Peter Gelderloos: "Un sentido más amplio de uno mismo" y ¿No son naturales la dominación y la autoridad?”

Publicado el 18 marzo 2017 por Matapuces


“Los occidentales que se consideran a sí mismos el pináculo de la evolución humana generalmente ven a los pueblos de cazadores-recolectores y a otros pueblos sin Estado como reliquias del pasado, incluso aún si están vivos en el presente. De este modo, suponen que la historia es una progresión inevitable de menos a más complejo, y que la civilización occidental es más compleja que otras culturas. Si la historia se organiza en la Edad de Piedra, Edad de Bronce, Edad del Hierro, Era Industrial, la Era de la Información y así sucesivamente, alguien que no utiliza herramientas de metal todavía debe estar viviendo en la Edad de Piedra, ¿verdad? Sin embargo, es eurocéntrico, por decir lo menos, suponer que un cazador-recolector que conoce el uso de mil plantas diferentes es menos sofisticado que un operador en una planta de energía nuclear que sabe cómo llevar un millar de diferentes botones, pero no sabe de donde viene su comida.


El capitalismo puede ser capaz de realizar hazañas de producción y distribución que nunca hubieran sido posibles antes, pero al mismo tiempo esta sociedad es trágicamente incapaz de mantener a todos alimentados y sanos, y nunca ha existido sin grandes desigualdades, sin la opresión y la devastación ambiental. Uno podría argumentar que los miembros de nuestra sociedad son socialmente discapacitados, si es que no son totalmente primitivos, cuando se trata de ser capaces de cooperar y organizarnos a nosotros mismos, sin el control autoritario.
Una visión matizada de las sociedades sin Estado muestra que tienen sus propias formas desarrolladas de organización social y sus propias y complejas historias, las cuales contradicen las nociones Occidentales de las características humanas «naturales». La gran diversidad de comportamientos humanos que se consideran normales en las diferentes sociedades ponen en cuestión la idea misma de la naturaleza humana. Nuestra comprensión de la naturaleza humana influye directamente en lo que esperamos de las personas. Si los seres humanos son por naturaleza egoístas y competitivos, no se puede esperar a vivir en una sociedad cooperativa. Cuando vemos cuan diferente han caracterizado a la naturaleza humana otras culturas, podemos reconocer la naturaleza humana como un valor cultural, una mitología idealizada y normativa que justifica la manera en cómo se organiza una sociedad. La civilización Occidental dedica una inmensa cantidad de recursos para el control social, político y cultural reforzando los valores de la producción capitalista. La idea Occidental de la naturaleza humana funciona como parte de este control social, desalentando la rebelión contra la autoridad. Se nos ha enseñado desde la infancia que sin autoridad, la vida humana caería en el caos. Este punto de vista de la naturaleza humana fue propuesto por Hobbes y otros filósofos europeos para explicar el origen y el propósito del Estado; esto marcó un cambio hacia argumentos científicos en un momento en que los argumentos divinos ya no bastaban. Hobbes y sus contemporáneos carecían de los datos psicológicos, históricos, arqueológicos y etnográficos que tenemos hoy en día, y su pensamiento estaba aún muy influenciado por el legado de las enseñanzas cristianas. Incluso ahora que tenemos acceso a una abundancia de información que contradice la cosmología cristiana y la ciencia política estatista, la concepción popular de la naturaleza humana no ha cambiado dramáticamente. ¿Por qué seguimos estando tan mal educados? Una segunda pregunta responde la primera: ¿quién controla la educación en nuestra sociedad? Sin embargo, cualquier persona que contrarresta el dogma autoritario enfrenta una batalla cuesta arriba bajo el cargo de «romanticismo». Pero si la naturaleza humana no es fija, si puede abarcar una amplia gama de posibilidades, ¿no podríamos utilizar una dosis romántica de imaginación en la concepción de nuevas posibilidades? Los actos de rebeldía que ocurren dentro de nuestra sociedad en estos momentos, desde el Campamento de la Paz en Faslane a los Really Really Free Markets, contienen las semillas de una sociedad pacífica y de manos abiertas. Las respuestas populares a los desastres naturales como el huracán Katrina en Nueva Orleans muestran que todos tienen la posibilidad de cooperar cuando el orden social dominante se interrumpe. Estos ejemplos señalan el camino a un más amplio sentido de uno mismo — una comprensión de los seres humanos como criaturas capaces de una amplia gama de comportamientos. Alguien podría decir que el egoísmo es natural, en que las personas viven inevitablemente de acuerdo a sus propios deseos y experiencias. Pero el egoísmo no necesita ser competitivo o prescindir de los demás. Nuestras relaciones se extienden más allá de nuestros cuerpos y nuestras mentes — vivimos en comunidades, dependemos de los ecosistemas para obtener alimentos y agua, necesitamos amigos, familias y amantes para nuestra salud emocional. Sin la competencia institucionalizada y la explotación, el interés propio de una persona se superpone con los intereses de su comunidad y su medio ambiente. Viendo nuestras relaciones con nuestros amigos y la naturaleza como parte fundamental de nosotros mismos, se expande nuestro sentido de conexión con el mundo y nuestra responsabilidad por ello. No está en nuestro propio interés estar dominados por las autoridades, o dominar a otros; en el desarrollo de un sentido más amplio del sí mismo, podemos estructurar nuestras vidas y comunidades consecuentemente."
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- "Las sociedades horizontales que no eran intencionalmente antiautoritarias fácilmente podrían haber desarrollado jerarquías de coerción, cuando las nuevas tecnologías lo hicieron posible, e incluso sin una gran cantidad de tecnología podrían haber convertido en un infierno la vida de los grupos considerados inferiores. Parece que las formas más comunes de desigualdad entre las sociedades, de otra forma igualitarias, fueron el género y la discriminación por edad, lo que podría acostumbrar a una sociedad a la desigualdad y crear el prototipo de una estructura de poder gobernada por hombres ancianos. Esta estructura podría ser más poderosa en el tiempo con el desarrollo de herramientas de metal y armas, excedentes, ciudades, etc. El punto, sin embargo, es que estas formas de desigualdad no son inevitables. Las sociedades que no vieron con buenos ojos los comportamientos autoritarios, evitaron conscientemente el aumento de las jerarquías. De hecho, muchas sociedades han renunciado a la organización centralizada o a tecnologías que permiten la dominación. Esto demuestra que la historia no es una vía de sentido único. Por ejemplo, los Bereberes de Marruecos, o Imazighen, no formaron sistemas políticos centralizados en los últimos siglos, incluso mientras otras sociedades a su alrededor lo hacían. «El establecimiento de una dinastía es casi imposible», escribió un comentarista, «debido a que el jefe se enfrenta a una revuelta constante, que al final tiene éxito y el sistema vuelve al antiguo orden anárquico descentralizado» [Harold Barclay, “People Without Government: An Anthropology of Anarchy”, London]. ¿Cuál es el factor que permite a las sociedades evitar la dominación y la autoridad coercitiva? Un estudio realizado por Christopher Boehm, examinando docenas de sociedades igualitarias en todos los continentes, incluyendo a los pueblos que vivían como cazadores-recolectores, horticultores, agricultores y pastores, encontró que el factor común es un deseo consciente de permanecer igualitarios: una cultura antiautoritaria. «La causa principal y más inmediata del comportamiento igualitario es una determinación moral por parte del grupo de los principales actores políticos locales, de que ninguno de sus miembros se debe permitir dominar a los otros» [Christopher Boehm, “Egalitarian Behavior and Reverse Dominance Hierarchy”, Current Anthropology, Vol. 34, Nº3, junio de 1993]. En lugar de que la cultura esté determinada por condiciones materiales, parece que la cultura da forma a las estructuras sociales que reproducen las condiciones materiales del pueblo. En determinadas situaciones, alguna forma de liderazgo es inevitable, ya que algunas personas tienen más habilidades o personalidades más carismáticas que otras. Conscientemente las sociedades igualitarias responden a estas situaciones al no institucionalizar la posición de líder, no proporcionándole al líder ningún privilegio especial, o mediante el fomento de una cultura que haga que sea vergonzoso para esa persona hacer alarde de su liderazgo o tratar de ganar poder sobre los demás. Por otra parte, las posiciones de liderazgo cambian de una situación a otra, dependen de las habilidades necesarias para la tarea en cuestión. Los líderes durante una cacería son diferentes de los líderes en la construcción de viviendas o en las ceremonias. Si una persona en un papel de liderazgo trata de obtener más poder o dominar a sus compañeros, el resto del grupo cuenta con «mecanismos de nivelación intencional»: comportamientos intencionales de llevar al líder de vuelta a la tierra. Por ejemplo, entre muchas sociedades cazadoras-recolectoras anti-autoritarias, el cazador más hábil en una banda se enfrenta a la crítica y al ridículo si considera alardear y usar sus talentos para reforzar su ego y no para el beneficio de todo el grupo. Si estas presiones sociales no funcionan, las sanciones aumentan y en muchas sociedades igualitarias, en última instancia echarán o matarán a un líder que es incurablemente autoritario, mucho antes de que el líder sea capaz de asumir los poderes coercitivos. Estas «jerarquías de dominancia reversa», en que los líderes deben obedecer a la voluntad popular, ya que son incapaces de mantener sus posiciones de liderazgo sin apoyo, han aparecido en muchas sociedades diferentes y funcionaron durante largos períodos de tiempo. Algunas de las sociedades igualitarias documentadas en la encuesta de Boehm tienen un jefe o un chamán que juega un papel ritual o actúa como un mediador imparcial en disputas, en nombrar a un líder en tiempos de problemas, o en tener un jefe de paz y un jefe de guerra. Sin embargo, estas posiciones de liderazgo no son coercitivas, y durante cientos de años no se han desarrollado a roles autoritarios. A menudo las personas que encarnan estos papeles los ven como una responsabilidad social temporal, que desean dejar con rapidez debido al mayor nivel de crítica y de responsabilidad que enfrentan mientras los ocupan. (…) Hace medio siglo, el antropólogo Pierre Clastres concluyó que las sociedades sin Estado y anti-autoritarias que estudió en América del Sur no fueron reductos de una época primordial, como otros occidentales habían asumido. Sostuvo que, por el contrario, estaban muy conscientes de la posible aparición del Estado, y se organizaban para prevenirlo. Resulta que muchas de ellas eran, de hecho, sociedades post-estatales fundadas por refugiados y rebeldes que habían huído o derrocado Estados anteriores. Del mismo modo, el anarquista Peter Lamborn Wilson tiene la hipótesis de que las sociedades anti-autoritarias en el este de América del Norte se formaron en resistencia a las sociedades jerárquicas de los constructores de montículos de Hopewell, y la investigación reciente parece confirmarlo. Lo que otros habían interpretado como etnias ahistóricas fueron el resultado final de movimientos políticos. Los cosacos que habitaban las fronteras de Rusia constituyen otro ejemplo de este fenómeno. Sus sociedades fueron fundadas por personas que huían de la servidumbre y otros inconvenientes de la opresión gubernamental. Ellos aprendieron equitación y desarrollaron habilidades marciales impresionantes para sobrevivir en el entorno de la frontera y defenderse de los Estados vecinos. Con el tiempo, llegaron a ser vistos como un grupo étnico distinto con una autonomía privilegiada; y el zar, a quien sus antepasados habían rechazado, los buscó como aliados militares. Según el politólogo de Yale, James C. Scott, todo lo relacionado con tales sociedades —desde sus cultivos hasta sus sistemas de parentesco— puede ser leído como estrategias sociales anti-autoritarias. Scott documenta a La Gente de las Colinas, del sudeste de Asia, una aglomeración de sociedades existentes en un terreno accidentado donde las frágiles estructuras estatales enfrentan en una seria desventaja. Durante cientos de años, estas personas se han resistido a la dominación del Estado, incluyendo las frecuentes guerras de conquista o el exterminio por parte del imperio chino, y los periodos de continuos ataques por traficantes de esclavos. La diversidad cultural y lingüística es exponencialmente mayor en las colinas que en los campos de arroz de los valles controlados por el Estado, donde domina el monocultivo. La Gente de las Colinas con frecuencia habla varios idiomas y pertenece a varias etnias. Su organización social es adecuada para una rápida y fácil dispersión y reunificación, lo que les permite escapar de las agresiones y de la guerra asalariada de guerrillas. Sus sistemas de parentesco se basan en la superposición y relaciones redundantes que crean una red social fuerte y limita la formalización del poder. Sus culturas orales son más descentralizadas y flexibles que las cercanas culturas alfabetizadas, en las que la confianza en la palabra escrita anima a la ortodoxia y le da poder extra a los que tienen los recursos para mantener registros. La Gente de las Colinas tiene una interesante relación con los Estados que los rodean. Los habitantes de los valles los ven como «antepasados vivientes», incluso a pesar de que se han formado como respuesta a las civilizaciones del valle. Ellos son post-estatales, no pre-estatales, pero la ideología del Estado se niega a reconocerlos como una categoría «post-estatal», porque el Estado se supone a sí mismo como el pináculo del progreso. Los sujetos de las civilizaciones del valle con frecuencia «se iban hacia las colinas» para vivir con mayor libertad, sin embargo los relatos y mitologías de los chinos, vietnamitas, birmanas y otras civilizaciones autoritarias en los siglos previos a la Segunda Guerra Mundial parecían estar diseñados para evitar que sus miembros «regresaran» a los que percibían como bárbaros. Según algunos estudiosos, la Gran Muralla China fue construida tanto para mantener a los chinos dentro de ella como a los bárbaros afuera, sin embargo, en las civilizaciones del valle de China y el sudeste asiático, los mitos, lenguaje y rituales que podrían explicar tales deserciones culturales están sospechosamente ausentes. La cultura fue utilizada como otra Gran Muralla para mantener estas frágiles civilizaciones juntas. No es de extrañar que los «bárbaros» cambiaran una lengua escrita a favor de una cultura oral más descentralizada: sin registros escritos y una clase especial de escribas, la historia se convirtió en propiedad común, en lugar de una herramienta para el adoctrinamiento. Lejos de ser un progreso social necesario que la gente fácilmente acepta, el Estado es una imposición del que muchas personas tratan de huir. Un proverbio de los birmanos lo resume así: «Es fácil para un siervo encontrar un señor, pero es difícil para un señor de encontrar a un siervo.» En el sudeste de Asia, hasta hace poco, el objetivo principal de la guerra no era capturar territorio, sino la captura de siervos, por lo que la gente corría con frecuencia hacia las montañas para crear sociedades igualitarias (los párrafos relativos a la Gente de las Colinas y el Sudeste Asiático se basan en James C. Scott, «Civilizations Can’t Climb Hills: A Political History of Statelessness in Southeast Asia», lecture at Brown University, Providence, Rhode Island, 2 de febrero de 2005). Es irónico que muchos de nosotros estamos convencidos de que tenemos una necesidad esencial del Estado, cuando en realidad es el Estado quien nos necesita.”