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Si bien es cierto que hacer re-makes de películas clásicas importantes o de aquellas denominadas “de culto”, es siempre una tarea compleja, he de decir que al “Perros de Paja” que nos presenta Rod Lurie en estos días, no se le puede negar una buena intención, pero no ha sabido reflejar aquello que le daba valor, respeto y rigor a la obra de Pekinpah, una brutal sensación de suciedad moral y un ambiente hostil estremecedor tan depravado y abyecto como el mismísimo infierno.
Si en “Nothing but the truth” Lurie apuntaba buenas maneras, tras varios largometrajes que no dejaban de ser “del montón”, su revisión de los “Perros de Paja” nos ha proporcionado a los cinéfilos una serie de buenos momentos, a pesar de haber vuelto a caer, una vez más en el típico y clásico re-make de obra maestra con el que llegar al público masivo y consumidor de bebida de cola, tamaño gigante.
En la primera escena el director y ex-crítico nacido en Israel, se delata por completo en un ejercicio de preciosismo paisajístico yanki, de pijerío de lo más estúpidamente “fashion” en coche deportivo y de rubia platino de lo más fútil y encantadora. El estilo queda marcado por llamémosle, cine a la moda. Otro reto que se antojaba imposible de superar, nos aparece conduciendo el coche. Usar gafas de ver y tener cara de tipo introvertido, no es ni por asomo parecerse a Dustin Hoffman, era una batalla perdida de antemano, y así se ha plasmado.
Todas las ideas interesantes de la cinta de Pekinpah y por ende, de la novela, aquí se convierten, y nunca mejor dicho, en ideas de paja. La idea de violencia psicológica, no tiene actores o actriz para desarrollarse. La idea de ruralidad y sociedad anticuada, solitaria, sexista, machista y alcohólica, queda desnuda y sin poder a base de paisajes bonitos, hamburguesas y partidos de fútbol americano, que no hacen más que incrementar la sensación de postal. Y la idea fundamental de violencia no logra la calidad cinematográfica de Pekinpah, le falta artesanía y arte, capacidad y conocimiento.
Como digo, James Mardsen no logra acercarse a la capacidad interpretativa de Dustin Hoffman. Cuando el papel le pide cobardía se acerca en parte a lo que se espera de su personaje, pero es en el tema de la introversión donde no termina de cumplir. Hace años que no veo la original, pero no se me olvidan los gestos del gran Hoffman, escribiendo fórmulas en aquella pizarra.
Alexander Skarsgard tiene un papel complicado. El diseño de su personaje no está del todo bien cerrado y a veces se pierde en dualidades morales sin acierto y sin concreción de su personalidad. Y por otro lado se pasa media película a pecho descubierto, no sé si con la intención de vender más entradas, lo que sí sé, es que la idea es tan amarilla como vulgar.
Podríamos estar analizando las reacciones del ser humano en las situaciones más límite, pero con esto en las manos, sólo puedo analizar una burda copia de una obra maestra de Sam Peckinpah.