Realmente hay películas que resulta difícil clasificar. Precedida de una campaña publicitaria un poco desconcertante, en la que he llegado a oir que se prohibió en los Estados Unidos por su alto contenido homosexual, lo cual ha hecho que se tarde en estrenar en nuestro país, realmente no sabía lo que me iba a encontrar cuando entrara en la sala.
Lo cierto es que, polémicas aparte, "Phillip Morris, ¡Te quiero!", resulta una película bastante entrenida, cuyo humor negro recuerda a veces el de los hermanos Coen y cuyo ritmo endiablado en las acciones y cambio de situación de los personajes le acerca más a un episodio de "Los Simpsons", donde todo sucede a un ritmo frenético y no hay que tomarse lo que vemos al pie de la letra que a otra cosa.
En todo caso, esta interpretación resulta errónea en algunos momentos, pues la comedia se transforma en drama y viceversa. Jim Carrey está más que correcto en su papel de protagonista (y decir esto no es fácil para mí, que soy uno de sus mayores detractores) y Ewan McGregor, tampoco, pero sucede que hay muy poca química en las escenas que protagonizan juntos, como si cada uno de ellos estuviera actuando en una película distinta, fluyendo más el papel del primero hacia la comedia y el del segundo hacia la comedia.
No voy a entrar aquí en estúpidas polémicas acerca del presunto escándalo que supone ver a dos actores de primera fila de Hollywood interpretando a dos gays enamorados. A veces me parece que la normalización de esta tendencia sexual es absoluta, como debería ser. Otras veces (y me temo que esto está más cerca de la realidad) observo que todavía faltan por dar muchos pasos, que existe gran rechazo, a veces oculto, en muchas capas de nuestra sociedad. Esta película no intenta reivindicar nada, es solo una historia divertida, basada en la vida real de un estafador, tal y como hiciera hace unos años Steven Spielberg en "Atrápame si puedes".
El matiz homosexual es importante, pero solo como vuelta de tuerca para definir al protagonista, que parece realizar sus hazañas sin otra motivación que impresionar y retener a sus conquistas a base de lujos, sin realizar juicios más profundos. Hay algo que mucha gente no ha aprendido aún: no hay que juzgar a las personas por su tendencia sexual, su ideología política o el equipo de fútbol al que pertenecen, sino por su caracter y acciones. Basta de clasificaciones fáciles.