Picnic junto al camino

Publicado el 23 diciembre 2019 por Josep2010

¡Felicidad para todos, gratuíta, y que nadie quede insatisfecho!

De no ser por la afición a leer los antecedentes literarios de algunas películas y a pesar que entorno a 1970 leí considerables piezas de ciencia ficción, jamás hubiera tenido en mis manos la obra de los hermanos Strugatski (Arkadi, filólogo arabista de profesión y Boris, astrónomo) titulada Picnic junto al camino que apareció en 1972 y situó a esos dos curiosos hermanos en la cima no ya de los escritores rusos sino más aún en el top de los escritores de ciencia ficción clásica, ese género en el que los escritores se valen de la imaginación de un mundo inalcanzable para ajustar cuentas con el presente jugando con la metáfora al pergeñar tramas en que las alegorías trufan el camino de los aventureros que se nos presentan, no en vano la costumbre es disimular en relatos de acción críticas sociales.
El lector de hace ya casi cincuenta años estaba muy acostumbrado a considerar la ciencia ficción como un género serio en el que la doble lectura era moneda corriente del aficionado y no fue hasta la banalización derivada de ciertas películas que el género pasó a ser considerado por la multitud como algo meramente ruidoso y hueco de contenido de forma absolutamente injusta.

El arranque de Picnic junto al camino -también editada con el título Picnic extraterrestre- es desconcertante pero nos sitúa de inmediato en un mundo terráqueo que ha cambiado por causa de lo que llaman la Visitación, eufemismo destinado a recordar que un día el planeta Tierra fue visitado por una serie de naves extraterrestres que se aposentaron por un corto espacio de tiempo en diversos lugares y partieron dejando tras de sí lo que ahora denominan "zonas", lugares en los que la realidad ha quedado tergiversada, trastocadas sus leyes físicas conocidas y distorsionados los efectos que en la vida "normal" llegan a tener diversos artefactos que se hallan en esas "zonas", como si fueran un campo en el que se hubiera concertado una multitud para un festejo dejando tras de sí despojos, basura y objetos olvidados que para los extraterrestres podían significar poca cosa pero que para los terrestres eran verdaderas maravillas fruto de adelantos tecnológicos absolutamente inimaginables.
Los hermanos Strugatski sitúan una de esas zonas en el Canadá, país tan septentrional como la entonces Unión Soviética (U.R.R.S.) y nos narran en cuatro episodios las aventuras y desventuras del protagonista, un merodeador llamado Redrick Schuhart, desde sus veintitrés años hasta ya cumplidos los treinta y uno. Redrick es un merodeador, un tipo que se adentra en la zona para regresar con algún objeto ya conocido o quizás no y teóricamente lo hace con el beneplácito del Instituto Internacional de Culturas Extraterrestres que es en realidad la forma que tiene la administración de controlar la zona, dejarla al margen de cualquiera, acotarla, impedir la entrada y libre circulación y toma de conocimiento de lo que allí pueda haber que pronto sabremos tiene mucho peligro.
Redrick es un tipo que difícilmente se sujeta a las normas y va por libre y entre sus conocidos se cuentan lo mismo policías corruptos que funcionarios prevaricadores y poco a poco comprendemos que en torno a la zona hay un submundo de intereses y que la decisión de acotarla y prohibir su acceso no tiene su origen únicamente en el afán de preservar la integridad de los temerarios que irán a buscar maravillas y quizás nunca volverán a sus casas.
Los Strugatski tienen una forma de escribir que se lee de un tirón porque desarrollan la trama sin caídas de ritmo a pesar de algunas descripciones meticulosas que te sitúan en un mundo imaginario y para el lector de 1972 -y también para el que vivió aquella época y se acuerda de lo que salía en las noticias- de entrada hay una interpretación inmediata que empareja esa llamada zona, lugar en el que uno puede hacerse con las cosas más singulares, con el mundo occidental visto desde la URRS, no en vano el desarrollo tecnológico al que el ciudadano podía acceder fácilmente era amplio en el mundo occidental y muy escaso en la URRS y por añadidura los que vivían bajo el ordenamiento soviético tenían prohibido cruzar las fronteras y visitar Occidente, ni hablar, desde luego de comprar nada.
Sin embargo, quedarse en esa alegoría que denuncia el autoritarismo soviético para con sus ciudadanos sería limitar el discurso de los Strugatski que conforme va avanzando su novela plantean cuestiones más profundas y personales ejerciendo una nada velada crítica al consumismo: el protagonista, ese Redrick que vemos en cuatro momentos de una vida muy joven y sin embargo azarosa toma decisiones en las que la base es una consideración nada amable con la sociedad que le ha tocado vivir, un poco rozando los límites de lo legal y éticamente aceptable y será precisamente en el ansia de conseguir el premio mayor donde hallará un camino que muy astutamente los autores dejan abierto, casi inconcluso.
Con apenas poco más de trescientas páginas (según la edición, cerca de las cuatrocientas) los hermanos Strugatski construyen un universo semi distópico en el que se reconocen a primera vista señalamientos precisos a la sociedad en la que vivían los autores pero que en una relectura calmada el afortunado aficionado a a ciencia ficción de categoría hallará sin duda motivos suficientes para debatir por muchas y variadas cuestiones.
El éxito de la novela no pasó desapercibido al cineasta ruso Andréi Tarkovski, pero de eso ya hablaremos dentro de poco.