La antropologa Pat Shipman sugiere que “los seres humanos somos lo que somos gracias a la interacción con otros animales”. Partiendo de esta base, en el programa 154 de Redes dirigido por Eduard Punset se hacía un recorrido sobre cómo el ser humano aprendió a colaborar primero y, después valerse de los animales, para conseguir llegar a no ser una presa para otros.
Miles de años más tarde, la evolución de los perros a nivel social, cognitivo y morfológico los ha convertido en nuestros mejores compañeros de viaje. Sin embargo, esta relación; aunque beneficiosa para ambas especies, no ha sido siempre “justa”… el ser humano se ha visto beneficiado del trabajo y la compañía del perro seleccionando los mejores ejemplares creando centenares de razas de manera artificial y que, en muchos casos, y dada la mala praxis de sus criadores, han implicado el desarrollo de enfermedades congénitas en ciertas razas como la displasia de caderas, enfermedades oculares y respiratorias, etc.
En cualquier caso, hoy me gustaría hablar de esos perros que son mezcla de tantas otras y que representan un buen porcentaje en nuestros hogares. Los perros sin raza han sido infravalorados por el ser humano en muchas ocasiones; prueba de ello es que la mayor parte de los perros que hay en las protectoras no tienen una raza pura. Sin embargo, ¿son peores estos perros en cuanto a comportamiento, salud o estética? ¿por qué se les da de lado frente a los de raza pura? Obviamente, no son peores en ninguno de los casos comentados, de hecho, el cruce sanguíneo facilita una mayor resistencia a enfermedades transmitidas genéticamente.