El cuento que se cuenta tiene muchas protagonistas, todas mujeres, un abanico de aristas y un aliado musical. Con el modelo Warhol bajo el brazo, el cuento lo protagoniza Arrete Rodríguez, una poliédrica artista conceptual que se propone armar su Velvet a la vasca con una precisión: la suya será una banda de señoritas rockeras. Entonces reúne, investiga, registra y nace Zuloak, la banda (de mentirillas) y el homónimo documental (de creación, sobre una banda de mentirillas), dirigido por el celebrado Fermín Muguruza –otrora líder de las recordadas Kortatu y Negu Gorriak, hombre de izquierdas, abertzale e internacionalista–. El resultado, lejos de la mentirilla, es un logrado retrato de época: uno que visualiza la vasta escena femenina musical en el País Vasco donde, además de Zuloak, se presentará un manojo de auténticos grupos underground y artistas mujeres que hablan –justamente– de cómo es ser mujer, música y vasca hoy día.
En el siempre tambaleante límite entre la ficción y la realidad, la cinta capitaneada por el oriundo de Irún y candidata a ocho premios Goya de la Academia del Cine Español, tiene entre sus muchos logros el haber involucrado a más de 500 personas que, a la hora del registro, asumieron el experimento como realidad y, en honesto plan colectivo, haber logrado gestarlo por crowdfunding o autogestión porque, como afirmó Muguruza en una ocasión, “quien tenga un discurso anticapitalista no puede andar pidiendo financiación a un banco”. Coherente (ahora y siempre), Fermín se rodeó de un dream team que, a saber, incluyó a la escritora Eider Rodríguez (hermana de Arrete) como coguionista, una incógnita –Amanita Muscaria como autora (¿autor?) de las canciones del grupo– y la banda propiamente dicha (entre idas y vueltas, Tania De Sousa, Izaskun Muruaga, Ainhoa Unzueta, Naiara Goikoetxea y Ursula Strong).
Así, con frescura, humor y sencillez (en su mejor sentido, en tanto no se basa en fórmulas rimbombantes a la hora de cuestionar el sexismo, el racismo, la cultura de la estética, la identidad propia, el abuso, el aborto, el embarazo, la depilación, los egos cruzados, el poco espacio on stage para muchachas, y así), Zuloak –que significa agujero o refugio ilegal en vasco– logra lo que propone: bucear en la complejidad humana de mujeres rockeras, mujeres músicas, mujeres al fin. Con su reciente estreno en Buenos Aires, a la espera de la difusión por streaming y la edición del DVD (en abril), Muguruza habla con Las12 sobre su tercer documental. La banda ha terminado tomando vida propia, dando shows, girando, aun a sabiendas de que se trata de un documental de creación, ficcional, la gente se pregunta si el grupo tocará, si seguirá existiendo. ¿Esperaban que la historia terminara traspasando la pantalla de un modo tan tangible?
–Hemos conseguido una creación colectiva por antonomasia que, a partir de un núcleo pequeño, fue creciendo y, de repente, era un artefacto y un orgullo, porque se ha rodado con un presupuesto de guerrilla, con mucha implicación de la escena musical vasca y con un alcance que ha trascendido el País Vasco. Siendo una película hablada en euskera, se ha visto en Madrid, Barcelona, Galicia, Berlín, México, Argentina... Qué te voy a decir: ¡Estoy encantado! Siempre estamos buscando nuevos modelos de protesta, de reivindicación, modelos que encajen con nuestra idea de originalidad. Es lo que queríamos lograr, pero nunca sabes qué tipo de trascendencia va a tener luego, en tanto la película, como se presenta, tiene tantas lecturas y deconstrucciones como miradas haya. Ha sido un experimento también para nosotros, pero siempre estuvo muy en claro que el proyecto duraría un año; también a nivel musical. Los conciertos quedarán en la retina y la memoria colectiva; el documental, para siempre. Es fascinante cómo cada palabra, cada gesto, cada conversación en Zuloak remite a un tópico de peso en el universo femenino que invita al debate. A partir de la mujer vasca en el rock, se abre el abanico sobre el aborto, el abuso, la identidad propia, el embarazo y la música, los prejuicios de belleza, el ego, el racismo, la menstruación, la depilación, la estética de la globalización...
–Para intentar romper o, al menos, cuestionar ciertos tópicos, primero hay que presentarlos, ponerlos enfrente. El arte tiene que ser un espejo para reflejarnos y un martillo para golpearnos. Había que soltar esas ideas y que, de repente, removiesen algo en la gente. Siempre, por supuesto, con un tono muy lúdico, con un concepto muy alto del humor. De allí que reivindiquemos la famosa frase de Emma Goldman, la anarquista combativa: “Si no se puede bailar, no es mi revolución”. Además de plantear varios temas identificables como problemáticas de género, Zuloak hace particular hincapié en la identidad vasca...
–Efectivamente. La gente con entre 18 y 25 años es la primera generación que desde la Guerra Civil no ha vivido el conflicto armado, aunque aún persiste la violencia institucional, la violencia estructural del Estado capitalista, el no derecho de autodeterminación. A partir de la globalización, la identidad de todos los países es un tema candente. Lo vemos cuando lugares como Francia y Alemania establecen cuotas de protección al lenguaje y la cultura. En nuestro caso, quisimos plantearlo desde distintas perspectivas como, por ejemplo, con la cuestión del euskera y su dificultad para moverse tal ágilmente como otro tipo de lenguas. O, a partir de la aldea global, cómo nos ven a los vascos en la red de redes. ¿Creés que el momento convulso mundial permite acentuar las rajaduras de ciertos modelos políticos?
–Mira, el tema de la identidad y el derecho de autodeterminación en Europa parecía no utópico pero sí lejano y ahora resulta que Escocia podría definirlo el año próximo. Va a pasar en Francia con Nueva Caledonia y puede que ocurra con Quebec y Canadá. Por otra parte, está la cuestión económica, donde ya no se pone sobre la mesa la manera de salir de una crisis sino que el modelo capitalista en sí debiera desaparecer definitivamente. Si bien el film muestra disímiles y muy nutridas voces de la joven escena musical, tu breve aparición en cámara te toma diciendo que hacen falta bandas con discurso propio en el País Vasco ¿A qué apunta ese comentario?
–Es una manera de autocriticarme, de decir que estamos cansados de mirar siempre hacia atrás, cansados de la nostalgia. Sí, protagonicé un movimiento rompedor, pero eso fue hace 30 años. El punk, como movimiento, también fue rompedor en Inglaterra pero hoy se escuchan muchas cosas más. También es una manera de mostrar que los nuevos discursos existen, que están ahí; sólo hay que buscarlos. Aunque, de repente, los locales donde circulan se tiran abajo, como mostramos al incluir la demolición de Kukutza, un centro cultural autogestionado del barrio de Rekalde donde íbamos a rodar la película pero, por la situación, no se pudo. Las escenas de represión, desalojo y demolición son acojonantes. La frase de una de las chicas lo dice todo: “Todo termina igual: con el baile de los palos”...
–Ese es el humor ácido y doble sentido de Arrate, porque el baile de los palos es un baile tradicional muy bonito vasco, pero aquí lo usa para contar que siempre nos están machacando. Nos destrozan. Nos vapulean. En una de las escenas del film, la banda espera en un camerino para salir a dar un show y ve una pintada donde se las ataca, refiriéndose a ellas como “hoyos buenos y baratos”. Es interesante cómo, luego, las músicas se apropian de esa frase y la resignifican en una de las canciones, dándole un giro, un sentido propio, singular.
–Por un lado, demuestra una fórmula que se repite siempre: que el nivel de trascendencia o éxito que pueda tener una banda es directamente proporcional a su nivel de detractores o críticos. Apenas alguien saca un poco la cabeza, zas, alguien espera para cortársela. Es Arrate la que, entonces, dice: “Que hablen de nosotras, aunque sea mal”. Y, citando a Dalí, yo diría: “Que hablen de mí, aunque sea bien” porque, con el documental, hemos dado vuelta a prácticamente todo. Ellas fueron capaces de apropiarse de esas palabras de la misma forma que, en Canadá, un policía dijo que la manera de evitar violaciones era que las mujeres dejasen de vestirse como putas y nació “La marcha de las putas”, movimiento que se ha multiplicado por el mundo. Es una manera nueva de activismo y, en ese sentido, el feminismo tiene mucho para enseñarnos. Por su manera de encarar los tópicos, Zuloak es entendido, desde ciertas lecturas, como un film feminista. ¿Fue una decisión a priori ubicarse en esa posición ideológica y, por qué no, política?
–No planteamos la película así pero, al mostrar mujeres en el rock con tanto atrevimiento y descaro, tomando lo suyo, posicionándose sobre un escenario con una actitud, fue una consecuencia lógica. En Madrid, se la ha definido como una película radical, aunque habrá quienes digan que debería haber sido más radical. Siempre va a haber diferentes aristas porque el mismo feminismo tiene muchos colores, pero que se la llame feminista y radical para mí es un halago. Después de filmar los documentales Basque Culture y Checkpoint Rock: Canciones desde Palestina, la serie sobre música árabe y nordafricana Nex Music Station y, ahora, Zuloak, ¿cómo dirías que se conjuga el músico y el cineasta?
–El lugar donde el audiovisual y la música se entroncan está en el ritmo y eso es algo de lo que me he ocupado desde el principio de mi carrera. El título del segundo disco de Kortatu, El estado de las cosas, por ejemplo, era un homenaje a la película homónima de Wim Wenders. El último, Ultima danza de guerra, fue un guiño a la despedida de The Band, grabada por Scorsese en The Last Waltz. En ese entonces ni siquiera se lo llamaba documenta, era “Cine sobre la música”.
Zuloak (Dir.: Fermín Muguruza, 110 min) se proyecta en el Complejo ArteCinema (Salta 1620) todos los días a las 18.45.
Por Guadalupe Treibel Fuente: Página/12