Petróleo y gas al servicio del Zar

Publicado el 27 junio 2015 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

El 28 de julio del año 2000, el recién electo presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, convocó a los veintiún oligarcas más poderosos del país a una reunión en el Kremlin. A pesar del inmenso poder y patrimonio que aquellos hombres acumulaban, ninguno había sido capaz de lograr información sobre el evento. ¿Qué quería el nuevo presidente? ¿Qué era tan importante para reunir a las principales fortunas de Rusia?

La respuesta no pudo ser más clara y directa: Rusia debía volver a ser una superpotencia. El gobierno pretendía recuperar el control de grandes áreas de la economía, en manos privadas desde la era Yeltsin. En palabras del propio Putin, “crear grandes compañías, campeones nacionales, que pusieran los intereses nacionales sobre la maximización del beneficio privado”. Los oligarcas, si querían mantener intactas sus enormes fortunas, deberían a partir de ahora apoyar al presidente en la nueva tarea. Aquellos que se negaran tendrían problemas con el nuevo gobierno.

A partir de entonces se inició la tara económica y empresarial con los más ambiciosos de aquellos “campeones nacionales”; gigantes corporativos capaces de actuar como un auténtico caballo de Troya de la política exterior rusa.

Gazprom, campeón entre campeones

El más emblemático de todos estos paladines es, sin duda alguna, Gazprom. Con el título de primera empresa del país, el coloso gasístico cuenta en la actualidad con más de 400.000 empleados y unas ventas anuales estimadas en unos 164.000 millones de dólares. Casi un estado dentro de otro estado que controla el 15% de las reservas de gas mundiales, más por ejemplo que los Estados Unidos.

Reservas actuales de gas y petróleo de la empresa Gazprom. Imagen y datos publicados por la propia compañía.

No obstante, la empresa no tuvo siempre una posición tan notable. Como todos los ámbitos de la economía nacional, el sector energético tampoco fue ajeno a los acontecimientos que el país vivió tras el colapso de la Unión Soviética. Los rusos, que durante años habían estado acostumbrados a un monopolio estatal de la energía, vieron como de la noche a la mañana el sector pasaba a manos privadas.

Por un lado, el ministerio del gas soviético se descompuso en diferentes empresas afincadas en las nuevas repúblicas independientes. Por otro, dentro de la Federación Rusa, Gazprom, la heredera aquí del ministerio del gas, fue rápidamente privatizada. En el proceso tuvo una importancia especial Viktor Chernomyrdin, último ministro de la industria del gas soviética, el cual no estaba dispuesto a perder influencia en el que se suponía iba a ser un muy rentable sector de la nueva economía rusa.

Ya en 1989, el propio Chernomyrdin seria el responsable de la trasformación del ministerio en “Gazprom Konsern”. Tres años más tarde, cuando el colapso soviético era ya definitivo, iría un paso más lejos al convertir Gazprom Konsern en una sociedad anónima. Es evidente que mientras para muchos rusos el fin de la Unión Soviética supuso un shock, para Chernomyrdin y su cercano grupo de colaboradores suponía una oportunidad sin precedentes. Tanto fue así que en 1992 el flamante capo del gas era nombrado primer ministro.

Imagen de uno de los primeros tipos accionariales emitidos por la compañía.

El nombramiento, no obstante, no acercaba la empresa al control estatal. Es más, servía para que Gazprom se convirtiera en un apoyo fundamental del primer ministro y sus ambiciones. Cuando en 1995 Chernomyrdin creo el partido “Nuestro Hogar es Rusia” no es difícil adivinar quién fue el principal contribuyente. Gazprom por su parte, gracias a la especial relación que mantenía con el gobierno, pudo actuar de manera más libre que otras empresas en el mercado energético ruso. Una fiscalidad reducida y altas remuneraciones para sus principales ejecutivos eran la tónica general en la compañía.

El modelo era perfecto, Gazprom alimentaba los bolsillos de las élites del gobierno y estas a su vez aseguraban un trato de favor a la empresa. ¿Quién dentro del Kremlin podía desear un sistema más beneficioso?

El gas, un asunto de estado

Como ya hemos visto, Vladimir Putin tenía una idea muy distinta de la relación que Gazprom debía tener con el estado ruso. Si bien es cierto que pretendía seguir manteniendo un vínculo especial con la empresa, esta debía dejar de estar al servicio de una pequeña élite política. Para Putin era esencial convertir a Gazprom en un instrumento útil para la política exterior rusa.

La victoria en las elecciones presidenciales de marzo del año 2000 dio la oportunidad a Putin de poner en marcha sus planes. No obstante, las intenciones del nuevo presidente no eran bien vistas por todos dentro del Kremlin. Es obvio que los que se habían beneficiado de la anterior relación no querían grandes cambios en el seno de la compañía. Es necesario recordar en este punto que Chernomyrdin y Vyakhirev, su mano derecha en Gazprom, no se habían mostrado anteriormente muy amigables ante otros intentos de apartarlos de sus cargos. Por ejemplo, cuando Boris Fedorov, exministro de finanzas y antiguo encargado de la oficina de recaudación de impuestos rusa, intentó realizar una auditoría a la compañía, sufrió una de las campañas mediáticas más duras que los rusos puedan recordar. Incluso, como si de una escena de El Padrino se tratara, alguien envenenó a su perro. Boris rápidamente captó el mensaje: Gazprom era intocable.

El objetivo de Putin, por tanto, no era sencillo, aunque es cierto que la posición del presidente era bastante más ventajosa que la del desafortunado exministro. Tras varios movimientos, en junio del 2000 Putin logró apartar a Chernomyrdin de la presidencia de Gazprom. No obstante, ahora surgía un nuevo problema. Era necesario encontrar gestores, no solo capacitados para el cargo, sino también dispuestos a poner los intereses del estado por delante de los suyos. Finalmente el hombre seleccionado sería Dmitri Medvédev, el cual ya había trabajado con Putin durante los años noventa en San Petersburgo.

Con el nuevo presidente, el gobierno ruso se lanzaba de manera definitiva a la reconquista de la empresa y de la industria energética. Buena prueba de este cambio de actitud seria el acoso que otras compañías del sector sufrirían a partir de este momento. Por ejemplo, ITERA se había convertido durante los años noventa en el segundo mayor productor de gas del país. La compañía, con sede en Florida, había crecido gracias a sus buenos contactos en Gazprom. La mayor parte de sus asociados eran familiares o amigos cercanos de los grandes oligarcas del gas ruso. Una manera más de repartir beneficios entre una pequeña elite. No obstante, con el cambio en la dirección de Gazprom, ITERA perdió en poco tiempo todos sus contactos. Además, para asegurar la bancarrota definitiva de la compañía, Medvédev ordenó cerrar el acceso de ITERA a la red de gaseoductos de Gazprom. Apartada de toda opción de suministro y transporte, en 2004 ITERA se veía obligada a echar el cierre.

Al tiempo que caían otras compañías del sector, el gobierno lograba tras diversos intentos asegurar un control total sobre Gazprom. En 2005 el estado ruso conseguía por fin la propiedad del 50,002% del accionariado del gigante gasístico. En pocos años, Putin había logrado crear su “campeón nacional”.

Khodorkovsky contra Putin, o la guerra por el sector petrolero

Vladimir Putin, como ya hemos visto, era plenamente consciente de la importancia del control estatal del gas. Sin embargo, si quería que el sector energético ruso funcionara como una autentica arma al servicio de la política exterior del Kremlin debía asegurar igualmente el dominio de la industria petrolera nacional. La tarea en este caso tampoco iba a ser sencilla, ya que el sector, siguiendo la tónica general de la era Yeltsin, había sido privatizado. La idea de crear un “campeón nacional” no iba a ser bien recibida aquí por muchos oligarcas.

Un perfecto ejemplo de la guerra que se vivió por el control de este lucrativo negocio es, sin duda alguna, el conocido como Yukos affaire. La compañía Yukos se había convertido en la primera petrolera rusa y la quinta a nivel mundial. Su propietario, Mikhail Khodorkovsky era según la revista Forbes el hombre más rico del país. Todos, desde el gobierno a otros oligarcas, le consideraban intocable. Al fin y al cabo, era de dominio público que los rivales de Khodorkovsky no solían salir bien parados, como por ejemplo cuando el alcalde de Nefteyugansk, ciudad donde la compañía tenía uno de sus más importantes cuarteles generales, había empezado una campaña contra Yukos exigiendo a esta el pago de impuestos. El asunto se resolvió sencillamente con el asesinato del alcalde; nadie tuvo la osadía de hacer preguntas al respecto o de volver a criticar a Yukos.

Fotografía de uno de los muchos campos petrolíferos que Yukos poseía en la ciudad de Nefteyugansk.

El poder del oligarca era innegable, atreviéndose este incluso a realizar una política empresarial totalmente alejada de los intereses de Vladimir Putin. Mientras Moscú intentaba construir una industria basada en el interés nacional, Khodorkovsky fomentaba las relaciones comerciales con China y Estados Unidos. En estos años, desde Yukos se llegaría a plantear la idea de vender parte de la compañía a la internacional Exxon-Mobile. Un invitado de lo más desagradable para los intereses energéticos del Kremlin. La guerra por el control del sector petrolero era un secreto a voces. No obstante, Khodorkovsky no parecía dispuesto a claudicar ante la voluntad de la nueva administración. El magnate, lejos de retroceder, afianzaba su posición firmando un acuerdo de fusión con la petrolera Sibneft, propiedad del ahora famoso presidente del Chelsea Roman Abramovich.

Los movimientos se sucedían en ambos bandos. Mientras Putin lanzaba a la policía contra Khodorkovsky y sus allegados, este proyectaba la construcción de oleoductos por Rusia con el fin de romper el monopolio estatal en el transporte petrolífero. Sin embargo, son muchos los que opinan que el hecho que acabó por precipitar la caída del oligarca fue la clara aspiración de este a suceder en la presidencia a Vladimir Putin.

En octubre de 2003 un acorralado Khodorkovsky convocaba a los medios de comunicación, nacionales e internacionales, a una rueda de prensa. En ella sentenciaría sin rodeos: “Si su objetivo es expulsarme del país o meterme en la cárcel, mejor que me metan en la cárcel”. Tan solo unos días más tarde, el 25 de octubre de 2003, la policía rusa, al más puro estilo KGB, detenía al magnate acusado de evasión de impuestos y fraude fiscal. Poco pudieron hacer los abogados de Khodorkovsky durante el juicio. La sentencia estaba escrita de antemano. El hombre más rico de Rusia fue declarado culpable y enviado a la prisión de Krasnokamensk en Siberia.

Fotografía de Khodorkovsky, de pie a la izquierda de la fotografía, durante su juicio en Moscú.

La compañía Yukos, hostigada por el estado, se vio obligada a declarar la bancarrota en 2006. A la subasta por conseguir los activos de la quebrada multinacional sólo acudió la empresa pública Rosneft. Los demás oligarcas habían captado el mensaje. Desde ese momento Rosneft se convertía en la principal petrolera rusa. Vladimir Putin se anotaba otra victoria en su pulso por el control energético.

Extremadamente esclarecedoras fueron las palabras de Vagait Alekperov a este respecto. El presidente de Lukoil, la que había sido la segunda petrolera nacional por detrás de Yukos, declaraba sin tapujos: “Nosotros, a diferencia de Khodorkovsky, sabemos cuáles son nuestros límites”.

Por último, desde Moscú, para terminar de asegurar el control definitivo del sector, se emprendía la compra de la petrolera Sibneft. Su dueño, Roman Abramovich, había tomado buena nota de lo sucedido con su colega Khodorkovsky y no puso demasiados problemas para traspasar la casi totalidad de su accionariado a Gazpromneft, filial petrolera del gigante del gas. La buena disposición del oligarca no tardó en reportarle enormes beneficios. Al fin y al cabo, el Kremlin sabe premiar a aquellos que colaboran. En la actualidad Abramovich se ha convertido en el hombre más rico de Rusia.

En el mapa se pueden apreciar las vías de exportación del petróleo ruso.

El sector energético. El arma más temible del ejército ruso

Ya hemos visto cómo en los últimos años el gobierno ruso se ha empeñado en conseguir un control total sobre los grandes recursos energéticos del país. Es evidente que Moscú aspira a volver a ocupar un lugar central en el orden internacional y los hidrocarburos son un instrumento clave en esta estrategia.
Sin embargo, en muchas ocasiones parece que desde fuera este mensaje no acaba de llegar a comprenderse. Rusia lucha por sus objetivos. Es decir, procurará aumentar sus exportaciones de hidrocarburos a la Unión Europea, siendo especialmente susceptible a cualquier cambio en la Europa postsoviética. No olvidemos que estos países constituyen las rutas que aseguran el flujo al lucrativo mercado europeo. Un buen ejemplo de este hecho es la resistencia de Rusia a abandonar su influencia en Ucrania.

Principales reservas de gas y petróleo ruso para el año 2013.

Por otro lado Rusia también va a luchar por mantener su posición de transito con los demás productores de Asia Central. Que los ductos de transporte pasen por el país garantiza cierto dominio sobre estos potenciales competidores. A este respecto Moscú tratará de boicotear cualquier iniciativa que implique rutas de paso alternativas. Los distintos conflictos de la región del Cáucaso han sido un buen recordatorio de la vigencia de esta política.

Sin embargo, son muchos los que no ven con buenos ojos la vuelta a la escena global de Rusia, en especial la Unión Europea y los Estados Unidos, que se han mostrado bastante poco amigables respecto a las nuevas pretensiones rusas. Siempre que surgía una revuelta contra los intereses de Moscú ahí estaban ellos para apoyarla y financiarla. Una política bastante comprensible desde la perspectiva norteamericana, pero no tanto desde la europea. Recordemos que la producción en Europa de gas y petróleo no deja de descender, mientras que la demanda, a pesar de la crisis, se prevé al alza. Ante esta realidad, y la manifiesta incapacidad que ha mostrado la Unión para diversificar su suministro, uno no puede dejar de preguntarse si no sería más satisfactorio para los intereses europeos mostrar una actitud menos beligerante hacia Rusia. Al fin y al cabo, la propia cercanía geográfica de ambos les hace tener que cooperar en muchas otras materias además de la energética. De continuar con la actual actitud, Bruselas podría llegar a provocar un alineamiento definitivo de intereses entre Rusia y China, situación que dejaría a Europa occidental en un segundo escalón del sistema internacional. Por nuestro propio bien quizá sea hora de empezar a mirar con otros ojos al gran vecino del este.