En el Jou de los Asturianos se termina la placidez del sendero bien trazado. Jose y yo seguiremos la quebrada ladera que asciende buscando otro collado. De pronto los hitos se enmarañan y aturden nuestras decisiones. Marcamos una especie de diagonal imaginaria hacia un hito más poderoso que aparece en la loma, abandonamos todas las otras insinuaciones de rocas que suben y bajan y continuamos sorteando salientes y huecos.
También esta dificultad se supera. Anoto aquí que, después al bajar, entendimos que este camino era más fácil de lo que nos resultó a la subida. El collado al que da acceso nuestro susto es una nueva divisoria de aguas, una ampliación de la vista sobre terreno nuevo para mis ojos que bailan de asombro en asombro, divisoria que baja del Pico de los Asturianos. Los hitos se distancian cuando no se diluyen.
Continuaremos un tiempo por el amplio filo de esta loma. Los hitos nos apuntan a caminar por la izquierda para evitar este Pico de los Asturianos, entramos en el Jou de la Canal Parda; los montañeros estamos mezclados con la inmensidad de Picos de Europa; los montañeros pensamos que aquí un puñado de niebla puede ser aterrador, afortunadamente hoy las previsiones nos son favorables y la jornada está resultando absolutamente despejada.
Estamos entre la Torre de la Canal Parda y el lejano inicio de ascensión al Pico de los Traviesos. Parece, en este instante, que su cumbre juega con nosotros y se aleja de nosotros con la misma lentitud que nosotros intentamos acercarnos a ella. Las palabras se quedan en exceso livianas para ensalzar la hermosa grandiosidad del lugar y del momento.
La montaña es lírica y misterio, ensoñación y libertad, sosiego y lanzadera hacia la infinitud del pensamiento. Los que estamos en sus entrañas sabemos que nunca podremos alabarla como se merece ni entregarla en su majestuosidad. Nuestro vocabulario es hirsuto y hosco ante la dulzura risueña de los lugares por los que estamos caminando.
La vista se ensancha, entre piedras inmensas, entre carst de diferentes tamaños, entre sustos de malas pisadas, entre búsquedas de algún posible sendero, se ensancha el corazón hasta alcanzar con sus latidos el Porru de la Capilla, las Torres Los Cabrones, la Punta Gregoriana y mil nombres que aparecen y desaparecen ante nosotros según caminamos descendiendo vados o ascendiendo lomas.
Llegamos a un contrafuerte rocoso. Finalmente La Torre de Alba o Pico de Los Traviesos cesó en su huida y nos espera. Una larga canal de cuidado ascenso, trepe con calma, los palos van mejor en la mochila pues aquí necesitamos las dos manos con la fuerza de los brazos, las dos piernas, una cierta pericia y buena elección para ascender por los lugares más ciertos.
Pero todo llega en esta tierra de dureza y mazapán a partes iguales o semejantes. Estamos ya en el lomo inmediato a la cumbre. Terminamos el esfuerzo de subida. Luce el sol sobre nuestra frente sudorosa cuando los dos montañeros abrazados nos fundimos con la cumbre de la montaña y su vértice geodésico; luce el sol sobre nuestro exultante corazón cuando miramos la lejanía y su multitud de nombres, cuando vemos la cercana inmensidad de Peña Santa de Castilla y el profundo Jou Santo; luce el sol cuando tenemos que mirar ligeramente hacia abajo para ver la cumbre de Peña Santa de Enol y contemplamos, en otra dirección, la Garganta del Cares y de inmediato el inicio del Macizo Central de Picos de Europa.
Ha pasado una hora. Nos hemos sentado junto al buzón. Jose ha hecho diversas fotos para el recuerdo permanente del esfuerzo de estos montañeros; hemos comido; hemos saludado por sus nombres a diferentes cumbres; hemos cerrado los ojos para que el aire llevara el latido del corazón a toda la tierra. Regresamos.
El regreso fue entretenido. Lo tendréis que imaginar, pues termino aquí mi narración.
Javier Agra.