Pudo más la historia, la mística y el sacrificio encomiable de un equipo que acabó resistiendo con gran parte de sus efectivos dentro de área, pero que a fin de cuentas logró el objetivo tan deseado de manera justa, aunque lo suyo no haya sido ni sea la lucidez.
No especuló ni se dejó ganar por los nervios Peñarol. Lució sereno, consistente y agresivo, convencido de que la mejor manera de conservar el resultado obtenido en el encuentro de ida era equilibrando fuerzas y atacando, para lo que se valió de un Alejandro Martinuccio que completó una gran actuación y que habiéndose jugado tan solo dos minutos desperdició un mano a mano inmejorable para enfriar el entusiasmo del publico local.
Quizás sorprendido, Vélez cayó en la imprecisión, al mismo tiempo que en defensa comenzó a sufrir grandes desajustes, bien aprovechados por un equipo uruguayo veloz en las transiciones y que pasados los veinte minutos estuvo nuevamente muy cerca de convertir tras un desborde fenomenal de Matías Mier y un cabezazo de Martinuccio que se terminó yendo por encima del travesaño.
Transcurrida dicha acción, tuvieron que pasar unos cuantos minutos más para que Vélez despierte y comience a reaccionar. Peñarol pareció perder de golpe el dominio de la situación, lo que a un equipo local ya sin su capitán Fabián Cubero en cancha –se retiró lesionado a los 13 minutos y fue reemplazado por Fernando Tobio- le permitió ir apoderándose del balón y la iniciativa progresivamente.
Apagado Maxi Moralez, visiblemente mermado físicamente, comenzó a pesar Juan Manuel Martínez, gestor de gran parte de las acciones de un equipo insistente pero sin las ideas claras, que urgido por la necesidad de ganar recién contó con su primera gran ocasión, una bolea de Silva que dejó sin reacción al arquero Sosa, a los 26.
Aunque no terminaba de redondear una actuación convincente, había crecido el equipo de Ricardo Gareca. Peñarol se mantenía ordenado, pero había perdido lucidez y se defendía mucho más cerca de de propia área, lo que de todos modos no le impediría marcar el primer gol del encuentro.
Se jugaban 34 minutos cuando Tobio falló en un despeje, Olivera cedió rápidamente para Martinuccio y este tras enganchar un par de veces y dejar en el camino a su marcador habilitó a Mier, quien entrando vacío por el sector derecho venció la resistencia de Barovero con un toque sutil.
Fue duro el golpe y aunque Vélez trató de asimilarlo lo más rápido posible, la desesperación comenzó a notarse, tal y como evidenciaron cada uno de sus avances posteriores, desprovistos de elaboración y salpicados por la mala toma de decisiones.
Valió la insistencia, de todos modos, y en la ultima jugada del primer tiempo, un tiro libre ejecutado desde la izquierda por Moralez, Tobio alcanzó el empate al aprovechar el rebote corto dado por Sosa luego de que Zapata cabeceara ya muy cerca del arco.
La igualdad había alimentado la ilusión y consciente de que aun le faltaban dos goles para revertir la eliminatoria y lograr la clasificación, Vélez no escatimó en esfuerzos y tomó definitivamente el control del encuentro.
Así también lo quiso un Peñarol que retrasó completamente sus líneas y agrupó a gran parte de sus futbolistas en las inmediaciones de su área, en pos de defender un resultado que le servía y a la espera de algún contragolpe en el que pudiera explotar los espacios dejados por el rival.
Dos veces pudo convertir Martinuccio, a los 7 y a los 9, primero tras centro de Aguiar y posteriormente de Corujo, clave al igual de Mier por lo que amenazante que se mostró cada vez que tomo el balón en campo rival y por el compromiso mostrado a la hora de retroceder y marcar.
Los minutos transcurrían y ya con Ricky Alvarez –ingresó en reemplazo de Moralez- en cancha, a Vélez le seguía costando encontrar espacios por los cuales progresar, lo cual lo llevaba a probar desde media distancia y a colgar centros al área en busca de Silva, sin suerte hasta que a los 22 minutos el “Burrito” Martínez ocupó su rol de pivot y lo dejó solo de cara al gol.
El goleador no falló y el “Fortín”, que un minuto antes había padecido un contragolpe muy bien diagramado por Martinuccio y Olivera, que acabó con el increíble yerro de cara al arco de este último, ya se encontraba más cerca de concretar lo que ya a esa altura era una hazaña, más aun tras la tonta expulsión de Ortiz un minuto después del gol.
Nada parecía faltarle nada a un encuentro con innumerables vicisitudes.
Cambiante, tenso y emotivo, pero al que aun le restaba vivir el momento más increíble de la noche. Un penal para Vélez, gestado desde la picardía de Martínez para robar un balón entrando al área y desperdiciado por un Silva que de meterlo hubiera asegurado la clasificación de su equipo a la final, pero que se resbaló al momento de patear y terminó elevando su remate cuando al encuentro aun le restaban quince minutos.
Quince minutos en los que Peñarol resistió, para luego desatar nuevamente un festejo en tierras lejanas, como lo había hecho ya en Porto Alegre y Santiago, aunque esta vez acompañado de 8.000 hinchas que cruzaron el charco y fueron testigos de otro momento épico en la historia de su club, marcado a fuego por momentos como el de ayer y que volverá a disputar una final de Copa Libertadores tras años de ostracismo a nivel internacional.
Vaya también el reconocimiento para un Vélez que lo hizo todo, que resistió la doble competencia y que al igual que Peñarol también acumuló los méritos suficientes para estar en la final. Obtener el Torneo Clausura, ahora es el principal objetivo para el “Fortín”. Un logro que de concretarse tendrá poco de premio consuelo y mucho de recompensa por el nivel exhibido a lo largo de la temporada.