Perpetuum mobile / 15 Anotaciones

Por Calvodemora

I / La vida

Da la vida sus previsibles raciones de espanto, la secreta impresión de que se cuida mucho de no excederse más de la cuenta, en no permitir que todo lastimosamente sucumba y se quede ella sin nadie que la conforte. Anuncia fascinación y también asombro, la extraña joya que los días ofrecen a modo de distracción noble y sencilla, y así no pensemos en el desenlace tosco, en su fuga turbia, en el imprudente epílogo. 

II / No somos Baudelaire

No podemos ser sublimes sin interrupción, no somos Baudelaire, no se precisa que lo seamos, no está el aire envarado de luz ni está oscuro ni gris, no hay aire que convenga ahora, no me violenta el día con su causa festiva, no estalla la poesía en mi pecho como un cántico, no he aprendido literaturas germánicas medievales, no he sentido el peso de la revolución en los cereales del desayuno, no he amado un pubis hirsuto de hija de janis joplin, no sé mucho de alquimia, no tengo todas las muertes juntas en un verso pristino, no hay patria, no persiste el amor como una epifanía en la boca del estómago, no hay purcell por las noches cuando nos amamos, no hay swing, no hay flow, no sé declinar los verbos más importantes, no veo la rosa ya rosa de verdad de un modo absoluto y continuo, no me pregunten, no está el tiempo a mi lado, no estuvo nunca, no estuvo ni cuando yo lo sentía, no canta el cantor, no lo escucháis, no está lázaro ni se presiente que acuda, no hay dios, no hay patria, no hay rey, no me vendan la usura, no la quiero, no creo que necesite más que esta canción de pablo milanés de mil novecientos ochenta y siete, no estabas tú, ah cuerpo, en el vértigo ni en la fiebre, no encontré asidero en los palacios, no vi ningún abrigo en el oro, no me ocupé de las palabras, no el largo mirar de las palabras sino el hondo pulso de lo que dicen, he aquí el cometido del poeta, es éste el verdadero latido del cosmos.


III /Festejo

Hay realidades excesivas, incómodas, persianas que ciegan la razón y abruman la tarde . El tiempo custodia gritos. El alma celebra continuas escaramuzas hacia el vértigo de un cuerpo al que joder toda la noche. Siempre es bueno confiar en el blues, me dijo un amigo pasado de bourbon, en su terapia enriquecida de parias atormentados que se han vendido al diablo. Todos nos acabamos vendiendo. Por más que duela, uno se obstina en los mismo vicios. Por más que escueza, nos rompemos la uña arañando la herida.


IV / Adrede

La sordina feliz de la vigilia perfecta. El oro ya perfecto. La luz como un arnés que confirma la estabilidad del engaño.


V / Poema

Nada de esto ha sucedido realmente, coronel Kurtz. El latido rasga el pecho, que abre una sima oscurísima en la que se abisma (alucinada) la voz y lo que la voz tutela. Allí se oyen voces. Profesan el mismo tenebroso culto. Adentro se obligan a un fornicio continuo y alumbran sílabas, campos de fresas para siempre, ríos como un jukebox de los setenta. La luz aspira secretamente a elevar vuelo y contemplar el vértigo fastuoso del aire. Ahí las contemplaciones. Ése es el numen, mi coronel. Dios le ha perdonado todos los crímenes.


VI / Urdimbre

No ves que estoy agotado. El nadador ha braceado la noche entera bajo la luz cinemascope de un flexo delincuente. La caligrafía del agua le adorna el torso, le empuja misteriosamente y el agua, bronca, desaparece en un remolino fabuloso en donde cabe el esplendor y el dolorosamente ya imposible milagro de la resurrección. El problema es que no creemos. Dejamos de creer hace tanto tiempo. Ya no se puede creer. El nadador ha cubierto una distancia de gacela herida, una imprudencia de distancia que concita la épica unánime de todos los rapsodas del mundo.


VII / Perpetuum mobile

Parafraseo aBorges, otra vez: se han precisado espejos, libros de arquitectura, poemas de Kavafis, solos de Chet Baker, islas en el Egeo y ruido de algas en un mapa muy viejo para que mi amor te encontrara y tu pelo viajara por mis dedos por las noches.


VIII / Luz de mi luz

Humbert Humbert en su línea de flotación perfecta. De su aventura equinoccial queda únicamente el Chevrolet, la fuga, el hotel discreto en la carretera secundaria, las sábanas arremolinadas sobre el cuerpo de la más limpia lascivia, el temblor ácido del cuerpo dócil, la niña con incontinencias adultas, el lúbrico peso de la culpa, sobre todo eso, la cremallera pujada sobre el tweed de marca, H.


IX / Retiro

Siempre hay una manera de distanciarse de lo que se apodera de uno, hay una vía de alejamiento, pero lo que duele es que algo de lo evitado, de lo abandonado en la distancia, resida dentro, esté ahí, a resguardo, a la espera de un momento de debilidad, pensando en todos los huecos disponibles. No nos desembarazamos del todo de lo que nos hace daño. De algún modo perverso y obstinado el mal nos puebla. Pensamos que estamos a salvo, pero no es cierto. Al mal, a esa porción que nos ha capturado, lo alimentamos igual que al bien. Andan los dos en alegre comandita, por ahí adentro, en el alma. Nunca sabemos qué es el alma. No hay una información fiable. Todas son huidizas, todas bordean el asunto, todas flaquean. Sabemos muy poco y hasta ese poco que sabemos se antoja en ocasiones irrelevante, baladí, como una nube en una tormenta.

X / Carver, oh Carver

Tengo la certeza de que hay cuentos de Carver que suceden a diario o, contado de otra manera, tengo la certeza de que no hay día en que algo no remita a un cuento de Carver.
XI / Kafka blues
Todos somos hijos de Kafka. No hay criatura en este mundo que no lo sea en algún momento del día. En las pesadillas somos hijos de Lovecraft. En las barras de los bares es Bukowski el padre al que debemos dirigirnos. Cuando leemos vamos soltando unos padres y adoptando otros. Me refiero a la literatura grande, la que se impregna. La otra es una cosa bastarda, un cosa amena que entretiene la llegada de la familia. La idea de un padre puede ser canjeada por la de madre. En los libros, en la vida, son las madres las que abren el camino que luego uno se esmera en recorrer. Al padre se le tiene siempre, pero no merece los mismos agasajos. Lamentablemente uno ha ido mucha literatura masculina. La hay a espuertas, haciendo que la otra no se advierte con la misma grandeza. El mundo editorial - y no solo el editorial - ha sido un mundo de hombres. Falta James Brown adornando lo que digo. Yo siempre fui más de Aretha Franklin. Es curioso que en la música la mujer haya escrito páginas más gloriosas que en otras artes en las que no ha sido preciso su intervención física. Es el público el que valora qué trasciende, qué no. Yo, que soy el público más a mano al que recurrir, tengo la certeza de que no llegaremos al ideal de que no sepamos quién nos emociona, a qué nombre atribuir el placer que se nos está confiando. Si es macho o hembra, si se ha educado mirando el mundo como James Brown o como Aretha Franklin.
XIII / Arte
La única salvación posible está en el arte. Ni siquiera el amor nos salva. El amor es una extensión del arte. Es la belleza la que nos eleva. La miseria del hombre procede de la mediocridad. Es la cultura la que nos salva de la mediocridad. La única salvación posible está en la belleza, en la cultura. El amor es también una forma de cultura. La felicidad consiste en cierto tipo de conciencia sobre la belleza o sobre el amor. Se puede vivir sin estos ingredientes, sin que el amor nos salga al encuentro o lo busquemos nosotros o sin que la cultura, en cualquiera de sus disciplinas o en todas a las que podamos acogernos, sea parte de nosotros mismos, pero no se puede vivir sin la necesidad de belleza. O es un tipo de vida triste. Será entonces, habida cuenta de lo poco prestigiada que está la belleza, un mundo triste el que habitamos. Triste, inculto, feo. 
XIV / Parménides
No sé si es bueno o malo que vayan saliendo las ideas y no las cribe y las registre aquí, sin apenas afinarlas, exentas del mimo que aplico a otras circunstancias de lo mío. De los siete años en los que me ocupo de esta bitácora no ha habido ningún texto del que me haya arrepentido sinceramente. Suelo no leer lo que escribo. Esta indolencia mía hacia lo que se me supone propio hace que siga escribiendo. No me gusta releer lo que escribo. Cuando lo he hecho he pensado que no me pertenece. Por eso no he tenido el valor de hacer textos largos. Porque requieren una madurez. Porque precisan del concurso de la paciencia o del acto de presencia del orden. Será muchas cosas, y es posible que alguna no sea mala del todo, pero no soy ordenado. 
XV / La ballena interior
Moby Dick. Releo de vez en cuando Moby Dick. Ninguna lectura me recuerda a la anterior. Es como si entrara por primera vez. Así debería ser el amor. Una especie de Moby Dick del corazón. Entrar y sentir que nunca ha estado uno en ese sitio.