Salinger era un personaje misterioso y problemático: esquivo con los medios de comunicación y tiránico con su familia, apenas se le conocen imágenes (y viendo la de arriba, la cosa tiene explicación...). Obsesionado a lo largo de su vida con diferentes religiones, se recluyó en su casa consagrando su tiempo y vitalidad a escribir (pese a que se negaba a publicar, al considerarlo una intromisión en su privacidad) y beber su propia orina. En definitiva, un tío majete.
Aún siendo justos con su talento literario, que en palabras de Hemingway era "infinito", Salinger no deja de ser el típico autor de un solo éxito (como las Ketchup), y que para encima supuso, si bien indirectamente, la muerte de Jonh Lennon. Mark David Chapman, también conocido como "el hijo de puta que mató a Jonh Lennon", estaba obsesionado con la obra de Salinger hasta el punto de querer modelar su vida al estilo del protagonista del libro, Holden Caulfield. Posiblemente ésa sea la razón del halo místico y de culto que rodea El Guardián entre el Centeno. Piensas que al leerlo te van a entrar ganas de matar a Madonna o Axel Rose (si es que no las tienes ya, claro), pero nada, al final no es para tanto. El Guardian entre el Centeno no es el Necronomicon.
Pero la cualidad de one hit wonder de Salinger no es única en el mundo literario. Hay otros autores célebres que, en contra de lo que su popularidad pueda hacernos creer, deben su renombre a un solo título, a un solo éxito. Es el caso, entre muchos otros, de escritores como Bram Stoker (Drácula), Patrick Suskind (Perfume) o incluso el mismísimo León Tolstoi (Guerra y Paz).
No es que una larga carrera haga mejor a un autor. A lo sumo lo hace constante, y a nadie se le escapa que esa cosntancia, en la literatura, se puede acabar convirtiendo en tortura (el ejemplo más claro sería César Vidal, a cuyo extenuante ritmo de publicación le debemos parte de la deforestación del Amazonas, pese a que limpiarse el culo con sus libros es lo más digno que se puede hacer). Lo importante, no deja de ser crear una obra imperecedera, y para lo bueno y lo malo, Salinger lo ha conseguido.