En Oriente Próximo prosigue como un leve goteo este intercambio de rehenes y presos entre palestinos e israelíes. Occidente mueve ficha como puede, con sus añejas estructuras lentas como elefantes: Suenan de lejos los miriñaques que huelen a naftalina y se atusan las pelucas empolvadas de unos embajadores llamados a consultas como si estuviéramos en la Corte del Siglo XVIII, mientras Hamás refuerza posiciones en Gaza. Hasta ha organizado un ranking en función de su conveniencia. Las mujeres y los niños, qué raro, ocupan los lugares de abajo, carentes de todo interés estratégico. Hasta en eso nos repetimos una y otra vez. Luego van los ancianos, los tailandeses, los militares israelíes y así hasta llegar a los estadounidenses. Apenas unas docenas de rehenes liberados de los varios cientos que permanecen retenidos tras el ataque del pasado octubre en que murieron más de 1.400 civiles. Una lenta extorsión.
Los legítimos intereses de Palestina han sido asumidos por los radicales de Hamás, en el poder desde 2007, que se arrogan toda interlocución con Israel. Al otro lado está un gobernante como Netanyahu, perpetuado en el poder de una u otra forma desde hace treinta años, pese a estar cercado por la corrupción. No ha dudado en saltarse la legalidad internacional siempre que ha podido, y abiertamente lidera una estrategia de ocupación de territorios por la fuerza.
Israel lleva un control férreo de los liberados, y a la par va dejando en la calle a prisioneros. Suelto a treinta, pero mi fuerza militar no deja de avanzar en Cisjordania. Bajo ese "derecho a defenderse como país soberano" del que algunos hablan con tanta convicción, más de 15.000 palestinos han muerto bombardeados. A la pérdida de vidas y la destrucción de las ciudades, sumemos 1,6 millones de personas que han tenido que ser desplazadas y engrosan la nómina de refugiados. Es una legalidad internacional esa muy cuestionable, sobre todo cuando el Secretario General de la ONU no puede hablar de crímenes de guerra. No será porque no veamos las atrocidades, las cuantiosas pérdidas y los testimonios de uno y otro lado...
Siempre me ha fascinado ese terror hacia una Tercera Guerra Mundial, cuando vivimos en permanente belicismo, yo diría que desde que los primeros homínidos resolvieron sus diferencias a garrotazos. El primer gran conflicto que se desató en agosto de 1914 solo fue una muesca en la abierta lucha que unos cuantos mantienen por el poder. La invasión de Ucrania solo fue un aviso de que la gresca se mantendrá para siempre. Casi olvidado lo que allí sigue pasando, el globo ahora amenaza con pinchar por un terreno del tamaño de la Isla de la Gomera, los 360 km2 de la Franja de Gaza, bajo la Autoridad Palestina desde 1993.
Azuzado por el vecino ruso y otros intereses que solo acertamos a imaginar, es mucho más que una amenaza militar: Es la prueba de que siguen cediendo las costuras del mundo que conocemos. Hemos caído a la bajeza de legitimar el mal en función del bando del que viene, del que más o menos se acomoda a las ideas políticas que defiendo desde la comodidad de mi casa. Tal vez horrorizado por lo que se ve en televisión, quién sabe si enviando alguna noticia entre memes y stickers. Se llega al punto de ovacionar al que enseña una foto de Hamás diciendo al rival político: "Estos son sus amigos". Simplificando hasta la bobería.
Poco podemos hacer usted y yo, cuando Europa y Estados Unidos están muy lejos de plantear opciones dialogadas que mínimamente recuerden los valores y principios que sostienen la democracia, sin saber muy bien cómo ajustar sus estructuras a la inteligencia artificial y a la actual economía del conocimiento, que libran la verdadera batalla. Si los derechos humanos y el entendimiento no prevalecen, y se sigue consintiendo el vergonzoso trueque de personas a cambio de un ficticio alto el fuego, se seguirá ahondando en esta tiranía global que se ejerce por encima de nuestras cabezas. No nos toca a nosotros pararla, pero sí podemos pedir paz.
*. Foto de la portada, niños palestinos en un campamento provisional en Gaza (OMS)