PHILIP K. DICK - Ubik (1969)

Publicado el 28 octubre 2012 por Jorge Vilches

Estoy teniendo algún problema con la visualización de las entradas. Es absurdo, como algunas de las cosas de blogger, pero lo iré solucionando. Perdón por las molestias.
Decía Segismundo en su famoso monólogo de “La vida es sueño” que “Yo sueño que estoy aquí/ destas prisiones cargado,/ y soñé que en otro estado/ más lisonjero me vi./ ¿Qué es la vida? Un frenesí./ ¿Qué es la vida? Una ilusión,/ una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño:/ que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son”. Pues de esto va la novela de Philip K. Dick, Ubik, que juega con el lector a hacerle creer que el sueño es la vida, y que la vida es el sueño, para luego dejarle desamparado, aferrado a aquella solución que le sea más placentera.
Sin ser Calderón, Dick construye un relato en el que la criogenización es la solución a la muerte “definitiva”, y donde nada es lo que parece, salvo Ubik, un elixir que aparece periódicamente en el relato como el símbolo del anclaje con la realidad, como la constante que permite saber al protagonista dónde y cuándo está. Porque la maestría de Dick para llevarnos por cualquier lugar, traernos, dejarnos aparentemente plantados, y luego ofrecernos esa solución que creíamos alcanzar por nuestra cuenta es inigualable. Digo “inigualable” con cierto reparo, no sólo por la existencia de otros escritores que maravillan, sino porque según iba leyendo Ubik me acordaba de una serie que ha marcado un momento en la TV mundial; me refiero a Perdidos (Lost), de J. J. Abrams.
Sé que hay muchas diferencias, pero la mecánica es muy parecida: el gran enigma del libro, que se va definiendo según lo hacen los personajes, es saber si están vivos o muertos. Y al final, todos esos pequeños y grandes guiños al lector, y al espectador, y que han hecho de ese libro, o de esa serie, algo “devorable”, se explican porque estaban muertos y no lo sabían. Incluso la cita de Dick del Bardo Thodol, el Libro Tibetano de los Muertos, que cuenta que el tránsito de la muerte dura 49 días, encaja con el planteamiento posterior de Abrams en Lost. O las citas posteriores de Platon –Abrams nombra a sus personajes con los de filósofos, como John Locke-, o una inquietante sobre el cuento infantil de Winnie the Pooh: un niño y un oso de peluche juegan eternamente en un lugar del bosque, lo que me ha recordado Sopa de cristales, de Jonathan Carroll, donde ese dualismo se repite.
La trama es bien conocida, y no me voy a extender en ello. Hay un buen resumen en El sitio de ciencia-ficción. Todo comienza en un moratorio, un lugar donde congelan a semivivos para evitar su muerte, y que van descongelando a demanda de sus familiares o por contrato. La competencia entre las dos empresas más importantes de psíquicos -gente con poderes mentales, como telépatas, inerciales y precognitores-, llega hasta el punto en el que director de una de ellas Glen Runcitter, sufre un atentado en la Luna cuando se dirige allí con sus mejores empleados. El autor es Ray Hollis, el director de la otra compañía. El asunto es saber si como resultado de la bomba ha muerto Runcitter o el resto. Joe Chip comanda a los empleados supuestamente supervivientes del atentado, que asisten estupefactos al retroceso temporal que sufre su entorno. Los sucesos son extraordinarios: apariciones anacrónicas, muertes terribles, mensajes cifrados, monedas con la efigie de Runcitter o ascensores a lo Stephen King. Pero si están muertos, ¿dónde viven? Pues en la imaginación enferma de Jory, un adolescente criogenizado, que ha creado un pseudomundo absorbiendo la memoria de los demás. Lo demás es la búsqueda tan apasionante como desesperada por encontrar la verdad, siempre con el Ubik presente. Porque “ubik” procede del latín “ubique”, que significa “en todas partes”. El Ubik es un invento de los semivivos para evitar que Jory los devore.
Los dos mejores personajes son Joe Chip y Patricia Conley. Chip es el empleado que queda al cargo de la compañía tras la muerte de Runcitter, que va creciendo según avanza el relato, desde un tipo indeseable y sucio, hasta convertirse en una persona inteligente y entregada. Patricia es una chica de diecisiete años con una particular facultad: puede volver al pasado y cambiar el presente; esto le permite a Dick jugar un poco más con el lector y hacerle creer que todo lo que está pasando se debe a una maniobra de la jovencita. Pero no; Pat no es lo que parece.
Otra de las maravillas del libro son los detalles relacionados con el Ubik o los mensajes que va dejando Runcitter a Joe Chip para indicarle lo que está pasando: “Mete el culo en la caja, pobre amigo./ Tú y los demás estáis muertos. Yo, vivo”, o “De cagar y joder yo no me privo,/ os dice a los muertos el que está vivo”. Más claro, agua.
La novela es un juego de Dick con el lector, como decía, para atraerlo a un sitio y luego llevarlo a otro. Por eso, el capítulo final es inquietante: Runcitter encuentra en sus bolsillos una moneda con la efigie de Joe Chip. Era sólo el comienzo. Acababa de descubrir que estaba semivivo en una friovaina del moratorio.