Como dice James Sallis en Vidas difíciles, Goodis escribió un único libro toda su vida y cada libro es un circuito cerrado en el que se nos cuenta la caída de un hombre. Caída que este hombre acepta con pasividad y masoquismo. Esto es exactamente lo que ocurre en La víctima. El protagonista, en el cúmulo de la mala suerte topa con una banda de prófugos, se enamora de la chica y, a partir de ese momento queda enfermizamente vinculado a ella, sin ser correspondido, por supuesto. Vera baila en un club decorado de color púrpura, color de los moretones, «cuando entras aquí te aporrean…Recibes el peor dolor que existe. Es el dolor de ansiar lo inalcanzable».
Calvin Jander empieza el relato ahogándose en la bahía de Delaware. Un hombre que es el «único sostén de una madre viuda y de cierta vagabunda inservible que resulta ser tu hermana. Sólo las dos, pero a veces tienes la sensación de que estás tratando con un enjambre de avispas» no podía empezar su aventura de otra manera. Es este un gran acierto narrativo de Goodis. Ya sabemos que Jander es un náufrago mucho antes de encontrarse con Vera y sus prófugos. Pero, a pesar de todo lucha desesperadamente por mantenerse a flote porque la vida es lo único que tiene y, como dice otro personaje, «lo único que podemos hacer es abrigar esperanzas»perdedor, marginado, alcohólico
En el prólogo de la edición que he utilizado, de Ediciones B de 1989, Juan Sasturáin define esta novela como un relato casi abstracto. Y es una definición muy acertada porque nada más alejado de una novela de acción que La víctima, donde prácticamente todo lo que pasa, pasa en el interior de los personajes. La víctima es, ante todo, un cuento moral. Una narración moral y psicológica. Hay peleas y muertos, pero no son el centro de la narración. No son el desencadenante a partir del cual se suceden y entrelazan todos los acontecimientos. Antes bien, el centro de este relato son los dilemas morales, las debilidades humanas de los personajes. Y la acción, la sangre derramada, es consecuencia diríamos inexorable, no deseada, de estos dilemas.
La historia es ciertamente obsesiva, gira constantemente sobre las mismas cuestiones, las mismas preocupaciones del personaje perdedor, marginado, alcohólico. Es el personaje prototípico de Goodis decantado, quintaesenciado. Cualquiera de los escasos personajes de esta novela reúne estas características porque todos los personajes han perdido la vida, deambulan por ella, se aferran a ella, no quieren morir, pero no saben muy bien por qué.
Desde un punto de vista formal, la novela también nos da esta impresión abstracta y obsesiva. Por una parte, va cambiando los puntos de vista con bastante rapidez. El relato alterna al narrador en tercera persona con el estilo indirecto libre en segunda persona, variando constantemente el punto de vista y consiguiendo que el lector permanezca obnubilado en ese circuito cerrado del que hablaba Sallis. Además, por su estructura, parece moverse en espiral, con giros al pasado que no terminan de aclarar las cosas, vueltas al presente y de nuevo obsesivos retornos a ese pasado que se supone que tiene las claves que nos explicarán el presente. El lector permanece siempre enganchado de una novela en la que no pasa gran cosa. La edición que yo he manejado, única que existe en castellano –que yo sepa- tiene 289 páginas. Pues bien, hacia la página 64, la historia no tiene ningún sentido, no sabemos de qué va. Sólo a partir de la página 111 en que comienza el flashback en el que se nos cuenta parte de la historia de los habitantes de la Casa no empezamos a encontrarle cierta coherencia a esta historia.
Una vez acabada la novela y explicado el mínimo enigma de la misma, queda en el aire un desasosiego que no podremos explicar más que atribuyéndoselo al arte de Goodis para crear unos personajes demoledores, con unos problemas eternos que se mueven en un ambiente pantanoso. Ahí está la genialidad de Goodis que nos presenta a un protagonista náufrago, que desarrolla toda la acción de la novela en las ciénagas del sur de Jersey, haciendo funcionar toda la ambientación como una alegoría del estado emocional y, sobre todo, moral de los personajes. Siempre caminando al filo del cenagal, con la angustia del que está a punto de sucumbir y sin saber si serán ellos la próxima víctima.
Ed. B, 1988
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