Las tres consecuencias inmediatas de esa obsesión maliciosa por el poder permanente han sido la degradación de los partidos políticos, que han dejado de ser agrupaciones de demócratas que luchan por el bien común para transformarse en maquinarias para controlar el poder, a veces con medios y métodos mafiosos, la degradación de la democracia, que ha perdido sus bases éticas y libertarias, y la utilización de trucos, artimañas y maldades para ganarse el voto popular, desde la mentira institucionalizada al endeudamiento permanente, sin olvidar el incumplimiento de las promesas electorales, el clientelismo y la utilización indecente del dinero público.
Los partidos políticos, a medida que se corrompen y degradan, incrementan su sueño de controlar el poder de manera sucia y permanente. Esos partidos han descubierto que manipular la democracia desde dentro y pervertiría hasta transformarla en una dictadura camuflada es fácil, si se posee la vileza suficiente. En países como Cuba y Venezuela ya ha ocurrido, mientras que en otros, teóricamente mas avanzados, como España e Italia, se experimentan otros métodos que conducen siempre al envilecimiento del sistema en beneficio de los partidos y de la clase política en general.
A lo largo de mi carrera como periodista, varios políticos me han asegurado que es fácil corromper la democracia desde dentro. Algunos hasta me explicaron como se hacia. Entre ellos recuerdo a Fidel Castro y Sandro Pertini. El primero es el artífice de lo que hoy se conoce como Revolución Bolivariana o socialismo del siglo XXI, cuya plasmación más visible es Venezuela, mientras que el ya fallecido presidente italiano anticipo y repudió la degeneración extrema de sociedades como las de Italia y España, víctimas de sus corrompidos y envilecidos partidos políticos.
Las tesis de Fidel han dado lugar al socialismo bolivariano que gobierna Venezuela y que ha logrado contaminar con sus ideas a países como Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Argentina y otros. Consiste en buscar un líder populista atractivo, ganar las elecciones y, una vez dentro del poder, reformar el sistema, incluso cambiando la Constitución y eliminando otras trabas jurídicas y democráticas, y ejercer el poder para que la oposición nunca pueda vencer y el dominio socialista sea eterno.
El drama que anticipaba Sandro Pertini, según el cual los partidos políticos, al ser organizaciones básicamente antidemócratas, autoritarias y mafiosas, se deteriorarían tanto que terminarían por contaminar de corrupción y vileza al gobierno y a la sociedad, sustituyendo la democracia por un sistema adulterado donde los partidos y los políticos carecerían de frenos y controles, un vaticinio se está cumpliendo con una precisión endemoniada en países como Italia, España y otros.
Pero ambas rutas, la castrista y la de las democracias envilecidas por los partidos, conducen a lo mismo: la liquidación de la democracia, el sometimiento de los ciudadanos al poder y el dominio insultante y vil de partidos políticos y políticos profesionales que, degradados y degenerados, se resisten a someterse a los controles, frenos y cautelas que establece la democracia.
La democracia, una vez pervertida, no suele tener retorno, ni redención. Su podredumbre es irreversible, salvo que una revolución la erradique de raíz. En la práctica, era imposible que Capriles hubiera ganado en Venezuela y si hubiera conseguido mas votos que el chavismo, habrían entrado en escena la trampa o el Ejército, en última instancia. Todo menos perder el control del poder. En los países de democracia degenerada, como España, también es imposible un deslizamiento del podrido sistema hacia una democracia verdadera, pues los intereses que respaldan al poder corrupto y trucado son tan poderosos y amplios que podría ocurrir cualquier cosa, incluso un atentado letal de gran alcance, antes de que los usureros y sus amigos indecentes de la política perdieran el control.