Recortar es bueno, es signo de inteligencia. La consigna está calando como una fina lluvia en un invierno ya demasiado largo. Se trata de imponer la idea generalizada de que los buenos son los que recortan, mientras los malos consumen y siguen gastando como hasta ahora. Todo este guirigay no es más que una carrera descendente en espiral en la que finalmente, de tan recortados, acabaremos multiplicados por cero.
Ante la atonía general, que da mil puntos en este juego enfermizo, llegará un momento en que todas las empresas españolas serán exportadoras por la simple razón de que las que salgan al exterior serán las únicas que logren sobrevivir. Sus nuevos clientes: los nuevos ricos y también los de siempre, que juegan en otra liga.
En esta espiral depresiva, sin ventas que valgan, las empresas se ven abocadas al cierre y envían a más ciudadanos a las filas del paro, aunque ahora, con la renovación on line se han acabado esos antiestéticos hilachos de carne y hueso que crecían antes como apéndices de las oficinas del Inem. Hay que recortar también recorridos.