Piazzolla y la Historia de su “Retrato de Alfredo Gobbi”

Publicado el 15 julio 2020 por Moebius

Piazzolla terminaba de volver de Europa.
Cuenta su experiencia y sus proyectos al autor
de esta nota, en una entrevista para un diario bahiense.
Los compañeros de la redacción escuchan atentamente.

Astor Piazzolla había vueto embalado de Francia, tras un año de estudios con Nadia Boulanger y puso en el Octeto los objetivos que le había señalado la gran pedagoga francesa, más lo que él llevaba en su sangre como genes musicales. La fórmula era explosiva y válida para toda su obra, fundamentalmente para la posterior a 1955. Los solistas de aquella agrupación de cuerdas eran él, Elvino Vardaro en violín, José Vasallo en contrabajo y José Bragato en cello. Corría el año 1957 y con aquel conjunto había terminado de grabar para Music Hall (sigla 65001) el LP "Tango en Hi Fi", que había tenido una más que modesta recepción.
En Bahía Blanca, mi ciudad natal, se había organizado un recital a efecturse en el viejo Palacio del Cine, a despecho de su pésima acústica. Me tocó entrevistarlo para el diario local. Y me dio la impresión de un poseído. De uno incapaz de plantearse dudas. Ni siquiera cuando, dos o tres veces, le observé la dura resistencia que iba a encontrar en un ambiente como el del tango, reacio a las vertiginosas "fugas hacia adelante". La confirmación la encontró en la sala del Palacio del Cine. No llenó ni media platea.

Alfredo Gobbi (París, 14 de mayo de 1912 - Buenos Aires, Argentina, 21 de mayo de 1965), cuyo nombre completo era Alfredo Julio Floro Gobbi y era llamado “el violín romántico del tango” fue un violinista, pianista, director de orquesta y compositor de tango.
(...)Aunque inicialmente en su estilo musical se observaba similitud con el de Carlos Di Sarli –como puede comprobarse escuchando las grabaciones del tango La viruta hechas por Di Sarli en 1943 y Gobbi en 1947- luego se afirmó en un estilo emparentado con el de Julio de Caro. Si bien Gobbi tenía menos formación académica que de Caro, supo emplear y mejorar la mayoría de los efectos tangueros que usaba éste en su violín. 
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Por Bruno Passarelli
El contraltar de aquel semifiasco fue el 11 de junio de 1983, cundo se produjo la más espectacular de sus presentaciones en Buenos Aires, bajo las refulgentes luces de un Teatro Colón repleto de bote en bote por sus fanáticos pero también por no pocas personas convertidas en sus admiradores por un snobismo tan oportunista como morboso. En ciertos cenáculos intelectuales del perímetro que se extiende entre el Río de la Plata y las Avenidas Santa Fe, Pueyrredón y Rivadavia quedaba “bien” decir que quien escuchaba y veía a Piazzolla caía en éxtasis por su música, aunque de ella no entendían un pito. Astor lo sabía muy bien , pero a esos incompetentes imbuídos de frivolidad no podía excluirlos, aquella noche, de la repleta platea.
Al frente de su Noneto que tiempo después disolvería para irse a Italia, donde obtendría sucesos espectaculares, como el de tener como cantantes a Mina y a Milva, elevadas al trono de mitos nacionales, Astor interpretó “Fuga y Misterio”, “Adiós Nonino”, los 3 Movimientos del “Concierto para Bandoneón y Orquesta”, “Vardarito”, “Verano Porteño” y el exótico y críptico “Concierto de Nácar para Nueve Tanguistas”, con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Pedro Ignacio Calderón. Tema, este último, que había escrito 13 meses antes, en una noche horripilante para la historia argentina. La del 22 de agosto de 1972. La de la espantosa “Masacre de Trelew”.
Fue una apoteosis. Lo ovacionaron de pie. Le tiraron flores. Mucha gente que se había acercado a él por simple curiosidad, y que no sabía nada ni de su historia ni
de su música, desde aquel concierto podría jactarse de haber visto y admirado “ad personam” al fenómeno del que tanto se hablaba. Y podría contarlo en los círculos aristocratizantes que frecuentaban.

Astor Piazzolla en el famoso concierto en el Teatro Colón, cuando el 22 de agosto de 1972, al frente del Noneto, interpretó varios de los que eran, en ese momento, sus temas de punta. Uno de los más aplaudidos: “Fuga y Misterio”
Pero, en realidad, el recital más importante que dio en Buenos Aires, por contenido, por autenticidad y porque representó una ruptura audaz, atrevida, casi temeraria, con el tango anterior a él, lo había dado 13 años antes, el 19 de mayo de 1970, en un ámbito mucho más reducido y familiar: el del Teatro Regina. No repleto pese a su limitada capacidad y a la presencia de la corajuda barra piazzolliana que lo seguía y defendía de manera incondicional, en la que hacían punta Víctor Oliveros, Adolfo Aristarain, Eliseo Subieta, Roberto Nievas, Atilio Talín y el reducido grupo que había descubierto en Piazzolla al nuevo Mesías del tango.
Vale la pena revivirlo. No sólo por su brillantez, su originalidad, su estilo apasionado y rupturista, sino porque aquella noche tocó uno de los temas que más sintió hasta las vísceras en su tremenda e interminable creatividad artística: “Retrato de Alfredo Gobbi”. Al frente del Quinteto, que en esa ocasión integraron Osvaldo Manzi (piano), Antonio Agri (violín), Kicho Díaz (contrabajo) y Cacho Tirao (guitarra eléctrica), Astor interpretó ocho obras suyas. Empezó con las Cuatro Estaciones Porteñas, siguió con “Buenos Aires Hora Cero” y “Revolucionario”, entre los cuáles intercaló el citado “Retrato de Alfredo Gobbi”, para cerrar con “Kicho”, dedicado a su amigo que “era una especie de elefante capaz de cargarse sobre sus espaldas a todo el Quinteto” (sic). Este concierto fue grabado por primera vez en Argentina por RCA Victor en un LP que lleva la sigla AVLS 3924.

Astor Piazzolla en el Teatro Regina interpretando en vivo su “Retrato de Alfredo Gobbi”. Una versión magistral y, para mejor, de una claridad auditiva inigualable
¿Por qué “Retrato de Alfredo Gobbi”? Para responder a esta pregunta hay que remontarse a 1931, cuando en la que hoy podríamos llamar la “prehistoria” del tango moderno había un conjunto que integraban Osvaldo Pugliese en piano, Gobbi en el violín y Aníbal Troilo, con Alfredo Attadía, en los bandoneones. No hay registros de aquella agrupación pero los estudiosos coinciden en que marcó un estilo que imprimió un sello de fuego al tango.
Esto lo confirmó el mismo Piazzolla atribuyéndole un rol fundamental a Gobbi, como él mismo lo dice en la página 100 del libro “A Manera de Memorias” (Perfil Libros, 1998) del periodista Natalio Gorin, el acreditado biógrafo de Piazzolla: “Que haya incluído ese tema en el primer LP del Quinteto no es casualidad, porque para mí Alfredo fue el padre de todos nosotros, los que hicimos el tango moderno. Fue un gran intuitivo, pero escribía cosas de jerarquía. Yo siempre digo que Gobbi le inculcó el estilo a Pugliese y Pugliese a su vez a Gobbi, y de ese ir y venir nacieron muchas cosas lindas que explotarían en la década del 40”.
Y Astor cuenta la siguiente anécdota: “Tocaba el piano con tres dedos (sic) y sonaba cosas bellísimas, como un valsecito que me había dedicado, yo vivía a la vuelta de su casa y una vez vino a la mía, pero yo no estaba, entonces me dejó la música de ese vals por debajo de la puerta, estaba escrito de manera primaria, con lápiz. Cuando empecé a estudir esos garabatos pensé para mí: “Qué belleza, cómo me gustaría componer como este hombre”. La desgracia fue haber perdido esa hoja, nunca me lo voy a perdonar. Al poco tiempo murió. (NDR: el 21 de mayo de 1965). Entonces escribí “Retrato de Alfredo Gobbi”, un tema en su homenaje”.
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En junio de 1973, Piazzolla se presentó con su Quinteto, por primera y última vez, en Montevideo. Fue en el programa “Sábados de Tango”, que por el canal de televisión Montecarlo conducía Miguel Angel Manzi quien, como cuenta la leyenda, ya desde el mediodía estaba listo para el evento nocturno, con su traje impecable, su peinado a la gomina y una restallante corbata multicolor, contándole a los habitués de la cantina Goes de Santucci, que frecuentaba, quienes serían esa noche los huéspedes de su programa. Del Quinteto clásico había una sola variante: Osvaldo Tarantino, en el piano, sustituía a Osvaldo Manzi. El estudio televisivo era casi un refugio intimista, con una ambientación sobria y casi modesta, que según Luis Grene recordaba un “salón de finoli cabaret”.

Piazzolla y el Quinteto en los estudios de la televisión
de Montevideo. A su derecha Horacio Malvicino
y a su izquierda Antonio Agri.
En el extremo el presentador uruguayo Miguel Angel Manzi

En esta atmósfera únicamente desentonaban dos cosas: el “look” de Piazzolla y la conducción de Manzi. Este último, con sus interrupciones, su afán protagónico y su falta de medida en las preguntas necias que le hizo a Astor durante el programa y, en especial, antes de la ejecución del “Retrato de Alfredo Gobbi”, anticipó en medio siglo un estilo que, con sus estorbos y sus interferencias, marcan a fuego las entrevistas televisivas que hoy hacen Jorge Rial y Ernesto Cherquis Bialo.
El aspecto de Piazzolla era impresentable. Parecía un hippy fuera de moda, una especie de rockero veterano y superado, con barba desordenada y semiblanqueada y una camisa oscura con rayas claras (el Video que está en la Red es en blanco y negro, lo que impide descifrar los colores). La pésima impresión la borró en cuanto empezó a hablar de Gobbi, después que Manzi lo invitara a contar de su supuesta “amistad” con el grande Alfredo:
– Bueno, yo no era amigo suyo, tenía apenas 19 años y, más que la amistad, a él me unía la admiración, yo vivía a la vuelta de Rivadavia y Rioja, cerca de su casa, y a esa edad todavía no sabía nada de arreglos, pero estaba tan entusiasmado con lo que escribía que un día, de puro caradura, le golpeé la puerta y, cuando se asomó, le dije: “Mire, don Alfredo, yo quiero comprarle un arreglo para ver cómo escribe”. Gobbi me miró sorprendido, casi desconcertado, y me contestó: “Mire, yo no vendo mis arreglos, no sé qué decirle”. Era una persona tímida, un hombre muy bien, de tango, un tipo extraordinario, un porteño de ley…
Allí Piazzolla hace una pausa y continúa:
– Yo quiero decir sólo una cosa de Alfredo Gobbi, que ojalá dijeran muchos que no la dicen, fue el padre de todos nosotros, de Pugliese, de Troilo, de Horacio Salgán, de Piazzolla y de toda la gente que quiere hacer buena música en el tango…
Allí interviene Manzi, con una soberana y grotesca estupidez: “¿Y quien fue el abuelo?”. Piazzolla se muestra desconcertado: “¿El abuelo de quién?”. El audio es pésimo y es de suponer que Manzi le explica: “De todos Ustedes”. Allí crece el fastidio de Astor y se entiende apenas una respuesta en la que dice “no me hicieron nunca esa pregunta, ¡qué se yo!.” Y ante la insistencia del conductor, con una sonrisa que muestra su fastidio, le advierte: “No me meta en líos”.
Pero como Manzi, impávido, insiste, Piazzolla le baja el telón diciendo: “Preguntále a Tarantino, que es el más viejo de todos nosotros”. Tarantino, con sus anteojos negros, parece musitar (pero no puedo afirmarlo netamente pues, lo repito, el audio es horrible): “Julio De Caro”.
Superado el mal momento, Astor vuelve sobre el “Retrato de Alfredo Gobbi” y lo hace con una delicadeza ejemplar: “Este tango tiene mucho que ver con Gobbi pero también con Antonio Agri, en los dos solos de violín que tiene el arreglo Agri hace con el suyo una especie de imitación de los sonidos y del estilo de Gobbi, y yo creo que lo hemos logrado”.
Puso su pierna sobre el taburete que estaba al lado del micrófono, agarró el bandoneón, lo acomodó sobre su muslo derecho y, con su señal característica, dio el vía a una de las más hermosas, delicadas pero al mismo tiempo viriles, vigorosas, “engobbiadas”, obras que jamás compuso.
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En una entrevista para el citado libro “Memorias”, el periodista Gorin le preguntó cuáles habían sido sus mejores obras, aparte obviamente de “Adiós Nonino”. Astor enumeró a “Tristezas de un Doble A”, “Calambre”, “Los Poseídos”, “La Camorra”, “Mumuqui”, “Revirado”, “Lunfardo” y todos los temas que tocaba con el espíritu de “Tanguedia”. Gorin se sorprende y le pregunta cómo es que no figura “Retrato de Alfredo Gobbi”. La respuesta de Piazzolla es detallada, contundente, y habla a las claras de cómo concebía armonizar su música con la sensibilidad y los gustos de sus músicos.
Dice Astor: “No se trata de un olvido, el “Retrato” es un tema que dejé de tocar por las dificultades que tenía, cuando lo compuse lo hice pensando en los músicos de aquel Quinteto, el de Agri y de Manzi en piano, con ellos llegamos a tocar una versión impecable, pero los reemplazaron Fernando Suárez Paz y Pablo Ziegler noté que era un arreglo de otra época. Esto no quiere decir que unos músicos sean mejores o peores que otros. Yo quiero que mis músicos gocen tocando y hago los arreglos ensayando en el estilo de cada uno. Yo sé que López Ruiz tiene un gusto armónico distinto al de Malvicino, que Console toca el contrabajo de una manera, que Gosis venía del tango y Ziegler del jazz”.

Tras un desafortunado diálogo con el conductor Miguel Angel Manzi, Piazzolla y el Quinteto ejecutan “Retrato de Alfredo Gobbi”. Es una versión histórica que conserva toda su validez pese a la mediocridad del Video y del audio. Es de junio de 1973. Nada menos.
Esta explicación, tan delicada como convincente, sirve para peraltar más todavía el talento, la sensibilidad y la misión casi mesiánica de la que Piazzolla se sentía imbuído. Escuchar hoy “Retrato de Alfredo Gobbi”, captar sus matices, compartir sus esfuerzos por meterse “dentro” del violín del Maestro al que tanto admiraba, sentir que por lo menos podía imitar con los solos de Agri su inigualable técnica, es el mejor homenaje que se puede rendir a esos dos gigantes que fueron Gobbi y Piazzolla.
Bruno Passarelli