Perros y dragones. Kyoto

Por Tiburciosamsa

Durante la II Guerra Mundial los estrategas norteamericanos decidieron respetar Kyoto y no bombardearla, en consideración a su patrimonio histórico. Los burócratas japoneses de posguerra fueron menos respetuosos que los militares norteamericanos. A partir de los años sesenta se les metió en la cabeza que había que modernizar Kyoto y conseguir que fuera igual de fea que el resto de las ciudades japonesas.

Alex Kerr narra así este proceso: “…la mayor parte de sus casas antiguas de madera han sido derribadas y reemplazadas con baldosas brillantes y aluminio. He visto jardines antiguos arrasados, posadas históricas demolidas, y mansiones tan hermosas como cualquier chateau francés destruidas.” Sólo en la década de los 90 se destruyeron cuarenta mil casas antiguas. Los templos antiguos que sobreviven en las afueras de la ciudad y aparecen en todas las postales, sobreviven porque ya tendrían que ser muy burros los burócratas para cargárselos también.



La nueva estación de trenes de Kyoto se terminó en 1997 y es el sueño de cualquier burócrata. Costó 1.300 millones de dólares, es inmensa hasta rozar lo megalomaniaco (y aun así se queda pequeña comparada con el ego del burócrata que la aprobó y la del arquitecto que la diseñó), no tiene en cuenta el paisaje histórico de la ciudad (o lo que queda de él), se parece a cualquier otro edificio de cristales y acero en cualquier otro lugar del mundo y por la apariencia lo mismo podría ser un edificio anodino de oficinas o una cárcel. Sí, es el sueño de cualquier burócrata: poder hacer algo por feo o ilógico que parezca, simplemente porque tienes unas ordenanzas urbanísticas, un presupuesto y porque te da la gana.



Estas fotos del interior de la estación muestran cómo cuando uno pierde la brújula estética, la pierde de verdad.

Incapaces de apreciar la verdadera cultura y la verdadera Historia, los burócratas ofrecen un sucedáneo del producto real, que ellos se han cargado. He aquí la descripción que el “Far Eastern Economic Review” hizo del interior de la estación: “Los visitantes puedes disfrutar de la clásica imagen de Kyoto de los pétalos de la flor del cerezo cayendo sin tener que salir: una cafetería tiene un espectáculo de luz que imita el efecto. El Teatro 1200 convierte los 1.200 años de Historia de Kyoto en un musical que promete entretenimiento con la tecnología más avanzada. Después los visitantes pueden cenar en un restaurante italiano con frescos que incluyen “La Escuela de Atenas” de Rafael.” ¿Quién necesita una experiencia estética auténtica, cuando tiene tantos sucedáneos a mano dentro de la estación de trenes de Kyoto? Parecería que al arquitecto se le hubiera olvidado que de una estación de trenes se espera que sea funcional y bonita, no el fin último del viaje.