Conocí a David Barreiro (Gijón, 1977) en la Casa de Asturias de Madrid, un Día del Libro de hace al menos tres años. Acudí allí para saludar al poeta Alejandro Céspedes, que recitaba poemas de su último libro, y poder agradecerle en persona que me hubiese escrito el prólogo de mi poemario Móstoles era una fiesta (el primer de los dos libros de El bar de Lee). Barreiro también conocía a Céspedes, fuimos presentados y estuvimos conversando esa noche sobre libros. Este verano Barreiro me escribió para ofrecerme su última novela, Perros de presa, con la intención de que la leyese y si quería la comentara en el blog. Con Perros de presa, David Barreiro fue el ganador del Premio Joven 2011 de Novela de la Universidad Complutense de Madrid. Hace unos meses, también comenté en el blog la novela de Javier Serena, Estación baldía, que fue la finalista de este mismo premio. Había conocido a Serena en una ocasión y me escribió también para ofrecerme la lectura de su libro, que ya comenté en el blog.
Perros de presa sitúa su acción a finales de la primera década del siglo XXI, en una de las ciudades dormitorio que rodean Madrid. La novela, en primera persona, está narrada por Federico Narváez, de 37 años, licenciado en Antropología y que trabaja como guardia jurado en un centro comercial decadente de su ciudad dormitorio. Nunca se da el nombre de esta ciudad (a la que doce minutos de tren separan de la estación de Atocha), pero la relación del narrador con ella es cuanto menos ambigua, por no decir directamente pésima. Durante toda la novela se juega a designar a la ciudad mediante diversos nombres que actúan como adjetivos; así nos encontraremos que estamos en una ciudad herrumbre, ciudad socavón, ciudad despensa, ciudad cirrosis, ciudad trastero, ciudad callejón, ciudad ladrillo… Si Narváez considera que la ciudad en la que vive es una ciudad derrota, lo mismo puede aplicarse a su propia vida: “No he llegado donde esperaba” (pág. 26). Sin embargo, algo salva a Narváez del hundimiento total: su capacidad de observación y su sentido del humor.
Los primeros capítulos de Perros de presa son de corte costumbrista: mediante un lenguaje desenfadado (“lo disimulan que te cagas”, pág. 35; “palomitas saliéndonos por las orejas”, pág. 47; “la espichó”, pág. 81; “tengo los huevos de corbata”, pág. 152), que a veces cae en la frase hecha (“dicen las malas lenguas”, pág. 49; “nada nuevo bajo el sol”, pág. 73), pero que tampoco está exento de juegos metafóricos (“Un par de gotas gruesas como bombillas caen a nuestro lado y ambos miramos al cielo que ya ha adquirido un tono gris marengo que no le va nada ni a él ni a nosotros.”, pág. 20), Federico Narváez nos pone al día de cómo transcurre la vida en el centro comercial, donde no se toma demasiado en serio su trabajo, ya que además de ayudar a algún pequeño delincuente a robar comida, se dedica a dormir con los ojos abiertos o a admirar a Jessica, la más atractiva de todas las cajeras. Sin embargo, ya desde el final del primer capítulo (unos capítulos cortos) se pone al corriente al lector de uno de los pilares subterráneos sobre los que se va a edificar la novela: “Hace cuatro meses que mataron a Dani.”, pág. 15). Dani es uno de los dos mejores amigos de Federico, y el otro, Marcos, se fue a vivir a Barcelona, así que Dani es en realidad el mejor amigo del narrador. Dani dibuja un cómic durante las noches que acompaña a Federico en el centro comercial, cuando a éste le toca jornada nocturna. Una de las noches en las que Dani se acercaba al centro comercial -en la que Federico no se encontraba allí porque estaba enfermo- es asesinado de un disparo. Rápidamente se detiene a dos rateros como culpables del crimen; pero meses más tarde Federico encuentra detalles que no cuadran en la resolución del caso. De una forma casi casual, se convertirá en detective de la muerte de su amigo.
A pesar de que la novela parte de un costumbrismo con toques de humor muy español -donde el blanco principal de los chistes del narrador suele ser él mismo-, la estructura de Perros de presa nos remite a la novela negra o al cine negro norteamericano. En este tipo de narraciones, una persona vencida y cínica busca una redención personal mediante la resolución de un asesinato, y en el camino hacia esa resolución se va adentrando cada vez más en la corrupción de un mundo turbio. En la ciudad dormitorio de la novela, el centro comercial, escenario principal de la trama, simbolizó en el pasado la esperanza de una ciudad mejor, para acabar contemplado como languidece y se van cerrando sus locales, pero además: “La obra se había vendido como el proyecto de uno de los jóvenes arquitectos con más talento de la ciudad, pero luego se descubrió que no había llegado a terminar la carrera y su mayor mérito era ser sobrino del entonces alcalde, hoy en tercer grado penitenciario después de un turbio asunto de malversación de fondos públicos.” (pág. 47-48). El centro comercial va a esconder más de un secreto que Federico se encargará de descubrir con el periodista David Barreiro.
Esto último me pareció un juego ingenioso; dentro del trasfondo humorístico de la novela, el autor, David Barreiro, se introduce a sí mismo en la trama como personaje, un periodista precario más macarra y pasado de rosca (imagino) que el Barreiro real que escribe la novela.
David Barreiro, además de licenciado en Ciencias de la Información, es diplomado en Guión y Dirección Cinematográfica, y esto último se nota al analizar el montaje de la novela. En raras ocasiones aparece un elemento que sirve para dar continuidad a la trama que no hubiera sido anunciado previamente. En este sentido, la estructura novelística de Perros de presa está construida de forma notable. Más discutible sería su verosimilitud si nos planteáramos la posible existencia y conjunción de todas las causalidades de la trama (o golpes de guión) que se dan en la historia: resulta que Dani es hijo de una persona muy poderosa, resulta que uno de los guardias de seguridad del mayor banco de España trabajó con Federico en el centro comercial… y quizás el elemento más distorsionante (el elemento que más zarandea la verosimilitud narrativa de la historia) sea la introducción del periodista David Barreiro en la trama, como compañero fiel de Federico en la peligrosa aventura en que éste ha decidido embarcarse.
Perros de presa está escrito con un sentido del ritmo notable, y su humor chocarrero y cercano hará que el lector se sonría en más de una ocasión. La parte costumbrista de la historia (la descripción de las vidas que confluyen en el centro comercial) está bien dibujada, sin abrumar con un exceso de detalles. Quizás al acabar el libro el lector se haga algunas preguntas sobre la verosimilitud narrativa de lo contado, y aunque no encontrará ningún agujero en el engranaje, se planteará si todos los golpes de guión que hacen moverse al mecanismo de la novela no quedarán mejor (no serán más creíbles) en una obra norteamericana, o esta última idea sólo es un complejo de inferioridad propio de él como lector español de una obra española (o al menos esta ha sido mi experiencia).