Cada paso que doy me acerca un poco más a la ciudad perdida. Mi memoria inquieta mezcla imágenes del recuerdo con otras inmediatas. Una televisión muy vieja, un documental en la 2, una adolescente fascinada con un paisaje de fábula. Su complicado vivir no incluía planes de viajes, ni siquiera como sueño a largo plazo. Simplemente miraba sin pestañear, pensando en lo maravilloso que sería poder estar allí.
Cuarenta años después, estoy atravesando el desfiladero del Siq, un pasillo de dos kilómetros de arenisca de todos los colores; desde el blanco puro hasta el negro absoluto, casi todo rojo por el óxido de hierro del que anda sobrado.
Continuar leyendo esta entrada »