Jordi Pujol, crispado durante su comparecencia en el Parlament catalán, el pasado 26 de septiembre.
Jordi Pujol, cuando yo era pequeño, era el president catalán. Hacía gracia con su vocecilla y sus ruiditos y su parecido a Yoda, el personaje de Star Wars. Tenía ya una manía que le ha acompañado hasta hoy: cuando alguien le atacaba o criticaba, él decía que se estaba atacando a Cataluña. Pero Pujol no es Cataluña, igual que ni Aznar ni Zapatero ni Rajoy han sido o son España. Nunca pudimos sospechar, cuando gobernaba, que en esos mismos momentos estaba desviando dinero sin declarar a paraísos fiscales. La pública honorabilidad encubriendo hipócritamente turbios manejos privados. Ahora que todo se destapa el ex honorable -nunca lo fue de verdad- va al parlament que tanto le aplaudió y no sólo no responde preguntas, sino que se permite abroncar a quienes, como Albert Rivera, se atreven a preguntarle. Aunque la justicia le pueda llegar a absolver él ya es, políticamente, un muerto que camina por mera inercia. Caerá, ya ha caído su prestigio. Pero ¿tendrá siquiera el consuelo de que su cadáver político venga a abonar el árbol del Estado catalán? No creo que lo veamos, está difícil.