El índice de Petróleo y sangre en oriente es una auténtica fiesta. Ved si no qué títulos: "El último templo de Zaratustra", "Príncipes del petróleo", "La revuelta de los leprosos", "Los judíos salvajes", "La ciudad del agua roja", "La tumba de Tamerlán el tullido y la capital Samarkanda", o "Con los adoradores del diablo", por mencionar sólo unos pocos.
Otro motivo de celebración es que por fin alguien se haya decidido a reeditar algunas de las obras de Kurban Said, Lev Nussimbaun o Essad Bey, que, como ya dijimos en algún momento, son la misma persona. Hace poco hablábamos de Ali y Nino, publicada por Libros del Asteroide, pero de la reedición de la obra que nos ocupa y, próximamente, de su biografía de Stalin, se ha decidido encargar la editorial Renacimiento, que servidor desconocía y que tiene, la verdad, un catálogo de lo más interesante.
Así pues, regocijémonos por doble motivo.
Petróleo y sangre... cuenta, en esencia, la historia que nos contaba Tom Reiss en la primera parte de su monumental biografía, con la diferencia de que aquí dicha historia se nos narra de primera mano. Estamos, por tanto, ante unas memorias con algo de fabulación por parte de un autor siempre huidizo y enigmático. En ellas, Bey, extraordinario contador de historias, nos cautiva desde la primera línea con su sencilla pero evocadora descripción de la ciudad que lo vio nacer, y que nos conduce al día en que su padre, magnate del petróleo, conoció y se casó con su madre, revolucionaria a la sazón encarcelada por sembrar la agitación entre los obreros. La historia comienza de esta guisa:
Hace cuarenta años, Bakú no era más que una pequeña ciudad perdida en el desierto. No existían aún las calles europeas, y hubiera sido inútil querer buscar un refugio contra los rayos implacables del sol bajo la sombra raquítica de algún árbol agostado por la sequía.
A partir de ese momento, Bey combina el canto de tono elegiaco a Azerbaiyán con el progresivo avance del bolchevismo, que amenazaba directamente a su familia, y con la huida del autor y su padre a través del Cáucaso hasta llegar a Berlín. Curiosamente, después del primer capítulo, la revolucionaria madre no vuelve a ser mencionada en toda la historia.
Lo más fascinante de este libro es, sin duda, el retrato apasionado que hace el autor de su tierra, retrato en el que, a modo de un moderno Heródoto, Bey mezcla hechos verídicos con historias que ha oído y con viejas leyendas, sin llegar nunca a separar claramente las tres categorías. El mundo que nos presenta es el de un Azerbaiyán que ya entonces era una tierra casi mítica, pues pocos occidentales se habían aventurado por ella más allá de Bakú. Así, si bien, por la mencionada mezcla de historia y leyenda, muchos tildan Petróleo y sangre... y otras de sus obras de documentos poco rigurosos, para este lector la obra representa, además de un gran relato de aventuras, una fuente de apasionante información sobre una tierra, unos pueblos, costumbres y mitos de los que, de otra manera, jamás habría tenido conocimiento. Y esto es a veces frustrante para el lector que quiere adentrarse un poco más en esas historias, sean verídicas o legendarias, qué más da.
El problema que se nos presenta al buscar más información radica, posiblemente, en la fantasía de Bey, pero también, en parte, en la transcripción de algunos términos de origen turco, azerbaiyano o armenio. Aun así, he buscado de todas las maneras posibles información al respecto, por ejemplo, de los jassaien, pero, con una excepción (un estudio alemán titulado "Las amazones del cáucaso. La verdadera historia y el mito"), los escasos resultados nos remiten a este libro o al de Reiss. Tampoco cabe extrañarse, si lo que dice Bey es cierto:
Los jassaien habitan al norte del territorio de Sakataly; pero el angosto defiladero donde están establecidos no tiene nombre conocido. Los vecinos llaman simplemente a los jassaien "la tribu de las doncellas", o "el pueblo que no conoce su origen", ya que una de las más extrañas particularidades de esta raza es la total ignorancia de su pasado, quizá porque carecen totalmente de él.
Algo parecido sucede con la tribu de los aisoren (aicoren en la versión del traductor), transcripción que proporciona muy pocos resultados relevantes, pero los suficientes como para sugerir que el autor no nos habla de aves fénix ni de hombres de dos cabezas, sino de hechos con una base real a los que, paradójicamente, resulta mucho más difícil llegar a conocer que aquéllos. Al respecto de estos aicoren, nos dice Bey:
También hacia el sur, junto a la frontera persa y en un lugar despreciado por los turistas, esconden sus costumbres maravillosas muchas razas singulares apenas conocidas de la humanidad. Allí vegetan los aicoren, que no pasan de mil, y que son considerados como los últimos y únicos descendientes verdaderos de los poderosos asirios. Hablan un purísimo dialecto semita; son nestorianos (antigua secta cristiana), tienen un tipo marcadamente judío y son los seres más dulces y pacíficos de oriente.
Lejos de dar rienda suelta a la fabulación más extraordinaria y sensacionalista, en el caso de los "adoradores del diablo", Bey, por el contrario, resiste esa enorme tentación y nos presenta una descripción justa y bastante precisa. Así habla el autor de los yazidíes:
Esta religión no tiene nada que ver con las misas negras y satanismo europeo. Los jeziden son gente sencilla y pacífica; temen al sol y adoran al demonio en forma de un dorado pavo real.
Hoy se considera que esta deidad en forma de pavo real no representa para los yazedíes la figura del diablo, sino un ángel rebelde al que ellos reverencian por su carácter independiente. Su nombre es Melek Taus, uno de los siete arcángeles a los que, según la tradición yazedí, Dios encargó el cuidado de su creación. Cuando, más tarde, Dios creó a Adán, ordenó que los arcángeles se postraran ante él. Melek Taus se negó a ello, en un episodio casi idéntico al de Shaytán, el diablo en el Islam, lo que contribuyó a su estigmatización y persecución a lo largo de los siglos. Hoy los yazedíes están siendo masacrados por Isis, que los siguen considerando adoradores del diablo.
En ocasiones, las gentes de las que nos habla Bey son, como en el caso de los yazedíes, bien conocidas de los historiadores, aunque algunos de los hechos que les achaca son más difíciles de documentar. A este respecto, hay que hablar de la temible División Salvaje. Era ésta una división del Ejército Imperial Ruso compuesta casi exclusivamente por voluntarios musulmanes procedentes de Chechenia, Ingusetia, Daguestán o Azerbaiyán entre otros, y que permaneció fiel al zar durante la Revolución rusa. Pues bien, hablándonos de un amigo suyo, nos dice Bey:
Memed fue al colegio, se hizo un gran estudiante y la ciencia, sin duda, le empujó a la más negra melancolía. En el año 1918, al poco de estallar la revolución soviética, abandonó la escuela para ingresar en la división de los Salvajes. Estaba formada por los hijos de las mejores familias de Azerbaiyán, y era famosa porque los soldados atacaban a mordiscos a sus enemigos.
Todos ellos tenían la rara habilidad de desgarrar a dentelladas la garganta de sus víctimas. Ni que decir tiene que pertenecer a ese glorioso regimiento era mi sueño dorado, y que envidiaba sinceramente a Memed...
Que la División Salvaje era despiadada nadie lo cuestiona, pero no he encontrado más referencias a sus habilidades dentales. En todo caso, la proximidad de este regimiento a la ciudad es señal de lo feas que pintaban las cosas para los Nussimbaum.
Muy cerca de la ciudad acampaban los restos desmovilizados del ejército ruso, sobre los que ejercían, y no sin resultados,su perniciosa propaganda los comunistas del barrio obrero. Pronto empezó a verse por las calles de Bakú a soldados desharrapados, provistos de armas nuevecitas, contemplando descaradamente los palacios de los magnates del petróleo, o borrachos perdidos en las tabernas, dando mueras al capitalismo. Los nacionalistas armenios, a las órdenes de Adronik y Stepa Lalai, habían formado un ejército disciplinado que se hallaba muy interesado en que el Gobierno llevara a cabo su plan de barrere derusos el país. Así las cosas, llegó a la ciudad la división de los Salvajes (...). Tres eran, pues, los peligros que amenazaban a la ciudad en forma de tres ejércitos antagónicos.
Como ya he mencionado más arriba, el libro combina el retrato del Azerbaiyán más indómito con la huida de narrador y su padre a través de desiertos y montañas, a veces salvados y a veces a punto de ser ejecutados por el pachá o el bandolero de turno. Algunas de sus peripecias, naturalmente imposibles de comprobar y por lo tanto merecedoras del descrédito de los historiadores, son no obstante dignas de la mejor novela de aventuras, y es precisamente su propio carácter absurdo, cuando no surrealista, lo que les confiere más credibilidad. Deléitense con este fragmento de la narración del secuestro del autor:
Las negociaciones entre los armenios y mi padre duraron cinco días. Al principio pidieron mis carceleros el medio millón de rublos, petición que, como es natural, fue rechazadade plano.Entonces el jefe de la banda se presentó de nuevo para rogarme que escribiera otra carta al autor de mis días, pues si éste insistía en su actitud, tendrían que matarme. Cuando hube escrito la importante misiva, el gordo me propuso cortarme una orjea para enviársela a mi padre, y así hacer que accediera a mis pretensiones; como podía suponerse, en ese punto me negué en redondo a complacerle.
Y así siguen las aventuras del narrador, en un crescendo paralelo a la progresiva desaparición del viejo Azerbaiyán, con historias como la de Ármin Vámbery (quien, al igual que el autor, era un judío orientalista) a punto de ser decapitado por el último emir de Bujara; con la revuelta de Ganja contra el avance bolchevique; con la descripción de Helenendorf, un pedazo de Alemania en pleno Cáucaso; y con incontables y fascinantes historias y personajes que hacen de esta lectura una auténtica gozada. Os dejo con un caramelito más.
Abandonamos los territorios de Yafar Kan con la firme esperanza de llegar rápidamente a Enseli, donde obtendríamos noticias frescas de Bakú. Nuestra caravana había aumentado considerablemente, pues se nos unió una familia rusa que venía huyendo del Turquestán. Una grave contrariedad nos salió al paso; el territorio estaba asolado por la revuelta de los Dschengelis a las órdenes del apóstol revolucionario, Mirza Kutschuk Kan...