Todos los integrantes del grupo son grandes músicos que se valen de la música y de los instrumentos estrambóticos que construyen con materiales de desecho para elaborar sus actuaciones. Juegos de palabras y una sutil ironía sirven para mantener al público pendientes de un humor absurdo pero inteligente y elegante con el que critican desde el deporte a la política, la religión y hasta el engreimiento cultural. Uno de sus éxitos más sonados lo alcanzaron con el personaje de Johan Sebastián Mastropiero, con el que satirizan, desde su creación en 1968, a Bach y a los encumbrados y supuestos entendidos de música clásica. Es inolvidable el monólogo que hace Daniel refiriéndose a la juventud de Mastropiero: “Todo empezó cuando un conocido crítico se resfrió… se refirió, se refirió a Mastropiero”. Desde entonces, siempre que he podido, he seguido los espectáculos de Les Luthiers a través de cintas de audio, de vídeo o en actuaciones en directo en teatros.
El mundo, al menos el mío, se hace más triste e insoportable sin la compañía de artistas cómicos que, entre risas y chistes, nos ayudan a soportar las contradicciones, los infortunios y las injusticias del mismo. El humor crítico es cuestionador de lo establecido y escalpelo de la inteligencia para hurgar en la verdad que se pretende ocultar. Ahí radica la diferencia entre las payasadas de Lina Morgan y los disparates de Les Luthiers, y la razón por la que yo prefiera a los segundos que a la primera. No hay color.