A poco que levantes media pestaña de un ojo, ya te entran por el lagrimal un puñado de noticias que consiguen helarte la voluntad y joderte el día por unas horas. Por mucho que te esfuerces por hacer ejercicios de imperturbabilidad, la realidad se cuela en tu vida. De poco sirve rehuirla; ella viene a ti, resuelta y aciaga. Por eso, cuando uno encuentra en la prensa alguna noticia feliz, se adhiere a ella como una sanguijuela a dieta.
Hoy he encontrado dos perlas entre los cañonazos mediáticos de la rebelión griega y el inicio de campaña. La primera la protagoniza la presidenta de la sección cuarta de la Audiencia Nacional, la señora Ángela Murillo. El azar quiso que un micrófono quedase abierto mientras la jueza desataba su indignación ante la soberbia de un puñado de sicarios de ETA, entre los que andaba Txapote. «Y encima se ríen estos cabrones…», se sinceró Ángela Murillo a sus compañeros de toga. Los amagos emocionales son enemigos de la judicatura. A la justicia la pintan ciega y balanza en mano. No se puede permitir el lujo del que gozamos el resto de mortales de poder largar demonios por la boca. Pero, por ventura, el azar permite comprobar que, tras el hábito, hierve la sangre, como a cualquier hijo de vecino. Y no es para menos; la jauría euscalduna utiliza los juicios para hacer alarde de chulería y sacada de pecho. Si yo fuera juez, no sé si tendría tanto temple y ataraxia.
La segunda noticia cambia el tercio. La pequeña bailarina de 14 años, echá pa'lante y altiva, queda huérfana de talonario y vuelve a ser dueña de nadie. La escultura de Degas andaba entre los 18 y los 25 millones de caché, y nadie la quiso poner en la entrada de su casa. Mejor así. Me gusta pensar que la petite danseuse anda suelta por los salones de subasta, dibujando gargouillades y grand battements, y no cautiva en la fría mansión de un jaque saudí. Quizá mis petites nouvelles no sean para tanto, pero esta noche pienso soñar, feliz y descansado, con bailarinas absueltas del yugo del mercado y juezas sin pelos en la lengua. Y mañana como nuevo, os lo aseguro.
Ramón Besonías Román