Parece que voy a hablar de los famosos libros de R. L. Stine que tanto me gustaban de pequeña. O de la adaptación cinematográfica de los mismos, protagonizada por Jack Black, en la que los personajes de los libros cobraban vida. Pero no, voy a hablar de las pesadillas de mi hija. Y de las de muchos otros niños.
A partir de los 2-3 años, es frecuente que los niños empiecen a tener pesadillas por la noche, aunque en realidad se desconoce qué las causa. La frecuencia de estas varía en cada niño, algunos no tienen pesadillas nunca y otros las sufren con asiduidad.
Aunque a mí me encantan los libros y las películas de miedo y Lucas está cogiendo esa afición también, desde luego que con la pequeña evitamos este tipo de contenido. No es hasta que se ha dormido que ponemos alguna película de este estilo. De ese modo, evitamos que pase un miedo innecesario y que luego pueda tener pesadillas por ese motivo. Aun así, las pesadillas ocurren de vez en cuando.
Hace un par de años que empezó a despertarse por la noche asustada, nada que no se solucionase rápidamente con mi presencia y unas palabras de ánimo, un abrazo, un beso y volver a dormir abrazadas. Pero según ha ido creciendo, las pesadillas han ido a más, hasta el punto de no querer volver a dormirse alguna vez porque tenía miedo. Por lo general, estos episodios ocurren cuando ha tenido un día más movido de lo normal, fiestas infantiles, gente en casa, alguna salida a algún sitio especial… Esas noches ya nos acostamos precavidas, por lo menos yo, a ella, claro está, no le digo nada para no condicionarla.
En las noches moviditas se parece a su madre. Recuerdo cuando era pequeña, siempre que dormía fuera de casa, mis noches eran la bomba. Me costaba dormir en una cama que no fuese la mía, hablaba en sueños, me reía, me peleaba con mis primos o con algún amigo, incluso llegué a levantarme alguna vez de la cama, aunque nunca caminé. Todo esto me los contaban mis padres o con quien hubiese dormido. Pero mis noches de “juerga” no terminaron con mi infancia. Actualmente, sigo siendo muy rarita para dormir. Cuando duermo fuera de casa me despierto veinte veces, me molestan todos los ruidos, no me gusta dormir con la puerta abierta (algún día indagaré sobre todo esto), sigo hablando en sueños y a veces, en mitad de la noche, enciendo la luz sin darme cuenta o me quito el pijama dormida. Definitivamente, en eso Sara se parece a mí.
A parte de sus noches movidas, sus charlas interminables de madrugada, sus peleas con su hermano en mitad de la noche, que se quede sentada en la cama sin darse cuenta, están los momentos de angustia, esas pesadillas horribles que ella ya es capaz de contarme, en las que refiere que ha visto algún monstruo o que le pasaba algo malo a alguien. Cuando estas pesadillas se repiten más de dos o tres días seguidos, es cuando llega la frase “mamá, hoy no quiero dormir porque voy a tener pesadillas”. Convencerla entonces de que no pasa nada, de que yo estaré ahí con ella toda la noche y de que no va a soñar es bastante complicado.
¿Por qué se producen las pesadillas? Aunque no parece que haya una explicación clara a dicha pregunta, si parece ser que están relacionadas con momentos de estrés durante el día, con problemas en casa o en la escuela, con agotamiento. Así que es lógico que, para intentar prevenir las pesadillas, debamos minimizar estos factores de riesgo. Evitar que nuestros hijos vean escenas de miedo, descansar y no someterlos a rutinas agotadoras y maratonianas durante el día, dejarles, si lo piden, una pequeña luz encendida (nosotras tenemos una lámpara encendida toda la noche, de ese modo, si se despierta, puede ver dónde está y que está durmiendo a mi lado) y, sobre todo, acudir rápido a su lado cuando estas se producen, para que se sientan queridos y a gusto y puedan volver a conciliar el sueño.
Hablar con nuestros hijos, explicarles que las pesadillas no son reales, por mucho que lo parezcan, dejar que nos expliquen lo que han soñado e intentar cambiar el final de la historia, por ejemplo, son cosas que de momento nos están funcionando a nosotras. Eso y mucha paciencia y una gran dosis de abrazos, hacen que las noches sean menos traumáticas.
Y tus hijos, ¿tienen pesadillas y cómo lo solucionas?