, por encima de todo, la OMS ha coordinado el combate internacional contra la pandemia y ayuda a movilizar los recursos para superarla. El Reglamento Sanitario Internacional, aprobado por la agencia en 2005, obliga a los países a notificar a la OMS cualquier brote. Con esa información, la organización gestiona la crisis a través de sus comités de emergencia y sistemas de respuesta globales. Gracias a esos mecanismos, la OMS pudo alertar al resto de países del brote de coronavirus en China a finales de 2019 y declarar la emergencia sanitaria a principios del 2020. La creación, además, del Equipo de Coordinación de Crisis de Naciones Unidas, así como del Plan Estratégico de Respuesta, ha permitido a la OMS celebrar sesiones informativas con los Gobiernos, así como promover de manera urgente la investigación, el control de la enfermedad y la gestión de la crisis a nivel nacional y global con información detallada de expertos en virología y epidemiología.
La comunidad internacional necesita la ONU
En general, siempre es más fácil resaltar los errores que los aciertos y las victorias. Una organización con 75 años de vida podría haberse modernizado, es cierto. Sin embargo, a lo largo de ese tiempo la ONU ha conseguido cumplir muchas de sus metas, y lo ha hecho manteniéndose a flote como el principal foro internacional, algo que su predecesora, la Sociedad de Naciones, no logró.
Así funciona el sistema de Naciones Unidas
Los objetivos de la ONU son, a fin de cuentas, los de todo el planeta. Naciones Unidas es la conciencia que guía a los Estados hacia prácticas más democráticas, más sostenibles y más comprometidas con la protección de los seres humanos, la paz y el medioambiente. Lo hace, además, a través de marcos normativos concretos e implicando no solo a los Gobiernos, sino también a ONG, empresas, expertos y sociedad civil. Es cierto que la ONU no puede resolver todos los problemas, pero el motivo no está en su falta de voluntad. Por el contrario, son los Estados los que deciden qué estructura y cuánto poder y dinero otorgan a la organización, y hasta qué punto se comprometen con sus acuerdos y recomendaciones. La ONU es solo el foro de debate, pero la voluntad efectiva corresponde a sus Estados miembros.
Pese a todo, y tras 75 años, la ONU ha demostrado ser una organización imprescindible para el mantenimiento de la paz internacional, la protección de los derechos humanos, la salud pública y el patrimonio cultural, y la lucha contra el cambio climático o la pobreza. Y, sobre todo, provee de un foro de debate y un mecanismo de resolución de disputas para la comunidad internacional, dos empresas imprescindibles pero nada sencillas. Con todas sus sombras, Naciones Unidas es tan necesaria hoy como lo era en 1945. Y, de ahí, todas sus luces.
¿Pero qué ha hecho la ONU por nosotros? fue publicado en El Orden Mundial - EOM.