No es ella, sino lo que representa. El encargo fascista de la violencia, la vaharada nazi con el ego crecido, la decepción de plomo de la falsa libertad.
Impunes naciones y organizaciones atlantistas se ha inventado guerras, bombardeado países, expoliado riquezas y han causado millones de muertos, de niños muertos en la orilla de la playa de nuestra/suya conciencia capitalista, de refugiados políticos y muertos de hambre de patera.
Y ahora se la cogen con papel de fumar para distinguir entre “refugiados” y “emigrantes”. En el clamor de la foto del niño muerto a la orilla del mar de su vicio se han vuelto indulgentes, aceptan a centenares de miles de huidos de la guerra que ellos han provocado, mantenido, alimentado y militarizado, y se los reparten siguiendo las leyes de su imperio.
Pero hay otras patadas, otras zancadillas homologadas, aparte de la de la ardua fotógrafa nazi-húngara. Los que “devuelven en caliente” a los asalariados del hambre colonial, por orden de un ministro monje de comunión diaria de un gobierno que legisla y multiplica por dos la pobreza y los multimillonarios. Los que instalan verjas con hirientes cuchillas para los pies y las carnes desnudas de la plétora de la miseria, los que disparan pelotas de goma a nadadores exhaustos, los que amparan a fascistas con uniforme y los esconden a los jueces, los que encargan la destrucción de pruebas e inventan mordazas en forma de ley.
Vivimos en el recinto de la hipocresía, del falso derecho y de la falsa democracia. Estas gargantas ácidas del fascismo de Estado, de los fabricantes-vendedores de armas a guerra-civilistas de su propia creación, son un “arma de destrucción masiva” de la humanidad, y del concepto de civilización y derechos de la persona. Te venden las bombas por racimos y amenazan a sus propios conciudadanos con sacarle los tanques por un quítame allá un “derecho a decidir”.
Son bastante semejantes. Primero se oponen, manipulan desde sus órganos de desinformación y lamedores perianales y si el “Imperio” habla en sentido contrario, acatan y comiéndose su asco los reciben a patadas y zancadillas en las fronteras.
Se les ve resoplando en sus telediarios, cometen yerros y aferrados candorosamente a sus momias con bigote y brazo en alto se declaran, grasientamente, “demócratas”.
Pero a la mínima te esperan en la frontera a patadas o zancadillas. O cara al sol con la camisa nueva. O con una cámara de gas.
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