Un momento, Renata Glasner está viendo desde su silla de ruedas las olas que bañan la playa Leblón. Otro, está desafiando las aguas agitadas, cabalgando las olas en una tabla especialmente adaptada.
Glasner, una diseñadora gráfica de 35 años a la que se le diagnosticó esclerosis múltiple hace cuatro años, es una de decenas de personas con incapacidades que intentan domar las olas en esta faja de la playa de Río de Janeiro. Hombres y mujeres con parálisis cerebral, síndrome de Down, que han perdido algún miembro, ciegos, sordos e incluso paralíticos se aventuran en el mar con sus tablas.
Todos requieren distintos tipos de asistencia y controlan las tablas de diferentes maneras. Algunos parados, otros de rodillas y otros como Glasner tendidos boca abajo, usando el peso de sus cuerpos para controlar las tablas. Y todos salen del mar radiantes.
“El sabor del agua salada es impagable”, comentó Glasner, quien comenzó a perder el control de sus piernas poco después del nacimiento de su primer hijo y ahora necesita que alguien la ayude a transferirse de su silla de ruedas anfibia a la tabla. “Es el sabor de la libertad. Cuando te diagnostican una enfermedad como la mía, ni te imaginas que volverás a saborear eso”.
Antes de entrar al mar practican técnicas de surf. (AP)
Glasner lo puede hacer una vez por semana gracias a AdaptSurf, una organización no gubernamental de Río que trata de hacer las playas accesibles a las personas con incapacidades y las estimula para que practiquen deportes acuáticos.
En un país donde no hay rampas y los ascensores no funcionan, donde el estado de las aceras hace que resulte muy riesgoso para los incapacitados salir de sus casas, pelear por un mejor acceso a la playa puede parecer una frivolidad.
Pero en Brasil, que tiene 7.500 kilómetros (4.660 millas) de costa, la playa es el sitio donde se desarrollan una cantidad de actividades sociales: allí se reúnen las familias, se forjan amistades, las parejas se conocen o se pelean y se hacen negocios. Estar privado de los beneficios físicos de la playa y de la actividad social que allí tiene lugar es un castigo doble para los incapacitados, según Henrique Saraiva, cofundador de AdaptSurf.
“Imagínate que estás en un país rodeado de playas, donde la playa es un sitio casi místico. Pero cuando estás confinado a una silla de ruedas, no puedes ir más allá de la acera y te quedas sentado bajo el sol, mientras todos se divierten en el agua”, comentó Saraiva. “Es la experiencia más frustrante que te puedes imaginar”.
Junto con dos amigos, Saraiva creó la organización en el 2007, unos diez años después de quedar paralizado parcialmente durante un asalto.
Saraiva tenía 18 años cuando salió a dar una vuelta en bicicleta cerca de su casa en un barrio exclusivo de Río. Varios individuos trataron de robarle la bicicleta y uno sacó una pistola.
“Lo vi. El hombre se paralizó y disparó. Un solo tiro que me cruzó el estómago y se alojó en mi columna”, relató. “Caí al piso y en seguida me di cuenta de que no podía mover las piernas”.
Estuvo hospitalizado bastante tiempo y se sometió a varias intervenciones, sin que los médicos pudiesen decir si volvería a caminar. Intensas sesiones de fisioterapia, no obstante, le permitieron a Saraiva hacer a un lado la silla de ruedas y caminar con muletes.
Pese a tener muy atrofiada su pierna derecha, Saraiva sacó un día su vieja tabla y trató de usarla de nuevo.
“Fue algo mágico. En el agua me puedo olvidar de mi incapacidad”, expresó. “Me siento allí igual a los demás, uno del montón”.
En un esfuerzo por tratar de compartir esa experiencia con otros, Saraiva fundó AdaptSurf con la ayuda de dos amigos. En otros sitios como California y Australia hay organizaciones similares, pero Saraiva dice que AdaptSurf es la primera de su tipo en Brasil. Se reúnen todos los sábados y domingos si el tiempo lo permite, indicó.
“Al principio tocábamos de oído”, relató. El grupo se reunía en un sector de la exclusiva playa Leblón con una tabla de segunda mano y un par de sombrillas. En un comienzo iban apenas tres personas, pero la iniciativa prendió y AdaptSurf recibió hace poco una generosa donación que le permitió comprar rampas y pasarelas para colocar en la arena y varias sillas de ruedas especiales para la playa.
“Cuando personas que pasan toda su vida en una silla de ruedas se montan en una tabla y logran cabalgar una ola, su autoestima se va por las nubes”, dijo Saraiva. Agregó que para las personas con incapacidades tan severas que no pueden salir de sus sillas de ruedas, tener el agua por la rodilla es algo que los hace sentir bien.
Monique Oliveira monta una ola con ayuda de un voluntario. (AP)
Ahora varias docenas de personas cruzan esta metrópolis de 6 millones de habitantes para asistir a las sesiones de AdaptSufr. Algunas de ellas se pasan horas en autobuses para disfrutar de la playa y las olas. Hay gente que llegó procedente incluso de la capital Brasilia, que se encuentra a 1.170 kilómetros (725 millas).
Instalan sus sombrillas en el sector donde están los salvavidas, pero hasta ahora nunca requirieron de sus servicios, algo que Saraiva atribuye a la seriedad con que hacen las cosas. Cuando el agua está demasiado agitada o las aguas se retiran con mucha fuerza, se limitan a practicar las técnicas en la arena. Incluso cuando las aguas están tranquilas, nunca van al agua más de uno a la vez y solo si hay alguien sin incapacidades a mano para ayudar.
Camila Fuch se interna en el mar para hacer surf, acompañada por un voluntario. (AP)
André Sousa, de 33 años y quien quedó paralizado de la cintura para abajo en un accidente motociclístico en el 2001, nunca había hecho surf, pero ahora espera entrar en el libro de récords Guinness como la persona con incapacidades que más tiempo pasó sobre una ola.
El surfista incapacitado generalmente pasa entre 10 y 15 segundos en una ola. Souza, sin embargo, el año pasado estuvo tres minutos sobre una “apororoca”, como se denomina a una ola gigantesca que se presenta en ríos de la región amazónica unas pocas veces al año. Espera montarse en otra “apororoca” este año.
“La primera vez que me subí a una ola fue el momento más feliz de mi vida”, aseguró Souza, un hombre delgado, fuerte, con una sonrisa contagiosa y ojos brillantes. “Es el sitio donde me siento más libre desde mi accidente. Todo el día y toda la noche eres prisionero de la silla, de tu cama, de tu cuerpo. No tengo palabras para describir la sensación de libertad que siento en la tabla”.
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