27 junio 2014 por JLeoncioG
Los más bajos instintos parece que afloran en individuos que uno cree civilizados. Y la creencia -como la mayoría de ellas- es infundada, digo la creencia de ese estatus de civismo que se le asigna a los millonarios, a los bien situados socialmente, a los representantes, ídolos, faros de la sociedad.
El deporte, querámoslo o no, y la culpa la debieron tener los griegos supongo, refleja una de esas catarsis, a través de la cual las masas se sienten representadas por estos o aquellos colores, por estos o aquellos gestos, por estos o aquellos símbolos de victoria.
Se me ponen los pelos como tachas de dos pulgadas sólo de recordar esos minutos televisivos. Qué bien me he sentido disfrutándolos, yo y tantas personas.
Pero en el otro lado de la balanza se acumulan también los gestos feos, los desplantes, las ofensas: Michel agarrándole los huevos a Valderrama, el Cholo Simeone pisando a Julen Guerrero, los codazos en las salidas de las carreras de atletismo, los empujones en los pelotones ciclistas… y así hasta miles de ejemplos.
Pero el canibalismo se lleva la palma. Es el no va más. Lo más grande de la vulgarización y el retorno a las cavernas. Creo que el exponente máximo fue el boxeador Mike Tyson cuando arrancó la oreja de Evander Holyfield. Al boxeador de los pesados, que acojona sólo con mirarle la cara no le bastó la fuerza- brutal – de sus puños de acero (tóma tópico) sino que le mandó la tarascada a la oreja del pobre Holyfield que ni se lo esperaba. Y ahora Luis Suárez, el fútbolista uruguayo, tranca al italiano Chiellini y casi le arranca un cacho de hombro. Y parece que el hambre del uruguayo no es nada nuevo, y cada vez que puede muerde a alguien.